Llegó a la casona solitaria tras una agotadora recorrida nocturna a la intemperie. Dejó el raído sacón sobre el sofá, se quitó el gorro invernal y se aflojó las botas pesadas hasta descalzarse. Arrastró sus pies cansados hasta el espejo fastuoso de la sala principal, donde se detuvo para acomodar su enorme barriga sobre el pantalón rojizo. Pudo observar la imagen cansina de su cuerpo anciano, pero con el mismo espíritu de esos niños alegres, que esperan su visita ansiosamente, todos los diciembres. Fue entonces que, viendo consumado una vez más el milagro, sin necesidad de bolsas mágicas, se regaló una sonrisa.
miércoles, 23 de diciembre de 2009
sábado, 19 de diciembre de 2009
Huellas
Un camino zigzagueante de dos huellas humanas se recortaba solitario en el monótono escenario del mar. Los ojos almendrados de una mujer hermosa emergieron incitantes frente al hombre solo, como si fueran las luces resplandecientes de un faro cercado por la oscuridad. Con su sonrisa blanca y extendida, le regaló un arco iris dibujado en sus pupilas, indeleble frente a las tormentas y la adversidad. Dos colgantes dorados decorando sus cuellos fueron la señal de unión de sus almas enamoradas, transformados luego en besos suaves, con sabor a hierbabuena. Desde entonces, el camino apareció con cuatro huellas, que luego fueron seis y después ocho, correteando presurosas sobre la arena, con destino hacia el infinito.
lunes, 14 de diciembre de 2009
Gallito ciego
Me gusta salir a caminar de noche por la ciudad vacía. Es un placer recorrerla sin que nadie me atropelle, sin autos lanzados a la carrera ni sonidos estridentes que alteren mis nervios. Me siento el rey de la silenciosa metrópoli, anárquica, inhabitaba, imperturbable.
Al caminar por las calles oscuras, intento adivinar el camino escondido, apenas iluminado por la tenue luz de la esquina y el extremo encendido de mi cigarrillo. Me hace recordar los imborrables momentos de mi infancia, en que jugábamos al gallito ciego con los chicos del barrio, que se burlaban de mí cuando no lograba encontrarlos en la oscuridad. Pobre tonto, bueno para nada, me decían, aprovechándose de que era el más pequeño e inocente del grupo.
Algo de razón tenían, porque mientras ellos crecieron y lograron comprarse las lujosas mansiones que decoran la avenida, continúo viviendo en la antigua casita que era de mi madre. Debe ser por eso que me gusta visitarlos de vez en cuando, para jugar con sus cosas, mientras ellos duermen.
Al caminar por las calles oscuras, intento adivinar el camino escondido, apenas iluminado por la tenue luz de la esquina y el extremo encendido de mi cigarrillo. Me hace recordar los imborrables momentos de mi infancia, en que jugábamos al gallito ciego con los chicos del barrio, que se burlaban de mí cuando no lograba encontrarlos en la oscuridad. Pobre tonto, bueno para nada, me decían, aprovechándose de que era el más pequeño e inocente del grupo.
Algo de razón tenían, porque mientras ellos crecieron y lograron comprarse las lujosas mansiones que decoran la avenida, continúo viviendo en la antigua casita que era de mi madre. Debe ser por eso que me gusta visitarlos de vez en cuando, para jugar con sus cosas, mientras ellos duermen.
La foto "The other side" es propiedad de Christian Pereira y se publica con autorización del autor, únicamente para su exhibición en este blog.
lunes, 7 de diciembre de 2009
Animaladas
– I –
Con el búho como juez, se llevó adelante el primer juicio de divorcio de la selva, en el que la yegua y el rinoceronte pugnaban por obtener la tenencia exclusiva de su hijo unicornio.
– II –
– ¡Viene Pedro, viene Pedro! – aullaba el lobo.
Sus compañeros de jauría, conocedores de las célebres mentiras del anunciante, primero se murieron de la risa, y después, de un imprevisto escopetazo.
– III –
En la competencia de disfraces de la selva, el primer premio lo obtuvo el osado chimpancé que, soportando una extensa sesión depilatoria, se disfrazó de hombre.
– IV –
– ¡Puedo volar, puedo volar! – chillaba emocionado el alegre pichón, antes de ser engullido, entre acrobacias, por un salvaje halcón peregrino.
– V –
Gracias a la globalización, las nuevas tendencias de la moda logran imponerse en lugares insólitos. Quizás por eso, ya no sorprende ver al león del zoológico con su coqueto flequillo.
miércoles, 2 de diciembre de 2009
Bienvenidos a bordo
Buenas tardes, señores pasajeros. Les habla el comandante Leslie Bloomenade. En nombre de Timeless Líneas Aéreas, tengo el agrado de recibirlos a bordo del vuelo N° 2612, con destino al año 1850. El tiempo de viaje será de ciento sesenta años en reversa, recorridos a una velocidad de trescientos mil kilómetros por segundo, en un lapso real de diez minutos y diecisiete centésimas. A fin de cumplir con la normativa vigente, los miembros de la tripulación le harán entrega del correspondiente formulario de transmigración, que les será requerido para poder regresar al año de origen. Se recuerda a los señores pasajeros que, a fin de preservar el status quo histórico y los derechos de terceros, está terminantemente prohibido llevar consigo souvenirs, obras artísticas, fotografías o textos de cualquier tipo, generados con posterioridad a la fecha de arribo. Durante el recorrido, los invitamos a disfrutar de un video documental, especialmente diseñado para este vuelo, en el que se resumirán brevemente los acontecimientos más importantes ocurridos en el año de destino. Les solicitamos lean atentamente el Manual de Prohibiciones, que podrán encontrar en el bolsillo ubicado frente a sus asientos, donde se detallan las precauciones que debe seguir todo viajero del tiempo. Se ruega a los pasajeros que apaguen sus equipos electrónicos, pongan sus respaldos en posición vertical y ajusten sus cinturones. Les agradecemos hayan elegido transportarse a través de nuestra empresa y deseamos disfruten del viaje. Esperamos encontrarlos pronto nuevamente a bordo, para revivir estos fantásticos momentos, cuantas veces quieran.
viernes, 27 de noviembre de 2009
Cuestión de gustos
- Gustos son gustos - decía Zenobio mientras se revolcaba en el lodo con los chanchos.
Al ver la escena, la gallina celosa empezó a cacarear.
- No hay caso. Me peiné las plumas, pero el gaucho ni me mira.
Es que al hombre le gustaban más las costillitas que los huevos fritos.
Al ver la escena, la gallina celosa empezó a cacarear.
- No hay caso. Me peiné las plumas, pero el gaucho ni me mira.
Es que al hombre le gustaban más las costillitas que los huevos fritos.
lunes, 23 de noviembre de 2009
Hierba mala
- ¡Larga vida al rey! – gritaba Luis Capeto, de pie frente a la multitud embravecida, con la corona en su mano derecha, y su cabeza en la otra.
miércoles, 18 de noviembre de 2009
miércoles, 11 de noviembre de 2009
El acompañante
Mi compañero de cuarto tiene hábitos extraños. Con las primeras luces de la mañana, se levanta gruñendo a cerrar las persianas. Adora la oscuridad y el silencio de las noches, para sentarse a observar, emocionado, las estrellas fugaces. Prefiere esconderse en el armario cuando recibo visitas (no sé si lo hace por cortesía, por retraimiento o porque teme que el invitado sea alguno de esos sujetos que, según me cuenta, lo buscan para atraparlo). Conozco el riesgo, pero protejo su secreto de manera cómplice. Desde aquella noche tormentosa en que se instaló en mi casa, se convirtió en mi mejor compañía, en un compinche fuera de serie. Lo atiendo y lo alimento como a un bebé indefenso, y por las tardes le preparo un baño de inmersión, para que juegue, por un largo rato, con la esponja jabonosa entre sus tentáculos.
sábado, 7 de noviembre de 2009
La bella y la bestia
Todas las noches en la cama, me transformo en una bestia. Estoy seguro de que ella me hubiera alertado, pero se dio cuenta demasiado tarde.
miércoles, 4 de noviembre de 2009
Superpoderosos
– I –
Desde la muerte de Luisa, las calles se cubrieron de cráteres extraños. En la terraza del enorme rascacielos, Superman planea un nuevo salto suicida.
– II –
La historia nos fue contada de manera equivocada: el murciélago gigante se pone el disfraz de Bruce Wayne, y no al revés.
– III –
Retirado de la lucha contra el crimen, el veterano Hombre Araña se dedica al tejido de suéteres de seda.
– IV –
La Academia de Superhéroes es una organización mafiosa. Superman se encarga de convencer a los aspirantes de que podrán volar, y Batman de hacer desaparecer los cuerpos de aquellos que no lo logran.
– V –
– Ahora soy la Mujer Maravilla – exclamó Robin, al salir del quirófano.
martes, 3 de noviembre de 2009
Buenas noticias
Estimados amigos lectores:
Por primera vez desde el lanzamiento de este blog, los molestaré con una entrada informativa, que espero sepan disculpar.
Quiero contarles que el sitio Premios Blogdeldía ha decidido premiar a "El Living sin Tiempo" como blog del día 3 de Noviembre de 2009, publicando en dicha página una entrevista que permite conocer un poco más el origen de este proyecto.
Este reconocimiento me llena de orgullo y emoción, y llega en un momento muy especial, dado que coincide temporalmente con el Primer Premio obtenido por mi microficción "Bichos" en el concurso de Minificciones del mes de octubre de 2009 y con la publicación de mi relato "Un beso y una flor" en el N°23 de la revista Oblogo, de amplia distribución libre y gratuita en la ciudad de Buenos Aires.
De esta manera, siento que empiezan a cumplirse los objetivos de este espacio iniciado, con más ganas que talento, el 26 de febrero de este año.
Quiero agradecer a todos aquellos que visitan el Living periódicamente para leer mis textos, y en especial a todos los lectores que generosamente se animan a dejar sus comentarios, críticas y elogios, que son el estímulo más importante para el nacimiento de nuevas letras que ocupen cada rincón de este lugar de encuentros y cuentos. ¡Muchísimas gracias! El Living sin Tiempo sin ustedes no tendría ningún sentido.
lunes, 2 de noviembre de 2009
Infinitos cardinales
- ¿Vamos?
- ¿Otra vez?
- ¿Por qué no?
- Porque ya fracasamos.
- Movámonos hacia el otro lado entonces.
- ¿Valdrá la pena el intento?
- Mientras haya puntos inexplorados hacia donde dirigirse, existirá la posibilidad de encontrar lo que buscamos.
Y fue así como, sin brújulas ni mapas, retomaron la marcha, tomados de la mano.
viernes, 30 de octubre de 2009
Aventura a ciegas (minificción sonora)
Sus gritos masculinos se confundieron con el retumbo de un portazo y un televisor a todo volumen que nunca fue apagado. Afuera, los ecos de la ciudad en plena actividad se manifestaron en bocinas irritantes, altoparlantes confusos y voces desconocidas. Más tarde, se contentó con el sonido suave del viento, mezclado con el piar lejano de las aves del descampado. En el final del recorrido, antes del imperioso silencio, llegó a escuchar el atemorizante taconeo de las botas.
miércoles, 28 de octubre de 2009
El dragón ausente
Escondida entre los multicolores montes Apeninos, se encuentra la morada de un dragón bravío. Se discute, entre los especialistas, la razón por la cual, desde hace siglos, el animal fabuloso no accede a ser visto. Algunos afirman que se esconde por vergüenza, desde que perdió la capacidad de producir fuego. Otros, con mayor rigor histórico, aseguran que el dragón se condenó al ostracismo por remordimiento. Sólo así se explica que su desaparición haya sido concurrente con aquel famoso incendio de Roma.
domingo, 25 de octubre de 2009
Rosas
Todas las rosas tienen espinas, pero esta Rosa tiene un cuchillo, y viene corriendo detrás de mí.
miércoles, 21 de octubre de 2009
Zapping
En apenas una hora, colmó sus ojos de imborrables imágenes televisivas, una vez más. El gol de Maradona a los ingleses en el ’86, un viaje en el tiempo a bordo de un De Lorean DMC-12, el grito de victoria de Balboa abrazado con Adrian, los desopilantes disparates de Balá, un concierto rimbombante de Madonna, la sensual apertura de piernas de Sharon, la llegada del hombre a la Luna, el vuelo en bicicleta de un niño y su extraterrestre, la ternura del Chavo y sus vecinos, y las últimas hazañas de James Bond, se mezclaban ordenadamente en la pantalla, a su gusto y demanda. Qué belleza, cuántos recuerdos, pensaba. Mientras Sam tocaba el piano en Casablanca, el televidente cerró los ojos con lentitud. La música siguió sonando por un largo rato, aunque él, desde su cama cada vez más fría, la dejó de escuchar.
lunes, 19 de octubre de 2009
Las mil y una bodas
Mientras el centro comercial permanece abierto, un vestido blanco se exhibe inmóvil en el escaparate. Cada noche, apenas el sereno abandona la sala, comienza la fantástica escena de la boda, en la que la novia imaginaria contrae matrimonio con un muñeco elegante de la sección de hombres. Todo el mobiliario los observa, mientras bailan un mágico vals vienés entre los percheros. La fiesta continúa alegremente hasta el alba, en que vuelven la quietud, el desamor, la indiferencia. Antes que se enciendan las luces del salón, los recién casados acuerdan su divorcio, sólo por las dudas. Saben que así sufrirán menos por la ausencia, en caso que uno de ellos tuviera la desgracia de partir.
La foto "Novia por dos pesos" es propiedad de Christian Pereira y se publica con autorización del autor, únicamente para su exhibición en este blog.
viernes, 16 de octubre de 2009
Perfumes
Por cuestiones de supervivencia, la tarántula que habita mi patio, usa desodorante todas las mañanas. Así evita que la huelan mis perros hambrientos. El gato del vecino, menos coqueto, no tuvo la misma suerte.
miércoles, 14 de octubre de 2009
Bichos
La metamorfosis de Gregorio Samsa no fue un caso aislado en la familia. Más tarde, se supo que su madre se transformó en una araña de variedad peligrosa, su hermana en una oruga llena de pelos, su abuela en un brillante escarabajo, su tía en una laboriosa hormiga colorada y su primo en una mosca buena para nada, en ese orden, para nombrar solamente algunos de los casos. La única esperanza de la estirpe de los Samsa está puesta en el padre de Gregorio que, gracias a su eterna rebeldía, logró convertirse en un chihuahua alegre de cola movediza, y sobrevivió a todos los insecticidas.
El presente microrrelato obtuvo el Primer premio en el concurso de Minificciones del mes de octubre de 2009, inspirado en la imagen aquí incluida.
domingo, 11 de octubre de 2009
El verdadero pecado
Lo esperó durante horas, para ofrecerle la fruta prohibida. Pero el hombre, conocedor de los riesgos de la tentación, no tuvo coraje suficiente para asistir al encuentro. Cuando los ojos omnipresentes vieron la escena, Dios expulsó al cobarde de sus hermosos jardines. Había dotado a la mujer de extraordinaria hermosura, para que, puesta en sus manos, la mágica fruta fuera más deseable. El verdadero pecado del hombre fue esquivar sus instintos naturales, y no comerla.
jueves, 8 de octubre de 2009
El triste final de un mito
Tarde o temprano, el paso del tiempo se torna evidente para todos. Aunque el anciano colma su vida con fabulosas mentiras, no encuentra la forma de hacerla crecer. Con resignación, asume que ha llegado la hora de la verdad. El cruel espejo muestra dos lágrimas tristes, que se deslizan a la carrera, sobre el flácido apéndice nasal del viejo Pinocho.
lunes, 5 de octubre de 2009
Los ancestros de Adán
En un momento breve y olvidado de la Historia, en algún rincón perdido del Planeta, existió un lugar habitado solo por hombres, y sin ninguna mujer. Todos ellos eligieron suicidarse y el Paraíso quedó en absoluta soledad. No tardé en darme cuenta del motivo: no tenían una razón para vivir.
miércoles, 30 de septiembre de 2009
Histeria
Tras varias horas de fatigosa espera, pudo sentir la tensión de la tanza. Aflojó la línea y lo dejó correr a su merced, deseándolo, disfrutándolo e imaginando todo lo que haría con él. Cuando lo tuvo en sus manos, se sintió tan responsable, que soltó el anzuelo de su boca y lo dejó ir.
lunes, 28 de septiembre de 2009
La vida hecha juego
El club de fanáticos del Juego de la Vida se reúne, todos los miércoles a las ocho de la noche, en el sótano de una vieja juguetería abandonada del barrio de Once. Allí se ubican diez largas mesas que sostienen los coloridos tableros, alrededor de los cuales se agrupan quienes deciden emprender el camino de una nueva vida, plagada de éxitos y fracasos en el medio, con el objetivo de llegar a adulto gozando de un ingreso digno y una familia feliz. Ponen sus sueños, proyectos, miedos y fracasos en manos de una clavija montada en un auto diminuto, que representa al sujeto que ellos quisieran ser. Así, todo es más fácil. Si no pudo recibirse de ingeniero, es por culpa de la ruletita.
viernes, 25 de septiembre de 2009
El testigo silencioso
Pude ver la escena claramente. Fui un testigo preferencial de cada uno de los hechos que terminaron en el pavoroso asesinato de la mujer de cabellos rojizos. Recuerdo haberla visto llegar, caminando del brazo de aquel hombre calvo, bajo la sombra que producen los árboles de enfrente. Se la veía espléndida, gozosa, hasta que su compañero se alejó por la esquina, tras besarla calurosamente en los labios. La joven mostraba una sonrisa infinita, perfectamente combinada con el brillo de sus ojos. Pero su rostro mutó súbitamente, al ver llegar, a la carrera, al hombre corpulento de pelo oscuro que, con su dedo índice en alto, le hacía reproches, pedía explicaciones, la insultaba duramente. En un instante mínimo, aconteció la escena del crimen, el musculoso con el cuchillo brillante en su mano derecha, y el histérico grito de la mujer que se apagaba lentamente, como una radio a pilas cuando se queda sin energía. Pensé en socorrerla, a pesar de conocer el riesgo de convertirme en una víctima inocente, de esas que suelen aparecer en los titulares de los diarios, por involucrarse donde no corresponde. Sin embargo, me mantuve inmóvil y en silencio, observando, pasivamente, como su vida corta y alegre se apagaba frente a mí. Un vehículo policial está estacionado frente al cadáver solitario de la dama. Creo que buscan testigos, aunque me miran, sin preguntar nada. Juro que les contaría todo detalladamente, sólo si pudiera despegar mi cuerpo plástico y estático, de esta maldita vidriera.
La foto "El no te metas" es propiedad de Christian Pereira y se publica con autorización del autor, únicamente para su exhibición en este blog.
miércoles, 23 de septiembre de 2009
martes, 22 de septiembre de 2009
La compensación del robo
Una tarde soleada de otoño, me robó tres besos, dos abrazos y un “te quiero”. Luego, en pocos días, se apoderó de mi corazón, de mi alma y hasta de mis pensamientos. Cuando culminó la sustracción, tomó el botín y me dejó solo, con la impotencia de un hombre que ha sido estafado. Pero, afortunadamente, encontré un alivio entre tanto desconsuelo. Desde entonces, noche a noche, compenso la pérdida con el recuerdo de su cuerpo, que aparece libre y animado, en mis sueños más perversos.
domingo, 20 de septiembre de 2009
Imperdonable
Ella no encontró razones para enojarse cuando su novio decidió invitar a su ex pareja a su ceremonia de casamiento, aunque sospechaba que algo extraño podría suceder. Por eso, no le sorprendió que la mujer entrara a la Iglesia vestida de blanco, extrajera un revólver de su cartera y, en medio de la celebración, vaciara el cargador en el cuerpo de quién iba a convertirse en su flamante esposo. A pesar de ello, no la juzga, es una mujer enferma, a la que pueden condonársele algunos actos de celosa locura.
Pero hay algo que la novia no será capaz de perdonar. Frente al espejo de la habitación vacía, observa entristecida su soñado vestido de novia, arruinado perpetuamente por las imborrables y espantosas gotas rojas, que siempre le recordarán su frustrado matrimonio.
Pero hay algo que la novia no será capaz de perdonar. Frente al espejo de la habitación vacía, observa entristecida su soñado vestido de novia, arruinado perpetuamente por las imborrables y espantosas gotas rojas, que siempre le recordarán su frustrado matrimonio.
Cuento presentado por el autor en el concurso Minificciones del mes de septiembre de 2009, inspirado en la imagen aquí incluida.
jueves, 17 de septiembre de 2009
A las ocho en el Bar Villarreal
El hombre llegó al establecimiento a las ocho en punto y eligió una mesa pequeña ubicada en el fondo del bar. Desde allí, tendría un panorama completo del salón. Vestía una camisa blanca de mangas cortas y pantalón de jeans, llevaba el pelo oscuro perfectamente peinado y una computadora portable en su mano derecha. Ordenó al mesero una cerveza en lata bien fría y recorrió el bar con la mirada. La chica aún no había llegado.
Cinco minutos más tarde, ella ingresó al Bar Villarreal y ocupó una mesa pequeña junto al ventanal. Desde las mesas contiguas podía olerse el exquisito aroma de su afrodisíaco perfume francés, mezclado con el olor de los sándwiches tostados. Usaba un largo vestido negro sin demasiadas exhibiciones, una flor anaranjada decorando su peinado y un par de gruesos anteojos que le daban un estilo intelectual. Pidió al mozo un jugo de naranja, mientras encendía su computadora portátil, con conexión a Internet. Deseaba conversar con el joven que había conocido con el seudónimo El Oso, a través de un programa de conferencias de la red virtual.
El Oso se había interesado en la Mujer Maravilla desde el primer día, porque ella usaba como apodo el nombre de fantasía de la protagonista femenina de sus historietas favoritas.
“Mujer Maravilla ha iniciado sesión”, pudo leerse en la pantalla del Oso.
“Hola”, escribió el Oso, e instantáneamente pudo ver la cara de felicidad que se marcaba en el rostro de la mujer perfumada.
Habían intercambiado anécdotas, fotos, tristezas, confidencias y palabras dulces a través del ciberespacio, pero aún no se habían animado a conocerse. Sin embargo, esa tarde sólo los separaban unos pocos metros de distancia. El Oso estaba allí, observándola atentamente, desde la mesa del fondo del mismo bar que ella solía frecuentar. La había reconocido apenas la vio entrar al local, aunque ella no era parecida a la imagen de la foto digital. Había cambiado el color y el corte de su pelo, y eso la hacía lucir aún más atractiva.
Es ahora o nunca, pensó El Oso, y se acercó hasta la mesa de la mujer concentrada en la pantalla del monitor. No hicieron falta presentaciones ni excusas. La Mujer Maravilla sabía que él estaba allí por ella, y se alegró por su atrevimiento. Cruzaron sus miradas y sus sonrisas por primera vez y festejaron el encuentro con un tierno abrazo. Cómplices, sus computadoras personales se apagaron por el resto de la tarde. Desde entonces, el Oso y la Mujer Maravilla decidieron desaparecer de sus vidas para siempre, para dejar sus lugares a los sonrientes Marcelo y Catalina, que ahora se miran dulcemente a los ojos. Ellos se encuentran en aquel bar, todas las tardes a las ocho, para ocupar con besos, mimos y palabras de amor, los espacios que hasta entonces, ocupaban sus letras.
Cinco minutos más tarde, ella ingresó al Bar Villarreal y ocupó una mesa pequeña junto al ventanal. Desde las mesas contiguas podía olerse el exquisito aroma de su afrodisíaco perfume francés, mezclado con el olor de los sándwiches tostados. Usaba un largo vestido negro sin demasiadas exhibiciones, una flor anaranjada decorando su peinado y un par de gruesos anteojos que le daban un estilo intelectual. Pidió al mozo un jugo de naranja, mientras encendía su computadora portátil, con conexión a Internet. Deseaba conversar con el joven que había conocido con el seudónimo El Oso, a través de un programa de conferencias de la red virtual.
El Oso se había interesado en la Mujer Maravilla desde el primer día, porque ella usaba como apodo el nombre de fantasía de la protagonista femenina de sus historietas favoritas.
“Mujer Maravilla ha iniciado sesión”, pudo leerse en la pantalla del Oso.
“Hola”, escribió el Oso, e instantáneamente pudo ver la cara de felicidad que se marcaba en el rostro de la mujer perfumada.
Habían intercambiado anécdotas, fotos, tristezas, confidencias y palabras dulces a través del ciberespacio, pero aún no se habían animado a conocerse. Sin embargo, esa tarde sólo los separaban unos pocos metros de distancia. El Oso estaba allí, observándola atentamente, desde la mesa del fondo del mismo bar que ella solía frecuentar. La había reconocido apenas la vio entrar al local, aunque ella no era parecida a la imagen de la foto digital. Había cambiado el color y el corte de su pelo, y eso la hacía lucir aún más atractiva.
Es ahora o nunca, pensó El Oso, y se acercó hasta la mesa de la mujer concentrada en la pantalla del monitor. No hicieron falta presentaciones ni excusas. La Mujer Maravilla sabía que él estaba allí por ella, y se alegró por su atrevimiento. Cruzaron sus miradas y sus sonrisas por primera vez y festejaron el encuentro con un tierno abrazo. Cómplices, sus computadoras personales se apagaron por el resto de la tarde. Desde entonces, el Oso y la Mujer Maravilla decidieron desaparecer de sus vidas para siempre, para dejar sus lugares a los sonrientes Marcelo y Catalina, que ahora se miran dulcemente a los ojos. Ellos se encuentran en aquel bar, todas las tardes a las ocho, para ocupar con besos, mimos y palabras de amor, los espacios que hasta entonces, ocupaban sus letras.
lunes, 14 de septiembre de 2009
Desde abajo de las sábanas
Aquella noche, mientras dormía, escuché un ruido estridente que me hizo despertar. Encendí la luz de la mesa de noche y pude ver un duende en el suelo, en plena búsqueda desesperada debajo de mi cama. Al verme despierto, se incorporó de un salto y arrojó sobre mí una mirada desafiante. Decía venir de una tierra de fantasía, tras los pasos de un hada rebelde que había logrado esconderse en algún lugar de Buenos Aires. Aseguraba que la mujercita alada era extremadamente peligrosa, por su capacidad de enamorar perdidamente al primer hombre que osara mirarla directamente a los ojos.
Los últimos informes recibidos desde su lugar de origen afirmaban que la dama fantástica se hallaba alojada en alguna de las múltiples viviendas de mi barrio. Aseguré no haberla visto y me comprometí a informarle en el futuro cualquier noticia que tuviera de aquella extraña doncella. Satisfecho, el pequeño sujeto vestido de verde inclinó su cabeza para agradecerme y escapó a la carrera, trepando ágilmente por la chimenea.
Dos minutos más tarde, ella abrió la puerta del baño contiguo y volvió a la cama. Allí noté, por primera vez, las marcas de la extirpación sobre su espalda.
- Ya no podrán encontrarme – me dijo sonriente - Me quedaré contigo para siempre.
Con su cuerpo mínimo enroscado al mío, sellamos nuevamente nuestros labios en un profundo beso de amor. A partir de entonces, aunque ya no tenga aquellas alas preciosas con las que llegó planeando hasta mi ventana, ella logra remontarme en vuelo diariamente, desde abajo de las sábanas.
Los últimos informes recibidos desde su lugar de origen afirmaban que la dama fantástica se hallaba alojada en alguna de las múltiples viviendas de mi barrio. Aseguré no haberla visto y me comprometí a informarle en el futuro cualquier noticia que tuviera de aquella extraña doncella. Satisfecho, el pequeño sujeto vestido de verde inclinó su cabeza para agradecerme y escapó a la carrera, trepando ágilmente por la chimenea.
Dos minutos más tarde, ella abrió la puerta del baño contiguo y volvió a la cama. Allí noté, por primera vez, las marcas de la extirpación sobre su espalda.
- Ya no podrán encontrarme – me dijo sonriente - Me quedaré contigo para siempre.
Con su cuerpo mínimo enroscado al mío, sellamos nuevamente nuestros labios en un profundo beso de amor. A partir de entonces, aunque ya no tenga aquellas alas preciosas con las que llegó planeando hasta mi ventana, ella logra remontarme en vuelo diariamente, desde abajo de las sábanas.
viernes, 11 de septiembre de 2009
La búsqueda inútil
Como primera opción, decidió participar en un programa televisivo para conseguir pareja, pero a pesar de mostrarse simpático y tener buena presencia, no fue seleccionado por ninguna de las candidatas propuestas. Sin perder las esperanzas, concurrió a un local de baile exclusivo para solos y solas, pero tampoco tuvo éxito: el salón estaba lleno de hombres como él, pero con más suerte. Un amigo le sugirió que se conectara a una sala de conversación privada en Internet, repleta de mujeres solitarias y aburridas, pero ninguna de ellas se atrevió a aceptar su invitación para una cita a ciegas. Finalmente, cansado de sentir tanto rechazo, volvió resignado a su hogar apacible, para posar sus ojos brillantes en la mujer de pijama que, desde hace años, comparte su lecho.
martes, 8 de septiembre de 2009
El conjuro
Encontré un antiguo libro de magia negra abandonado en un estante polvoriento de la biblioteca de mi casa. Desde la tapa se anunciaba una enorme cantidad de hechizos y conjuros para todo tipo de situaciones y sujetos. Me llamó especialmente la atención una página marcada en el medio del volumen, en la que se indicaba una mágica receta para vengarse de un cónyuge infiel. Debían colocarse en un recipiente metálico tres flores marchitas, ropa interior usada por la persona desleal, dos dientes de ajo, una botella de licor de anís y el caparazón de una tortuga. Todo ello debía ser llevado al fuego y, frente a la fogata, debían repetirse unos extraños versos macabros escritos en latín. Cumplido ello, el autor aseguraba que se vengarían todos los actos impuros en el cuerpo del amante ocasional. Así fue como, imprevistamente, comprendí que no había sido casual que mi tortuga hubiera desaparecido el mismo día en que apareció muerto el mejor amigo de papá.
viernes, 4 de septiembre de 2009
Los sueños convenidos
Bajo la luna violácea del invierno, soñaban, sin saberlo, el uno con el otro. Se disfrutaban silenciosamente hasta el amanecer, liberando a la distancia, sus ardientes apetitos privados. Se encontraron casualmente una tarde cualquiera y, olvidando las razones que los separaban, pudieron confesarse aquellos sueños mutuos, con libertad y sin timidez. Desde entonces, se encuentran todas las noches, para amarse apasionadamente, a la hora convenida, cada uno desde su cama.
miércoles, 2 de septiembre de 2009
El carnicero habilidoso
Durante el extenso día laboral, el carnicero satisface los pedidos ansiosos de las mujeres del barrio, exhibiendo su habilidad con los cuchillos, al cortar las milanesas. Incansable, por las noches, sale a practicar sus técnicas, en los fríos cuerpos perfumados de sus mejores clientas.
La foto "Milangas" es propiedad de Christian Pereira y se publica con autorización del autor, únicamente para su exhibición en este blog.
lunes, 31 de agosto de 2009
Le Cirque Rouge
La caravana del circo arribó al pueblo aburrido, anunciando un espectáculo diferente. Entre el show de malabaristas y las bromas del viejo payaso, se presentaba, en el círculo de arena, un auténtico vampiro. Su acto consistía en fascinar a un enano, para luego beber la sangre de su cuello, frente a la mirada magnetizada de los pueblerinos. La rutina era escalofriante, pero muy original. El éxito del show fue tan contundente, que el circo debió extender su estadía en aquel sitio por toda la temporada. Pero, por desgracia, el stock de enanos se acabó rápidamente, y en las funciones siguientes, el pálido artista debió someter a su rutina a cada uno de sus compañeros del circo, incluido el dueño y los miembros de la orquesta. Ya sin música ni presentador, el exitoso vampiro anuncia el espectáculo de esta noche con una novedad. Por primera vez, solicitará la colaboración gentil y desinteresada de alguien del público.
sábado, 29 de agosto de 2009
El juego de la escalera
Las instrucciones del juego parecen claras. El competidor es colocado en la terraza de un enorme edificio, frente a la puerta de acceso a las escaleras. Apenas el juez lo ordene, comenzará su carrera descendente. En cada planta le espera una sorpresa, un sacrificio, una alegría o una decepción. A lo largo del camino, podrá encontrarse, entre otras cosas, con un ambiente lleno de insectos y serpientes venenosas, un difícil acertijo que resolver, un salvaje animal famélico, un monstruo asesino, una mujer ninfómana o una trampa mortal. Por cada obstáculo superado, se hará acreedor a una importante suma de dinero, que le será abonada cuando alcance la salida.
Cada uno de sus movimientos será capturado por alguna de las múltiples cámaras de televisión que se encuentran distribuidas a lo largo del edificio. El participante lleva consigo una mochila que contiene: un cuchillo, un revólver con seis balas, una calculadora, un diccionario, un destornillador, un rollo de cinta autoadhesiva, una botella de alcohol fino, una caja de preservativos, un moderno cortaplumas de múltiples usos, una soga y algunas latas de comida en conserva, por si su estadía en el edificio se prolonga más de lo esperado.
El conductor del programa le desea suerte y lo invita a cruzar la pequeña puerta de hierro, que será soldada por fuera. Ya pueden escucharse los alaridos, gruñidos, sirenas y otros ruidos extraños, provenientes de los niveles inferiores. El concursante se detiene antes de bajar la primera escalera y saluda sonriente frente a una de las cámaras. Pero su rostro se transformará repentinamente, cuando mire con atención hacia abajo y descubra que, al igual que los infructuosos participantes anteriores, él también ha sido víctima de un aterrador engaño. No existe una planta baja ni una meta que pueda alcanzar para poner fin al juego. Los pisos inferiores se repiten continuamente, hasta el infinito.
La foto "Escalera al infierno" es propiedad de Christian Pereira y se publica con autorización del autor, únicamente para su exhibición en este blog.
El conductor del programa le desea suerte y lo invita a cruzar la pequeña puerta de hierro, que será soldada por fuera. Ya pueden escucharse los alaridos, gruñidos, sirenas y otros ruidos extraños, provenientes de los niveles inferiores. El concursante se detiene antes de bajar la primera escalera y saluda sonriente frente a una de las cámaras. Pero su rostro se transformará repentinamente, cuando mire con atención hacia abajo y descubra que, al igual que los infructuosos participantes anteriores, él también ha sido víctima de un aterrador engaño. No existe una planta baja ni una meta que pueda alcanzar para poner fin al juego. Los pisos inferiores se repiten continuamente, hasta el infinito.
La foto "Escalera al infierno" es propiedad de Christian Pereira y se publica con autorización del autor, únicamente para su exhibición en este blog.
martes, 25 de agosto de 2009
El niño artesano
Sus manos pequeñas amasan la masilla cariñosamente, buscando encontrar la forma perfecta. En algún lugar, creyó escuchar que un hada misteriosa a veces regala el milagro de la vida a los muñecos, y él siempre quiso un hermano. El reloj colgado en el taller indica que queda poco tiempo. Tiene que apurarse, su obra deberá estar lista antes que despierte Gepetto.
Nota: Ignacio Reiva (habitante ilustre del Living) me regaló la idea y las primeras letras de este cuento, para que le diera forma final y lo publicara aquí. Muchas gracias Ignacio! Fue un placer haber podido trabajar con vos en este relato conjunto. Espero que te guste el resultado final.
Nota: Ignacio Reiva (habitante ilustre del Living) me regaló la idea y las primeras letras de este cuento, para que le diera forma final y lo publicara aquí. Muchas gracias Ignacio! Fue un placer haber podido trabajar con vos en este relato conjunto. Espero que te guste el resultado final.
sábado, 22 de agosto de 2009
El libro del amor
Entregados a las pasiones carnales más profundas, sus cuerpos fueron capaces de escenificar cada una de las artes amatorias del Kamasutra. Pero los frívolos deseos materiales lograron vencer al amor, cuando la mujer de Vatsyayana descubrió el libro publicado en una tienda de la India y demandó a su marido por sus derechos de autor.
miércoles, 19 de agosto de 2009
Tres deseos
Me sentí tan culpable por no haber podido acompañarla en el día de su cumpleaños, que decidí hacerle un regalo especial para lograr su perdón. Fui a visitarla al día siguiente con una enorme torta mágica que, según prometía el anuncio de la pastelería, era capaz de hacer realidad los deseos del agasajado. Coloqué las velas especiales sobre el pastel, la invité a pedir sus tres deseos y comencé a cantar. Me miró con una sonrisa pícara y extraña, antes de soplar sobre las pequeñas llamas, hasta dejar el ambiente en absoluta oscuridad. Al encender las luces, me encontré solo, encerrado en un pesado infierno de fuego intolerable, sobrevolado por gritos de histeria y desesperación. Mi única esperanza es pensar que ella aún puede tener otros dos deseos por cumplir. Sólo espero que utilice alguno de ellos para hacerme regresar.
jueves, 13 de agosto de 2009
El Club de los sufridores
Todos los lunes a la hora de la siesta, se reúnen en la sede de la institución, los miembros del Club de los sufridores. Cada uno de sus integrantes se jacta de ser víctima habitual de situaciones terribles y desgraciadas, que son causa de su constante infelicidad. Ubicados en las incómodas butacas del auditorio, debaten sobre los hechos negativos sufridos por cada uno de ellos durante la semana anterior.
– Estuve internado por una afección estomacal muy grave, por culpa de la cual no podré ingerir nunca más alimentos envasados – anunció el primero.
– ¡Eso no es nada! A mí me echaron del trabajo por reducción de personal. Ahora no podré pagar mis deudas y seguramente perderé gran parte de mis bienes – explicó el segundo socio.
– Lo mío es mucho peor – exclamó el tercer miembro – Se murió mi gato siamés, perdí una fortuna en las carreras de caballos y fui atacado por el perro de mi vecino. Definitivamente, esta semana no me llevé bien con los animales.
– Nada de eso se compara con lo que me pasó a mí – advirtió el cuarto socio expositor – Tuve que iniciar los trámites de divorcio luego de encontrar a mi esposa en la cama con un compañero de trabajo. Dos días después, unos ladrones desvalijaron mi casa y, para colmo, mi médico me dijo que estoy perdiendo la vista y quedaré irremediablemente ciego.
Los restantes asistentes a la reunión continuaron exponiendo sus miserias, orgullosos de haber vivido aquellas tragedias dignas de todo miembro de esa renombrada institución. Finalmente, llegó el turno del pobre Norberto, que esperaba con ansiedad el momento de iniciar su discurso.
– Mi semana ha sido realmente terrible – lamentó – Inicié una relación sentimental con la mujer de mis sueños, fui contratado por una empresa multinacional para una posición gerencial con condiciones inmejorables, compré un billete de lotería y gané una fortuna, mi equipo de fútbol se consagró campeón del torneo por primera vez en su historia y, tras diez años de distanciamiento, me reencontré con mi mejor amigo de la infancia. Es espantoso confesarlo, pero esta semana no he vivido ningún acontecimiento triste que les pueda relatar.
El auditorio se cubrió de un rígido silencio y todas las miradas apuntaron al presidente de la asociación que, tras unos segundos de análisis, debió tomar la decisión que todos los allí presentes imaginaban.
– Estimado socio, usted sabe que nuestro club no admite miembros con vidas felices – dijo el veterano dirigente – Debo pedirle que tome sus cosas y abandone nuestra honorable institución para siempre.
Apenas alcanzó la calle, el rostro de Norberto se cubrió de lágrimas. Maldijo sus recientes días de bienestar, en que aquellos logros inesperados lo habían condenado a su exclusión del grupo selecto. Por culpa de ello, estaba viviendo el día más triste de su vida y ningún sufrimiento experimentado en el pasado podía compararse con aquella sensación de infinita angustia. Sintió que, por fin, había logrado convertirse en el más afligido de los sufridores, algo que seguramente hubiera despertado la envidia de los restantes miembros del club. Entonces, sabiendo que la vida que tenía por delante sería inevitablemente mucho mejor, secó sus lágrimas con una de las mangas de su camisa y comenzó a sonreír.
– Estuve internado por una afección estomacal muy grave, por culpa de la cual no podré ingerir nunca más alimentos envasados – anunció el primero.
– ¡Eso no es nada! A mí me echaron del trabajo por reducción de personal. Ahora no podré pagar mis deudas y seguramente perderé gran parte de mis bienes – explicó el segundo socio.
– Lo mío es mucho peor – exclamó el tercer miembro – Se murió mi gato siamés, perdí una fortuna en las carreras de caballos y fui atacado por el perro de mi vecino. Definitivamente, esta semana no me llevé bien con los animales.
– Nada de eso se compara con lo que me pasó a mí – advirtió el cuarto socio expositor – Tuve que iniciar los trámites de divorcio luego de encontrar a mi esposa en la cama con un compañero de trabajo. Dos días después, unos ladrones desvalijaron mi casa y, para colmo, mi médico me dijo que estoy perdiendo la vista y quedaré irremediablemente ciego.
Los restantes asistentes a la reunión continuaron exponiendo sus miserias, orgullosos de haber vivido aquellas tragedias dignas de todo miembro de esa renombrada institución. Finalmente, llegó el turno del pobre Norberto, que esperaba con ansiedad el momento de iniciar su discurso.
– Mi semana ha sido realmente terrible – lamentó – Inicié una relación sentimental con la mujer de mis sueños, fui contratado por una empresa multinacional para una posición gerencial con condiciones inmejorables, compré un billete de lotería y gané una fortuna, mi equipo de fútbol se consagró campeón del torneo por primera vez en su historia y, tras diez años de distanciamiento, me reencontré con mi mejor amigo de la infancia. Es espantoso confesarlo, pero esta semana no he vivido ningún acontecimiento triste que les pueda relatar.
El auditorio se cubrió de un rígido silencio y todas las miradas apuntaron al presidente de la asociación que, tras unos segundos de análisis, debió tomar la decisión que todos los allí presentes imaginaban.
– Estimado socio, usted sabe que nuestro club no admite miembros con vidas felices – dijo el veterano dirigente – Debo pedirle que tome sus cosas y abandone nuestra honorable institución para siempre.
Apenas alcanzó la calle, el rostro de Norberto se cubrió de lágrimas. Maldijo sus recientes días de bienestar, en que aquellos logros inesperados lo habían condenado a su exclusión del grupo selecto. Por culpa de ello, estaba viviendo el día más triste de su vida y ningún sufrimiento experimentado en el pasado podía compararse con aquella sensación de infinita angustia. Sintió que, por fin, había logrado convertirse en el más afligido de los sufridores, algo que seguramente hubiera despertado la envidia de los restantes miembros del club. Entonces, sabiendo que la vida que tenía por delante sería inevitablemente mucho mejor, secó sus lágrimas con una de las mangas de su camisa y comenzó a sonreír.
lunes, 10 de agosto de 2009
Un ensayo concluyente
El experimento había sido ensayado con éxito en monos, cerdos y cobayos, pero aún faltaba probar sus efectos en el organismo humano. Si la prueba funcionaba, el descubrimiento cambiaría para siempre la historia de la humanidad. Es una experiencia indolora, aseguraba el científico, pero pidió que le suministraran un sedante, hasta que todo estuviera dispuesto para que él mismo fuera el sujeto pasivo de la demostración. Al despertar, se encontró atado por correas a una incómoda camilla, ubicada frente a una cámara encendida de televisión. Lo último que alcanzó a ver fueron los ojos culposos del hombre vestido de blanco, en el momento exacto en que presionaba el émbolo de la fría inyección letal.
Cuento presentado por el autor en el concurso Minificciones del mes de agosto de 2009, inspirado en la imagen aquí incluida.
viernes, 7 de agosto de 2009
La sombra más grande
Bajo la sombra del viejo roble, el jardinero plantó una nueva especie. El flamante árbol era delgado, casi raquítico, pero sus hojas tenían el brillo típico de los ejemplares noveles. Sus ramas crecían fuertes y esplendorosas, ante la mirada celosa de su viejo compañero. Con la llegada de la primavera, brotaron sus primeras flores hermosas, que opacaban la presencia del antiguo ejemplar y eran preferidas por las aves del lugar. La situación se agravó cuando el recién llegado comenzó a coquetear con una pequeña flor violeta, que había crecido entre los dos árboles de manera salvaje, de la cual el roble se había enamorado profundamente. Entonces, el árbol celoso abrió sus ramas para aumentar su sombra al máximo, hasta cubrir de fría oscuridad al indefenso arbolito. Luego, absorbió enérgicamente todo el agua y los nutrientes de la tierra, con el único objetivo de dejar al novato sin las condiciones mínimas para sobrevivir. No le importó que, por ello, muriera también la hermosa violeta que, durante algún tiempo, había alegrado sus días tristes. Pronto, el arcaico roble volvió a convertirse en el rey del jardín, enérgico, noble, impactante, imbatible ante los efectos del sol y los vientos de tormenta. Una semana más tarde, fue el hombre quién hizo justicia frente a aquellos crímenes botánicos injustificables y, tras arrasar con todo ser vivo existente en el verde paraíso, ordenó construir un imperturbable bloque de cemento, donde hoy funciona un hipermercado.
martes, 4 de agosto de 2009
Un breve regreso
El hombre recién llegado se sentó a la mesa iluminada por la tenue luz de las velas, ante la ansiosa mirada de Silvia. Ella estaba entusiasmada de recibir al visitante y usaba el vestido negro que él le había regalado tres años antes, para su último aniversario.
El penetrante aroma de la carne asándose en el horno que provenía de la cocina se mezclaba con el dulce olor de los ardientes sahumerios hindúes, que transmitían energía y magia al ambiente. Ernesto adoraba la carne al horno con papas (ella recordaba que era su plato favorito) y el reencuentro era una oportunidad inmejorable para agasajarlo.
- Estás igual a la última vez que nos vimos – murmuró Silvia, mientras recorría al hombre con la mirada – Parece que el tiempo no hubiera pasado para vos.
Ernesto la observaba en silencio, pero sonriente. Estaba tan sorprendido como ella de haber podido concretar aquel reencuentro después de tantos años de ausencia y melancolía.
Sobre la mesa, Silvia había dispuesto una botella de exquisito Syrah argentino, perfecta para la ocasión. Sin embargo, en el momento del brindis, un acontecimiento fortuito hizo que la velada se interrumpiera abruptamente. Sin que la anfitriona tuviera tiempo de impedirlo, el huésped tomó, por error, la copa invertida a través de la cual ella había invocado su presencia, y se esfumó repentinamente en el humo de las velas, dejando a la viuda nuevamente sola y envuelta en llanto, con la cena a punto de ser servida.
El penetrante aroma de la carne asándose en el horno que provenía de la cocina se mezclaba con el dulce olor de los ardientes sahumerios hindúes, que transmitían energía y magia al ambiente. Ernesto adoraba la carne al horno con papas (ella recordaba que era su plato favorito) y el reencuentro era una oportunidad inmejorable para agasajarlo.
- Estás igual a la última vez que nos vimos – murmuró Silvia, mientras recorría al hombre con la mirada – Parece que el tiempo no hubiera pasado para vos.
Ernesto la observaba en silencio, pero sonriente. Estaba tan sorprendido como ella de haber podido concretar aquel reencuentro después de tantos años de ausencia y melancolía.
Sobre la mesa, Silvia había dispuesto una botella de exquisito Syrah argentino, perfecta para la ocasión. Sin embargo, en el momento del brindis, un acontecimiento fortuito hizo que la velada se interrumpiera abruptamente. Sin que la anfitriona tuviera tiempo de impedirlo, el huésped tomó, por error, la copa invertida a través de la cual ella había invocado su presencia, y se esfumó repentinamente en el humo de las velas, dejando a la viuda nuevamente sola y envuelta en llanto, con la cena a punto de ser servida.
martes, 28 de julio de 2009
Un tipo sensible
Cuando cae la tarde, ella le lleva flores a su tumba. A él le encanta olfatearlas, antes de volver a dormirse.
sábado, 25 de julio de 2009
La fiesta que no fue
Sonaron las doce campanadas y la joven aún lloraba en el patio de la casona.
- ¡No es mi culpa! - exclamó el hada madrina - Es imposible hacer un carruaje con una pelota.
Es que había sido un día tan complicado, que la pobre Cenicienta no había podido pasar por la verdulería.
- ¡No es mi culpa! - exclamó el hada madrina - Es imposible hacer un carruaje con una pelota.
Es que había sido un día tan complicado, que la pobre Cenicienta no había podido pasar por la verdulería.
miércoles, 22 de julio de 2009
Una fantasía cumplida
Los ojos abiertos de la mujer seguían mirándome fijamente desde la cama. Al observar su armónico cuerpo desnudo descansando entre las sábanas, mostré una sonrisa amplia y satisfecha, típica de un hombre que acaba de cumplir con su ansiada fantasía. Sin duda alguna, había sido una noche especial, ejecutada con la misma perfección con que la había imaginado toda mi vida. En la ducha, mientras el agua que mojaba mi cuerpo se volvía rojiza, pude disfrutar el eterno silencio que envolvía el inhóspito dormitorio donde, minutos antes, sólo se escuchaban sus nerviosos alaridos.
sábado, 18 de julio de 2009
Día campestre
Advertencia: La poesía transcripta a continuación la escribí en mi colegio primario cuando tenía 12 años, y a mi maestra le gustó tanto, que debí leerla en voz alta en un acto escolar de fin de curso. Decidí publicarla para su lectura en este living porque fue, de alguna manera, el origen de mi pasión por las letras, que hoy dan vida a este humilde blog.
El Sol sale a la mañana
y aparece por el este,
mientras tocan las campanas,
comienza un día campestre.
La gente pronto despierta
al son del quiquiriquí,
el maullido de un gatito
y el vuelo de un colibrí.
Debajo de un gran ombú
se reunió la paisanada,
tomaban mates amargos
y entonaban sus payadas.
El Sol comienza a ocultarse
en el rojizo horizonte,
y se encienden las fogatas
en los llanos y en los montes.
En la noche silenciosa,
mientras los grillos cantaban,
los paisanos y sus chinas
con ese día soñaban.
Pasó la noche tranquila,
vuelve el Sol anaranjado,
iluminando la estancia
y su contorno arbolado.
Quiero dedicarle esta entrada a Claudio Folgueiro, que la semana pasada me recitó de memoria estos versos, después de haberlos escuchado en aquel acto escolar hace más de 20 años. Su envidiable memoria fue la invitación a rescatar aquella hoja amarilla con letra redonda e infantil, del polvoriento cajón de mis recuerdos.
martes, 14 de julio de 2009
La nueva caída
En nuestro jardín de Edén no había árboles maravillosos, pero eramos felices. Como no existía un fruto prohibido, ella me tentó con una botella para compartir. Tras beberla, descubrimos nuestra propia desnudez, pero sin sentir vergüenza. Su sonriente osito de peluche ocupó el lugar privilegiado de la serpiente y fue el único testigo de nuestros actos conscientes. Nos habían ordenado que no lo hiciéramos, pero fue imposible resistir la tentación de nuestras hormonas adolescentes. Llevados por las pasiones carnales, olvidamos que faltaba un personaje en esta historia. Fue su padre quién tomó el rol de Javhé y abrió la puerta de la habitación inesperadamente, para expulsarnos, envuelto en furia, de nuestro propio e improvisado paraíso.
domingo, 12 de julio de 2009
La medalla
Mi abuelo Remigio encontró una extraña medalla oxidada, perdida en el fondo de un viejo cajón de gaseosas. Le sorprendió tanto el hallazgo, que decidió convertirla en su amuleto personal. Se encargó de limpiarla hasta sacarle brillo y luego la colgó de un clavito, sobre la puerta de acceso al patio de su casa. Cada fin de semana, previo al partido de fútbol de su querido Gimnasia, Remigio se paraba sobre una banqueta y besaba la medalla, para pedirle un resultado favorable. Si el equipo ganaba, era gracias al poder del amuleto, si no, era porque él no había sabido pedirle con suficientes ganas o porque algún fanático del equipo contrario, tenía un talismán aún más milagroso. Y así pasaron los años, alternando alegrías y decepciones, entre gritos de gol y llantos de tristeza, hasta el día de su muerte.
Esta tarde, Gimnasia tuvo que enfrentar un partido decisivo, en el que estaba en juego su permanencia en la categoría. Debía convertir tres goles más que su rival y necesitaba, para ello, una importante dosis de suerte. A medida que pasaban los minutos, la difícil misión parecía convertirse en imposible. Lamenté que Remigio no estuviera ahí, para besar la medalla que produjera el milagro. Pero en tiempo suplementario, cuando el descenso parecía ser una cruel realidad inevitable, la pelota cruzó la línea de gol del equipo contrario por tercera vez, y el estadio vibró de incontenible alegría. Por debajo de mi gorro azul y blanco, con la mirada nublada por las lágrimas, me pareció ver a Remigio sonriendo a un costado de la cancha, con la radio portátil en la oreja, besando la medallita.
Esta tarde, Gimnasia tuvo que enfrentar un partido decisivo, en el que estaba en juego su permanencia en la categoría. Debía convertir tres goles más que su rival y necesitaba, para ello, una importante dosis de suerte. A medida que pasaban los minutos, la difícil misión parecía convertirse en imposible. Lamenté que Remigio no estuviera ahí, para besar la medalla que produjera el milagro. Pero en tiempo suplementario, cuando el descenso parecía ser una cruel realidad inevitable, la pelota cruzó la línea de gol del equipo contrario por tercera vez, y el estadio vibró de incontenible alegría. Por debajo de mi gorro azul y blanco, con la mirada nublada por las lágrimas, me pareció ver a Remigio sonriendo a un costado de la cancha, con la radio portátil en la oreja, besando la medallita.
jueves, 9 de julio de 2009
Un invento y un intento
Existió un hombre que inventó una máquina para volar, mucho antes que los hermanos Wright y Santos Dumont, cuyo nombre fue injustamente olvidado en los libros de historia de la aviación. El diseño de la nave era práctico e innovador, superior a los proyectos que, medio siglo después, daría a conocer Da Vinci. Según cuentan las crónicas de la época, fue emocionante verlo sonreír dentro del amplio canasto con alas, minutos antes de ser expulsado, por una enorme catapulta, desde la cima del Monte Gorbea. El inventor habría alcanzado fama mundial de no haber sido por un pequeño detalle, hasta entonces desconocido. Fue en el siglo XVII, cuando Newton descubrió la ley de gravedad, que pudieron entenderse las razones del fracaso del proyecto y los motivos de su muerte.
martes, 7 de julio de 2009
Dos en el lienzo
Dos audaces gotas de acuarela escaparon del pincel en alto, para estamparse contra la tela virgen del artista plástico. Como por arte de magia, las manchas violáceas adquirieron forma humana, una de un hombre parecido a mí, la otra, de una mujer igual a la de mis sueños. Al descubrir las figuras recortadas sobre el fondo blanco, el pintor dibujó entre nosotros un pequeño corazón rosado, apagó las luces del altillo y nos dejó solos. Bastó una noche para que pudiéramos completar la maravillosa obra de arte, que aquel pintor no había siquiera imaginado poder dibujar.
Cuento presentado por el autor en el concurso Minificciones del mes de julio de 2009, inspirado en la imagen aquí incluida.
viernes, 3 de julio de 2009
Extraño tus ausencias
- Te quiero.
- Yo también te quiero.
- ¿Y por qué me dejas entonces?
- Sabés que no puedo quedarme.
- Si, pero siempre hacés lo mismo. Te quedás sólo un ratito.
- Mañana vuelvo, a la misma hora, como siempre.
- Es que extraño tus ausencias.
- Deberías saber que siempre estoy con vos, a pesar de todo.
- ¿Me lo prometés?
- Te lo prometo.
Y se besaron, por última vez en esa noche, antes que el fantasma desapareciera entre las cortinas.
- Yo también te quiero.
- ¿Y por qué me dejas entonces?
- Sabés que no puedo quedarme.
- Si, pero siempre hacés lo mismo. Te quedás sólo un ratito.
- Mañana vuelvo, a la misma hora, como siempre.
- Es que extraño tus ausencias.
- Deberías saber que siempre estoy con vos, a pesar de todo.
- ¿Me lo prometés?
- Te lo prometo.
Y se besaron, por última vez en esa noche, antes que el fantasma desapareciera entre las cortinas.
miércoles, 1 de julio de 2009
El nacimiento de Iemanjá
Sólo vestida por los rayos del sol, la mujer baña sus pies en la orilla y avanza hacia el horizonte. Disfruta las olas que rompen contra su cuerpo mínimo, que ya no serán las mismas después del choque. Con su inmersión, modifica el curso habitual y eterno de las aguas, que ahora la envuelven y alegran su vida. El mar se contagia y aumenta el caudal, pretende llamar su atención, enamorarla un poco más. Se lo ve tan bello, vivo, imponente e infinito. Embriagada por la calidez de las enormes masas de agua salada, ella se convierte en el más hermoso de los peces. Se buscan, se complementan, se superan y se aman locamente, entre espuma y sal. Y llega el momento en que la mujer lo abarca todo, y el mar cierra sus costas, para que Iemanjá sea su única dueña, la soberana, el mismo mar.
sábado, 27 de junio de 2009
Match point
Con las suelas pintadas de polvo de ladrillo, hago picar las pelotitas que simbolizan cada una de mis insatisfacciones. Arrojo al aire, individualmente, la sensación de fracaso por los proyectos abandonados, el agobio por el trabajo, los celos excesivos por la mujer amada, las traiciones injustificadas de mis amigos y el asqueo general por la mediocridad que me rodea. Con cada golpe enérgico de mi raqueta, intento expulsarlas de mi alma para siempre. Vuelan corto, resisten el desalojo. La red se encarga de impedir los resultados esperados de la terapia, y añade, a mi canasta llena de esferas, una nueva frustración.
jueves, 25 de junio de 2009
Cadena gourmet
Con la boca llena de plumas, el gato observa, desde el estómago, los dientes afilados del bulldog, que se baten en duelo mortal, con las garras poderosas de un cocinero chino.
lunes, 22 de junio de 2009
El gigante
El meteorólogo Erik Von Grüter asegura que los fenómenos de la naturaleza dependen del estado de ánimo de un gigante escondido. Cuando el grandote entristece, sus enormes lágrimas son capaces de causar diluvios y graves inundaciones. En cambio, si el superhombre baila de alegría, la Tierra se estremece en forma de temibles terremotos. Por suerte, la mayor parte del tiempo, lo pasa durmiendo.
viernes, 19 de junio de 2009
Un cuentito diferente
Había una vez dos princesas que no se parecían en nada a las clásicas doncellas de los cuentos. No tenían un hada madrina que concediera sus deseos, ni vivían en una casita del bosque, escondidas de un dragón. Tampoco tenían una madrastra maldita que le hiciera la vida imposible o un príncipe a caballo que las quisiera conquistar. No hablaban con los ratones, los pájaros ni las ardillas, ni eran conducidas en brillantes carruajes hasta un fastuoso palacio real. No pertenecieron a reinos de fantasía, ni fueron víctimas de un hechizo que las transformara o durmiera para siempre. Con su impactante hermosura y sus contagiosas sonrisas llenas de inocencia, tuvieron vidas sencillas, pero muy felices. Eso sí, son las únicas princesas de la historia de la literatura, a las que un rey cascarrabias, en retribución por la alegría que sintió cuando las vio nacer, les escribió un cuentito.
martes, 16 de junio de 2009
El reencuentro
Con sus pies descalzos sobre la playa, Tse Ma Ding observa el movimiento rutinario del mar. Cada ola trae una escena del recuerdo de la mujer que conoció en el último otoño. Sobre esa arena se besaron, en esas aguas se bañaron juntos, bajo ese sol se confesaron amor verdadero. Desde aquella mañana de abril en que la muchacha partió de viaje junto a su esposo, el joven baja a la costa todas las tardes, con la esperanza intacta. Mientras disfruta del aire de mar acariciando su rostro, ahoga sus penas en una tibia botella que, una vez vacía, será arrastrada por la marea, junto al cuerpo del joven dormido. Soñará que la doncella regresa a la costa, convertida en un delicado pez de hermosos colores, y que él mismo es un pez de fuertes aletas, que nada junto a su amada hasta las profundidades. Nunca despertará del sueño eterno, pero Tse Ma Ding sonríe feliz, bajo las frías aguas del océano.
domingo, 14 de junio de 2009
Titanes en el ring
“¡Ya llegó Karadagián, el gran Martín!” – gritaba parado en una de las esquinas de la cama que usábamos como improvisado ring.
En la otra punta del cuadrilátero, mi primo me esperaba vestido en pijamas, para trenzarnos en una lucha como las que, semanalmente, veíamos por televisión. Yo imitaba al gran campeón mundial de catch, y él a la temible momia blanca, el único rival que era capaz de vencerlo. Cada vez que me quedaba a dormir en la casa de mis tíos, aquella era nuestra rutina favorita al despertar: gritos amenazantes, golpes certeros, contorsiones y forcejeos, hasta que alguno de los dos quedará de espaldas contra el colchón, pidiendo clemencia. Cada mañana, recuerdo esos divertidos y peligrosos juegos de mi infancia, al observar con orgullo, frente al espejo, las imborrables marcas de aquellas batallas: dos pequeños puntos de sutura, dibujados en el lado izquierdo del mentón.
En la otra punta del cuadrilátero, mi primo me esperaba vestido en pijamas, para trenzarnos en una lucha como las que, semanalmente, veíamos por televisión. Yo imitaba al gran campeón mundial de catch, y él a la temible momia blanca, el único rival que era capaz de vencerlo. Cada vez que me quedaba a dormir en la casa de mis tíos, aquella era nuestra rutina favorita al despertar: gritos amenazantes, golpes certeros, contorsiones y forcejeos, hasta que alguno de los dos quedará de espaldas contra el colchón, pidiendo clemencia. Cada mañana, recuerdo esos divertidos y peligrosos juegos de mi infancia, al observar con orgullo, frente al espejo, las imborrables marcas de aquellas batallas: dos pequeños puntos de sutura, dibujados en el lado izquierdo del mentón.
jueves, 11 de junio de 2009
El viudo eterno
¡Maldita sea la hora que vendí mi alma a cambio de esta triste inmortalidad! – se lamentaba el joven alquimista, abrazando el cadáver tibio de su decimonovena cónyuge.
martes, 9 de junio de 2009
Las bellezas del mar
Una tarde de otoño, el dios Poseidón organizó un concurso de belleza femenina, en el que competirían las sirenas y las hadas del mar. Para ello, ordenó construir un escenario especial en un buque en alta mar, sobre el que, cada grupo, debía demostrar sus cualidades.
Las tramposas mujeres con cola de pez intentaron seducir con su dulce voz al jurado de bravos marineros, que hubieran sido arrastrados hasta encallar, eternamente, en los sirenum scopuli, de no haber sido salvados por las minúsculas hadas que, volando sobre sus hombros, les taparon los oídos con sus alitas llenas de sal.
Sintiéndose derrotadas, las sirenas se arrojaron al mar, transformándose en piedras, buscando interrumpir el camino de regreso de los navegantes. Pero, una vez más, las hadas del mar los socorrieron, iluminando sus largas cabelleras en forma de brillantes candelas, para guiarlos a través de las aguas negras del crepúsculo, evitando el desastre.
Las tramposas mujeres con cola de pez intentaron seducir con su dulce voz al jurado de bravos marineros, que hubieran sido arrastrados hasta encallar, eternamente, en los sirenum scopuli, de no haber sido salvados por las minúsculas hadas que, volando sobre sus hombros, les taparon los oídos con sus alitas llenas de sal.
Sintiéndose derrotadas, las sirenas se arrojaron al mar, transformándose en piedras, buscando interrumpir el camino de regreso de los navegantes. Pero, una vez más, las hadas del mar los socorrieron, iluminando sus largas cabelleras en forma de brillantes candelas, para guiarlos a través de las aguas negras del crepúsculo, evitando el desastre.
Con el voto unánime de los marinos, Poseidón coronó vencedoras a las hermosas haditas que, desde entonces, protegen a los navegantes solitarios y controlan las aguas marinas, en los días de tormenta. Las malvadas sirenas, en cambio, nunca más volvieron a cantar.
domingo, 7 de junio de 2009
El zoológico
Observaba a su hombre con sus penetrantes ojos de gata, dejándose envolver por palabras dulces, que llenaban su estómago de pequeñas mariposas. Luego, con la confesión de las mutuas fantasías, su cabeza femenina se inundó de pícaros ratones.
En la cama, se sintió tan libre como un animal al que le acaban de abrir la jaula. Por unos instantes, sus extremidades se convirtieron en los largos tentáculos de un fornido calamar, que envolvían al hombre para devorarlo. Aulló como una loba, lo rasguño como una perrita juguetona, voló como un colibrí y terminó acurrucándose en el pecho de su compañero, como un indefenso polluelo. A la mañana siguiente, con la puntualidad de un gallo cantor, abandonó la cama revuelta, imitando el silencioso andar de una serpiente.
- Te amo – dijo el hombre, mientras la observaba vestirse con la agilidad de una gacela.
- ¡Shhh! – respondió ella, como una lechuza, y le arrojó, desde la puerta, un beso de delfín.
En la cama, se sintió tan libre como un animal al que le acaban de abrir la jaula. Por unos instantes, sus extremidades se convirtieron en los largos tentáculos de un fornido calamar, que envolvían al hombre para devorarlo. Aulló como una loba, lo rasguño como una perrita juguetona, voló como un colibrí y terminó acurrucándose en el pecho de su compañero, como un indefenso polluelo. A la mañana siguiente, con la puntualidad de un gallo cantor, abandonó la cama revuelta, imitando el silencioso andar de una serpiente.
- Te amo – dijo el hombre, mientras la observaba vestirse con la agilidad de una gacela.
- ¡Shhh! – respondió ella, como una lechuza, y le arrojó, desde la puerta, un beso de delfín.
jueves, 4 de junio de 2009
Monstruosos
I
Por motivos obvios, el conde Drácula ordenó tapar todos los espejos del castillo. Desde entonces, el joven Frankestein deambula por la guarida de los monstruos con tranquilidad.
II
“Debo aceptar que soy diferente”, piensa el Hombre Lobo, mientras aúlla, mirando el Sol, al mediodía.
III
- Entonces, ¿qué cara prefiere? – preguntó el cirujano plástico.
- La de Brad Pitt – respondió Frankestein.
IV
Ocasionalmente, la Momia se quita el arcaico vendaje y practica el nudismo. Es así como surgió el hombre invisible.
Por motivos obvios, el conde Drácula ordenó tapar todos los espejos del castillo. Desde entonces, el joven Frankestein deambula por la guarida de los monstruos con tranquilidad.
II
“Debo aceptar que soy diferente”, piensa el Hombre Lobo, mientras aúlla, mirando el Sol, al mediodía.
III
- Entonces, ¿qué cara prefiere? – preguntó el cirujano plástico.
- La de Brad Pitt – respondió Frankestein.
IV
Ocasionalmente, la Momia se quita el arcaico vendaje y practica el nudismo. Es así como surgió el hombre invisible.
martes, 2 de junio de 2009
Una vida de película
Apenas transcurridos cinco minutos, Arturo se sintió identificado con el protagonista de la película, no sólo porque era físicamente muy parecido, sino porque todas las cosas que le sucedían al actor, le habían ocurrido antes a él. Luego, descubrió que la historia que mostraba la pantalla era un plagio de su vida, contada resumidamente, a razón de un año por minuto.
La mitad del film lo mostró en su etapa actual, con los sinsabores de haber vivido y la ansiedad por saber lo que vendrá. A partir de allí, pudo verse en el futuro, a través de las escenas representadas en el celuloide por aquel sujeto análogo, que envejecía igual que él.
Después del dramático final, el cerrado aplauso de los espectadores premió la exquisitez de aquella obra cinematográfica de apenas sesenta y cinco minutos. Mientras tanto, en un rincón oscuro de la sala, un acomodador intentaba consolar al desanimado Arturo que, junto con la incertidumbre acerca de su vida pendiente y de su muerte, acababa de perder la vergüenza de llorar en público.
La mitad del film lo mostró en su etapa actual, con los sinsabores de haber vivido y la ansiedad por saber lo que vendrá. A partir de allí, pudo verse en el futuro, a través de las escenas representadas en el celuloide por aquel sujeto análogo, que envejecía igual que él.
Después del dramático final, el cerrado aplauso de los espectadores premió la exquisitez de aquella obra cinematográfica de apenas sesenta y cinco minutos. Mientras tanto, en un rincón oscuro de la sala, un acomodador intentaba consolar al desanimado Arturo que, junto con la incertidumbre acerca de su vida pendiente y de su muerte, acababa de perder la vergüenza de llorar en público.
lunes, 1 de junio de 2009
Las visitadoras
Descubrí que las muñecas de mi hermana cobran vida en la madrugada. Abandonan, delicadamente, la casita en miniatura de la habitación contigua y entran en la mía, semidesnudas, para colarse en el cajón de mis muñecos articulados. Hago silencio para no molestarlos y, con los ojos cerrados, escucho el sonido del plástico retorciéndose, galopante contra la caja de madera. Media hora más tarde, se retiran sonrientes y despeinadas, con su flexible cuerpo agotado y la misión cumplida.
El episodio se repite, indefectiblemente, noche tras noche, aunque hoy, promete ser diferente. Asomado a la puerta de mi cuarto, el alegre rostro plástico de la muñeca gigante que le obsequié a mi hermana por su cumpleaños, observa el grueso candado que coloqué en el cajón de los juguetes y me guiña un ojo. Todos duermen, excepto nosotros.
El episodio se repite, indefectiblemente, noche tras noche, aunque hoy, promete ser diferente. Asomado a la puerta de mi cuarto, el alegre rostro plástico de la muñeca gigante que le obsequié a mi hermana por su cumpleaños, observa el grueso candado que coloqué en el cajón de los juguetes y me guiña un ojo. Todos duermen, excepto nosotros.
viernes, 29 de mayo de 2009
La carrera
Nuestra vida depende de la aleatoriedad propia del resultado de una corta y multitudinaria carrera, en la que, invariablemente, no resulta ganador el competidor más virtuoso, sino aquél que logra alcanzar, en menor tiempo, la meta del óvulo.
miércoles, 27 de mayo de 2009
El astronauta
Cuando era niño, soñaba con ser astronauta y enviaba mensajes al espacio exterior, atados en la cola de un cometa de papel, que dejaba volar libremente, al antojo del viento. “¿Hay alguien ahí? Quisiera conocer tu mundo”, escribí en una de mis notas.
Treinta años después, un ignoto ser extraterrestre logró descifrar el mensaje y decidió concederme el deseo, provocando un chispazo, que me hizo desfallecer. Al volver en mí, me descubrí sentado junto a la ventanilla de una extraña nave luminosa, observando como la Tierra se alejaba, para siempre, hasta desaparecer en el infinito.
Treinta años después, un ignoto ser extraterrestre logró descifrar el mensaje y decidió concederme el deseo, provocando un chispazo, que me hizo desfallecer. Al volver en mí, me descubrí sentado junto a la ventanilla de una extraña nave luminosa, observando como la Tierra se alejaba, para siempre, hasta desaparecer en el infinito.
lunes, 25 de mayo de 2009
Una demora imperdonable
Le aseguré que me reuniría con ella en aquel encuentro social tan importante, a las doce de la noche, sin demoras, pero un inconveniente imprevisto me impidió llegar a tiempo. Seguramente por eso, cuando me acerqué, ella ignoró mi presencia, o no quiso notarla. Le hablé al oído, la miré fijamente durante toda la noche, juguetee con las luces del salón, moví el humo de las velas y los inciensos, y hasta grité abiertamente que la amaba, para llamar su atención. Pero ella, sólo respondió con una extraña y cruel indiferencia. Me había advertido que no perdonaría un retraso más, y así lo hizo, por lo menos, hasta el día siguiente, en que vería mi nombre listado entre los obituarios, junto a la noticia que relataba el fatal accidente.
sábado, 23 de mayo de 2009
Las manchas que hablan
El asesino recorrió la escena del crimen, meticulosamente, procurando eliminar, con extremo cuidado, cada una de sus huellas digitales y los restos de ornamentos rotos que daban cuenta de la lucha, cuerpo a cuerpo, que acababa de tener lugar en el dormitorio. Luego, acomodó el cadáver de la víctima, intentando simular un suicidio o un accidente fatal.
- ¡Necesito ayuda, por favor! Acabo de encontrar el cuerpo de mi esposa cubierto de sangre. Creo que está muerta – dijo el viudo acongojado a la Policía, mientras observaba a la mujer sobre la cama.
A pesar de las precauciones del homicida, el detective demoró menos de tres minutos en descubrirlo. Solamente un verdadero idiota puede haber olvidado cambiarse la camisa que mostraba unas pequeñas manchas de sangre marcadas por los dedos de la víctima, como las que el detective descubrió, esa noche, dibujadas en mi espalda, apenas bajé a abrirle la puerta del departamento.
- ¡Necesito ayuda, por favor! Acabo de encontrar el cuerpo de mi esposa cubierto de sangre. Creo que está muerta – dijo el viudo acongojado a la Policía, mientras observaba a la mujer sobre la cama.
A pesar de las precauciones del homicida, el detective demoró menos de tres minutos en descubrirlo. Solamente un verdadero idiota puede haber olvidado cambiarse la camisa que mostraba unas pequeñas manchas de sangre marcadas por los dedos de la víctima, como las que el detective descubrió, esa noche, dibujadas en mi espalda, apenas bajé a abrirle la puerta del departamento.
jueves, 21 de mayo de 2009
Esa bendita costilla
La herida abierta en su pecho dejó de doler cuando conoció los motivos de la extirpación, y cicatrizó, definitivamente, en el momento exacto en que la costilla transformada agradeció la donación, dándole al hombre enamorado el primer beso de amor.
martes, 19 de mayo de 2009
Una boda muy especial
Sin duda alguna, hoy será un día muy especial para mí. Tomaré del vestidor mi ropa más elegante y dibujaré, en mi rostro, la sonrisa más amplia que pueda conseguir. Seré testigo del casamiento de mi mejor amigo, que convertirá en esposa a la bella mujer que, desde hace dos años, visita mis sueños, todas las noches.
domingo, 17 de mayo de 2009
La maravillosa combustión
A decir por su apariencia, Jorge es un hombre insensible, incapaz de enamorarse. Sin embargo, ni siquiera él sabe que, en el rincón más íntimo de su alma frágil, una inmensidad de amor virgen está deseando manifestarse, como si fuera un enorme tanque de gas licuado, que espera, pasivamente, el instante exacto de la explosión. Lo que tampoco sabe, es que la chica que lo observa, con aquellos penetrantes ojos almendrados, será el fósforo encendido, que dará inicio a la combustión.
viernes, 15 de mayo de 2009
Las ausentes carcajadas
A los payasos que alegraron mi infancia
Una vez finalizado el último acto, el viejo payaso regresará a su sombrío camarín y guardará, prolijamente, sus pertenencias multicolores en la anticuada valija. En ese instante, verá caer una tibia lágrima por su mejilla, corriéndole el maquillaje. Antes de cerrar la tapa por última vez, envuelto en la nostalgia por los viejos buenos tiempos, que no volverán, colocará en la maleta las antiguas técnicas para hacer reír, que ya no funcionan con los niños del público, y tampoco con él.
La foto "Había una vez... un circo..." es propiedad de Christian Pereira y se publica con autorización del autor, únicamente para su exhibición en este blog.
jueves, 14 de mayo de 2009
Besos III
¿Cómo romper el hechizo que me ataca, sin contagiar a quién se atreva a sanarme? Me remordería la conciencia que uno de mis besos de sapo condenara a una doncella a llevar una vida similar a la mía. Encontré la respuesta a mi dilema, cuando la vi llegar, saltando, hasta el borde de la laguna. Sin preámbulos, posé mis labios rugosos sobre su boca verdosa y amplia de rana. Tras un mágico destello, mi cuerpo recobró su antigua fisonomía humana y ella apareció, junto a mí, en forma de hermosa doncella. Desde entonces, nos encanta pasar largas horas juntos, liberando nuestras pasiones con besos fogosos; a veces, como ardientes amantes humanos, y algunas otras, como fríos anfibios del pastizal.
miércoles, 13 de mayo de 2009
Besos II
Desde que un insólito hechizo me condenó a vivir como un batracio, paso mis días cantando y comiendo bichitos, en los márgenes de una laguna. Pensé en solicitar un beso sanador a alguna de las doncellas que se introducen en el traslúcido espejo de agua para disfrutar de relajantes y sensuales baños matinales. Pero, preferí no molestarlas. La vida de sapo tiene algunos beneficios: ¡se las ve tan felices y hermosas, moviendo sus cuerpos desnudos al ritmo del viento!
martes, 12 de mayo de 2009
Besos I
Recorriendo el pastizal que rodea la laguna, una rana encantada se interpuso en mi camino y me pidió que la besara. "Sólo el beso de un hombre gentil puede romper el hechizo", croaba. Accedí a su pedido de modo elegante, imaginando un futuro esplendoroso en algún Palacio Real, pero me equivoqué. Mientras mi cuerpo encogía, verdoso y lleno de verrugas, alcancé a ver la silueta transformada de la hermosa princesa, huyendo a la carrera, con el rostro cubierto de lágrimas, y de vergüenza.
lunes, 11 de mayo de 2009
Devolución de gentilezas
Apenas la noche se vuelve silenciosa, el niño entra a la ratonera, sigilosamente, para cambiar el pequeño diente del ratón dormido, por un pedacito de queso gruyere.
domingo, 10 de mayo de 2009
El abrazo de tinta
No había nada que pudiera levantarme el ánimo en esa fría y solitaria noche de domingo. Mi equipo de fútbol había perdido sobre la hora y eso era motivo suficiente para no desear ver la clásica crónica deportiva semanal por televisión. Siempre odié ver festejar a los equipos rivales.
Me serví un trago corto de vodka Absolut con hielo y me quité los zapatos negros que traía puestos desde el mediodía. Elegí el sillón más cercano a la estufa para recostarme un rato para leer una vieja historieta en colores de Nippur de Lagash. Acomodé mis pies descalzos en uno de los apoyabrazos y mi cabeza de pelos revueltos sobre un pequeño almohadón. Con el control remoto, encendí el equipo de audio y puse a sonar un entristecedor disco de Pink Floyd. Respiré hondo, estiré los dedos de los pies y me relajé. Me sumergí en la historieta como lo hacía cuando era niño, devorando página a página la historia del errante personaje.
Apenas iniciada la sesión de lectura, algo inesperado llamó mi atención. Un fino haz de luz amarilla se asomaba tímidamente por debajo de una de las pequeñas puertas de la sala.
Extrañado, arrojé la historieta sobre el suave sillón y caminando sobre mis medias llegué hasta el lugar del que provenía la llamativa luminosidad. Abrí la puerta lentamente y una luz brillante, que nubló mi vista, me invitó a dar un paso hacia adelante, sacudiendo mi rostro con un viento ensordecedor, como si mi cuerpo hubiera atravesado con un solo paso la línea ancha de circunferencia de un tornado de gran escala.
La puerta del recinto se cerró bruscamente detrás mío y la luz se apagó inmediatamente. Ante mis ojos apareció un escenario desértico, caluroso e inhóspito. Me sentí extraño e incómodo. Noté que mis ropas habían cambiado como por arte de magia. Mis medias eran ahora un par de sandalias de cuero y los pantalones y la camisa arremangada que vestía al cruzar la puerta se habían convertido en una túnica blanca corta y fresca. Detrás de mí, apareció de repente un fornido hombre a caballo, que sin desmontar comenzó a girar a mi alrededor, inspeccionándome atentamente. Su ojo izquierdo estaba cubierto con un parche negro y una larga espada plateada colgaba de su cinturón.
- ¿Porqué tardaste tanto? – me dijo Nippur con una sonrisa – Hace años que estaba esperando que vinieras a darme una mano. Deberías saber que desde que perdí mi ojo izquierdo me siento débil y viejo y necesito tu ayuda para poder reconquistar mi querida Lagash.
Sin darme tiempo a decir nada, señaló con su dedo índice un pequeño árbol seco debajo del cual descansaba un caballo negro hermoso y bravío.
- Es para ti – me dijo el fortachón en perfecto español – Lo escogí en una tienda de Egipto, especialmente para esta ocasión. Móntalo y ven conmigo. Debemos apurarnos, el enemigo debe estar cerca.
A pesar de no entender lo que ocurría, no me animé a rechazar su invitación. Siempre había admirado al guerrero sumerio y seguido con asombro cada una de sus aventuras desde aquella primera aparición en 1967, cuando yo apenas tenía catorce años. Algunos minutos más tarde, estábamos reunidos alrededor de un fogón junto a varios guerreros aliados, entre los que reconocí a Sargón, el rey de Akad, al gigante Ur-El de Merem y el joven Hiras, el hijo de mi anfitrión. Juntos planeamos la reconquista de la ciudad de Lagash, para la cual ellos consideraban indispensable mi participación. Era evidente que el grupo aliado tenía inferioridad de hombres, armas y provisiones que el ejército comandado por el malvado rey Luggal-Zaggizi, y por ello, cualquier persona que quisiera sumarse a la acción armada, aunque fuera inexperto y pacífico como yo, era un sujeto útil para los fines. Me dieron una espada plateada y un pesado escudo, cuyas técnicas de uso tuve que aprender rápidamente para poder acompañar al bravo Nippur en la audaz batalla de Umma. El triunfo final no tardó en llegar y el tuerto guerrero vino hacia mí con el rostro iluminado, para sellar nuestra flamante amistad, envolviéndome con un fuerte y entrañable abrazo.
Esa fue la imagen dibujada que el detective, que tiene a su cargo analizar la causa de mi desaparición, descubrió en la colorida página central del cómic, que descansaba abierto sobre el largo sillón. La escena se completaba con un tibio vaso de vodka con agua de hielos derretidos, sobre la mesa ratona, y un par de mocasines negros arrojados a un costado de la alfombra. Delante de la puerta del armario de la sala, yacían las ropas arrugadas que ya no volvería a vestir. El extraño caso fue cerrado sin encontrar explicaciones. Hoy vivo en Lagash, en un tiempo desconocido, sin fútbol ni vodka. Han pasado varios meses desde la transmutación y aún no pude encontrar el camino de regreso a mi lugar de origen, aunque debo confesar que tampoco he tenido interés en buscarlo.
Apenas iniciada la sesión de lectura, algo inesperado llamó mi atención. Un fino haz de luz amarilla se asomaba tímidamente por debajo de una de las pequeñas puertas de la sala.
Extrañado, arrojé la historieta sobre el suave sillón y caminando sobre mis medias llegué hasta el lugar del que provenía la llamativa luminosidad. Abrí la puerta lentamente y una luz brillante, que nubló mi vista, me invitó a dar un paso hacia adelante, sacudiendo mi rostro con un viento ensordecedor, como si mi cuerpo hubiera atravesado con un solo paso la línea ancha de circunferencia de un tornado de gran escala.
La puerta del recinto se cerró bruscamente detrás mío y la luz se apagó inmediatamente. Ante mis ojos apareció un escenario desértico, caluroso e inhóspito. Me sentí extraño e incómodo. Noté que mis ropas habían cambiado como por arte de magia. Mis medias eran ahora un par de sandalias de cuero y los pantalones y la camisa arremangada que vestía al cruzar la puerta se habían convertido en una túnica blanca corta y fresca. Detrás de mí, apareció de repente un fornido hombre a caballo, que sin desmontar comenzó a girar a mi alrededor, inspeccionándome atentamente. Su ojo izquierdo estaba cubierto con un parche negro y una larga espada plateada colgaba de su cinturón.
- ¿Porqué tardaste tanto? – me dijo Nippur con una sonrisa – Hace años que estaba esperando que vinieras a darme una mano. Deberías saber que desde que perdí mi ojo izquierdo me siento débil y viejo y necesito tu ayuda para poder reconquistar mi querida Lagash.
Sin darme tiempo a decir nada, señaló con su dedo índice un pequeño árbol seco debajo del cual descansaba un caballo negro hermoso y bravío.
- Es para ti – me dijo el fortachón en perfecto español – Lo escogí en una tienda de Egipto, especialmente para esta ocasión. Móntalo y ven conmigo. Debemos apurarnos, el enemigo debe estar cerca.
A pesar de no entender lo que ocurría, no me animé a rechazar su invitación. Siempre había admirado al guerrero sumerio y seguido con asombro cada una de sus aventuras desde aquella primera aparición en 1967, cuando yo apenas tenía catorce años. Algunos minutos más tarde, estábamos reunidos alrededor de un fogón junto a varios guerreros aliados, entre los que reconocí a Sargón, el rey de Akad, al gigante Ur-El de Merem y el joven Hiras, el hijo de mi anfitrión. Juntos planeamos la reconquista de la ciudad de Lagash, para la cual ellos consideraban indispensable mi participación. Era evidente que el grupo aliado tenía inferioridad de hombres, armas y provisiones que el ejército comandado por el malvado rey Luggal-Zaggizi, y por ello, cualquier persona que quisiera sumarse a la acción armada, aunque fuera inexperto y pacífico como yo, era un sujeto útil para los fines. Me dieron una espada plateada y un pesado escudo, cuyas técnicas de uso tuve que aprender rápidamente para poder acompañar al bravo Nippur en la audaz batalla de Umma. El triunfo final no tardó en llegar y el tuerto guerrero vino hacia mí con el rostro iluminado, para sellar nuestra flamante amistad, envolviéndome con un fuerte y entrañable abrazo.
Esa fue la imagen dibujada que el detective, que tiene a su cargo analizar la causa de mi desaparición, descubrió en la colorida página central del cómic, que descansaba abierto sobre el largo sillón. La escena se completaba con un tibio vaso de vodka con agua de hielos derretidos, sobre la mesa ratona, y un par de mocasines negros arrojados a un costado de la alfombra. Delante de la puerta del armario de la sala, yacían las ropas arrugadas que ya no volvería a vestir. El extraño caso fue cerrado sin encontrar explicaciones. Hoy vivo en Lagash, en un tiempo desconocido, sin fútbol ni vodka. Han pasado varios meses desde la transmutación y aún no pude encontrar el camino de regreso a mi lugar de origen, aunque debo confesar que tampoco he tenido interés en buscarlo.
viernes, 8 de mayo de 2009
Deja vú
- Hola, buen día - dijo Alejandra al llegar.
- Hola, ¿cómo estás? - le respondí.
El sonido metálico de un elevador vacío interrumpió el breve diálogo e ingresamos juntos a la cabina en penumbras. Cerré las puertas de hierro despintado y marqué el número del piso al que nos dirigíamos.
Apenas abandonamos la planta baja, nuestras miradas se encontraron, cómplices, y hundimos nuestros labios frescos en un largo beso apasionado. Me enroscó entre sus brazos y la aprisioné con fuerza contra uno de los laterales del habitáculo. Recorrí los aros de sus orejas con mi lengua desenfrenada, y respondió dándome un suave mordisco en mi cuello perfumado. Sin ocultar mi ansiedad, introduje mi mano más hábil dentro de su blusa ajustada. Con la otra, abrí la puerta del ascensor en el camino entre dos pisos, queriendo evitar que otro habitante del edificio interrumpiera nuestra ansiada fantasía. Pero, inesperadamente, un chillido inconfundible, proveniente de mi mesa de luz, comenzó a sonar dentro de la caja colgante, hasta despertarme.
Una hora y media más tarde, por una broma del destino o pura casualidad, se repitió la primera escena de esta historia, en el hall del edificio.
- Te juro que, esta vez, no voy a perdonarte, si se te ocurre volver a desaparecer en el mejor momento – dijo Alejandra sonriendo, mientras yo abría la puerta del ascensor, en el mismo entrepiso.
- Hola, ¿cómo estás? - le respondí.
El sonido metálico de un elevador vacío interrumpió el breve diálogo e ingresamos juntos a la cabina en penumbras. Cerré las puertas de hierro despintado y marqué el número del piso al que nos dirigíamos.
Apenas abandonamos la planta baja, nuestras miradas se encontraron, cómplices, y hundimos nuestros labios frescos en un largo beso apasionado. Me enroscó entre sus brazos y la aprisioné con fuerza contra uno de los laterales del habitáculo. Recorrí los aros de sus orejas con mi lengua desenfrenada, y respondió dándome un suave mordisco en mi cuello perfumado. Sin ocultar mi ansiedad, introduje mi mano más hábil dentro de su blusa ajustada. Con la otra, abrí la puerta del ascensor en el camino entre dos pisos, queriendo evitar que otro habitante del edificio interrumpiera nuestra ansiada fantasía. Pero, inesperadamente, un chillido inconfundible, proveniente de mi mesa de luz, comenzó a sonar dentro de la caja colgante, hasta despertarme.
Una hora y media más tarde, por una broma del destino o pura casualidad, se repitió la primera escena de esta historia, en el hall del edificio.
- Te juro que, esta vez, no voy a perdonarte, si se te ocurre volver a desaparecer en el mejor momento – dijo Alejandra sonriendo, mientras yo abría la puerta del ascensor, en el mismo entrepiso.
jueves, 7 de mayo de 2009
El lavado
Cada vez que lavo mi automóvil, imagino que se borran, mágicamente, cada uno de los pecados mortales que cometí sobre él.
miércoles, 6 de mayo de 2009
La vida es sueño
Una noche de su infancia, tuvo un sueño en el que transcurría toda su vida. Crecía, estudiaba, conseguía trabajo, se enamoraba de una mujer de veinticinco años, y formaba una familia con cuatro hijos hermosos, que lo harían feliz hasta el fin de sus días. Cuando despertó, se encontró acostado dentro de un frío cajón aterciopelado, y los rostros familiares de su sueño, lo estaban velando.
martes, 5 de mayo de 2009
La verdad de la remolacha
Cuando Juan era apenas un niño, su madre lo asustaba con el Hombre de la bolsa.
- Si no comés, te va a llevar - le decía.
- Pero no me gusta la remolacha, mamá.
- A él no le importa si te gusta o no, si no dejás el plato vacío, te mete en su bolsa de arpillera y no me ves más - amenazaba.
¡Pobre Juan! Voy a tener que avisarle que solo se trataba de una técnica maternal basada en un antiguo mito. A los cincuenta y cuatro años, todavía sale corriendo por la calle, cada vez que se cruza con un pordiosero.
- Si no comés, te va a llevar - le decía.
- Pero no me gusta la remolacha, mamá.
- A él no le importa si te gusta o no, si no dejás el plato vacío, te mete en su bolsa de arpillera y no me ves más - amenazaba.
¡Pobre Juan! Voy a tener que avisarle que solo se trataba de una técnica maternal basada en un antiguo mito. A los cincuenta y cuatro años, todavía sale corriendo por la calle, cada vez que se cruza con un pordiosero.
lunes, 4 de mayo de 2009
Mala sangre
Abrí los ojos tras sentir el voraz pinchazo sobre mi cuello y pude ver las cortinas que bailaban al ritmo de los silbidos poderosos del Viento Norte. Satisfecho, y volando contra la fuerte corriente de aire, un horrible animal negro cruzó la ventana entreabierta de mi habitación. El vampiro aún no sabía que aquella sería su última noche de paseo inmoral, ni que la sangre dulce de mi cuerpo alcoholizado, iba a hacerlo estrellarse contra el duro paredón.
domingo, 3 de mayo de 2009
El vuelo perfecto
La conocí en una fiesta de disfraces organizada por un grupo de amigos en la noche de Halloween, justo tres días después de su cumpleaños. Es imposible entender como, por esas ironías del almanaque, una mujer dotada de tanta belleza puede haber nacido en una fecha tan cercana a la Noche de Brujas.
No pude evitar mirarla entrar al amplio salón de la vieja casona, envuelta en un llamativo traje plateado en el que colgaban de su espalda dos enormes alas de tul anaranjado. Sus sensuales piernas se escondían enfundadas en unas delicadas calzas al tono y sobre su cabeza, dos alegres antenitas completaban el disfraz de mariposa más sublime que hubiera visto en mi vida.
La miré detenidamente por un largo rato, que en realidad no sé si fue extenso o el tiempo se detuvo cómplicemente para que yo pudiera observarla sin que ella pudiera notarlo. Descubrí que no sólo su disfraz me parecía bello, sino todo su ser, escondido en el frágil armazón del traje de tela, que recorría la pista de baile sin rumbo, de manera tímida pero impactante, como una tierna mariposa que recién abandona su capullo.
Por un instante, lamenté haber elegido el ridículo atuendo multicolor que llevaba puesto. Podría haber optado por convertirme en un fuerte guerrero romano, en un delicado príncipe de cuentos de hadas, en un valiente superhéroe americano, en un bruto pirata del Caribe o en un elegante y seductor conde de Transilvania. Sin embargo, allí estaba yo, con mi peluca de rulos verdes, una redonda nariz colorada, mi cara pintarrajeada y una enorme bolsa de caramelos cruzada sobre mi hombro izquierdo.
La vi sonreír rodeada de gente y descubrí que la mueca que esa sonrisa formaba en su cara era tan irresistible como un poco de aire fresco en pleno verano porteño.
Pensé que era una lástima que no estuviera allí conmigo. Podría acercarme de sorpresa y decirle: “Hola, ¿qué tal? ¿Estás sola? Soy el payaso que viene a alegrar tus noches y tus días”. Pero el abrazo del hombre que la acompañaba respondió a la pregunta antes que pudiera siquiera animarme a hacerla.
Se dice que la Noche de Brujas es la puerta que separa el mundo de los vivos del Más Allá. En ese momento, ansié que el más grande y temible de los monstruos se hiciera presente y se llevara consigo al sujeto o, en el peor de los casos, a la mujer que me acompañaba. No pude evitar sonreírme al imaginar la cara de sorpresa que pondrían los invitados cuando el espíritu maligno viniera a poner las cosas en su lugar, dejando libre el camino para que el triste payaso pudiera salir volando con su hermosa mariposa.
Recé, invoqué a Satán, ofrecí mi vida a cambio, pero lamentablemente (y de manera obvia) no ocurrió nada de lo imaginado. “No hay peor monstruo que el que crea uno mismo”, pensé. Y en mi caso, para vencerlo debía luchar contra mis propias limitaciones, mis miedos, mis culpas, mi falta de coraje, mi estúpida timidez, mi preocupación por el “que dirán” y el acostumbramiento a la comodidad y al aceptar “las cosas como son”.
Esa noche, mi fiesta personal era mirarla. Disfrutaba ver como con cada aleteo de seda descubría en ella a una chica cada vez más hermosa e interesante. Embobado y deslumbrado al mismo tiempo, tropecé con mis grandes zapatos y rodé torpemente por la alfombra, aterrizando a los pies de la extraordinaria mujer alada.
El destino quiso que ella notara finalmente mi presencia. Me tomó la mano para ayudar a incorporarme y le devolví la gentileza con una amplia sonrisa roja y blanca. Loco por ella, mudo por la excitación y la vergüenza simultáneas que me generaba el hecho de tenerla cerca, tomé un caramelo de mi bolsa y ofreciéndoselo, miré fijamente sus preciosos ojos color café.
- Tenemos algo en común - le dije tiernamente - vos podrías volar con tus hermosas alas, y yo estoy volando desde que te vi.
Se sonrió y posó sobre mí una mirada tan dulce que el Universo pareció esfumarse a nuestro alrededor, como si mi deseo se hubiera hecho realidad y el monstruo del Más Allá hubiese entrado sin ser visto y se hubiera llevado consigo a todos los asistentes.
Y así, como en una película con final abierto y perfecto, me quitó lentamente la peluca de rulos verdes, sacudió sus locas antenitas y agitando fuertemente sus grandes aletas traseras, levantó vuelo tomándome de la mano, para llevarme a un lugar tranquilo y maravilloso, desde donde hoy escribo este humilde cuento, mientras ella sonríe a mi lado, en gesto de aprobación.
No pude evitar mirarla entrar al amplio salón de la vieja casona, envuelta en un llamativo traje plateado en el que colgaban de su espalda dos enormes alas de tul anaranjado. Sus sensuales piernas se escondían enfundadas en unas delicadas calzas al tono y sobre su cabeza, dos alegres antenitas completaban el disfraz de mariposa más sublime que hubiera visto en mi vida.
La miré detenidamente por un largo rato, que en realidad no sé si fue extenso o el tiempo se detuvo cómplicemente para que yo pudiera observarla sin que ella pudiera notarlo. Descubrí que no sólo su disfraz me parecía bello, sino todo su ser, escondido en el frágil armazón del traje de tela, que recorría la pista de baile sin rumbo, de manera tímida pero impactante, como una tierna mariposa que recién abandona su capullo.
Por un instante, lamenté haber elegido el ridículo atuendo multicolor que llevaba puesto. Podría haber optado por convertirme en un fuerte guerrero romano, en un delicado príncipe de cuentos de hadas, en un valiente superhéroe americano, en un bruto pirata del Caribe o en un elegante y seductor conde de Transilvania. Sin embargo, allí estaba yo, con mi peluca de rulos verdes, una redonda nariz colorada, mi cara pintarrajeada y una enorme bolsa de caramelos cruzada sobre mi hombro izquierdo.
La vi sonreír rodeada de gente y descubrí que la mueca que esa sonrisa formaba en su cara era tan irresistible como un poco de aire fresco en pleno verano porteño.
Pensé que era una lástima que no estuviera allí conmigo. Podría acercarme de sorpresa y decirle: “Hola, ¿qué tal? ¿Estás sola? Soy el payaso que viene a alegrar tus noches y tus días”. Pero el abrazo del hombre que la acompañaba respondió a la pregunta antes que pudiera siquiera animarme a hacerla.
Se dice que la Noche de Brujas es la puerta que separa el mundo de los vivos del Más Allá. En ese momento, ansié que el más grande y temible de los monstruos se hiciera presente y se llevara consigo al sujeto o, en el peor de los casos, a la mujer que me acompañaba. No pude evitar sonreírme al imaginar la cara de sorpresa que pondrían los invitados cuando el espíritu maligno viniera a poner las cosas en su lugar, dejando libre el camino para que el triste payaso pudiera salir volando con su hermosa mariposa.
Recé, invoqué a Satán, ofrecí mi vida a cambio, pero lamentablemente (y de manera obvia) no ocurrió nada de lo imaginado. “No hay peor monstruo que el que crea uno mismo”, pensé. Y en mi caso, para vencerlo debía luchar contra mis propias limitaciones, mis miedos, mis culpas, mi falta de coraje, mi estúpida timidez, mi preocupación por el “que dirán” y el acostumbramiento a la comodidad y al aceptar “las cosas como son”.
Esa noche, mi fiesta personal era mirarla. Disfrutaba ver como con cada aleteo de seda descubría en ella a una chica cada vez más hermosa e interesante. Embobado y deslumbrado al mismo tiempo, tropecé con mis grandes zapatos y rodé torpemente por la alfombra, aterrizando a los pies de la extraordinaria mujer alada.
El destino quiso que ella notara finalmente mi presencia. Me tomó la mano para ayudar a incorporarme y le devolví la gentileza con una amplia sonrisa roja y blanca. Loco por ella, mudo por la excitación y la vergüenza simultáneas que me generaba el hecho de tenerla cerca, tomé un caramelo de mi bolsa y ofreciéndoselo, miré fijamente sus preciosos ojos color café.
- Tenemos algo en común - le dije tiernamente - vos podrías volar con tus hermosas alas, y yo estoy volando desde que te vi.
Se sonrió y posó sobre mí una mirada tan dulce que el Universo pareció esfumarse a nuestro alrededor, como si mi deseo se hubiera hecho realidad y el monstruo del Más Allá hubiese entrado sin ser visto y se hubiera llevado consigo a todos los asistentes.
Y así, como en una película con final abierto y perfecto, me quitó lentamente la peluca de rulos verdes, sacudió sus locas antenitas y agitando fuertemente sus grandes aletas traseras, levantó vuelo tomándome de la mano, para llevarme a un lugar tranquilo y maravilloso, desde donde hoy escribo este humilde cuento, mientras ella sonríe a mi lado, en gesto de aprobación.
viernes, 1 de mayo de 2009
Promesa cumplida
Carlos divisó una pequeña mancha negra que, dando giros, cruzaba el infinito telón celeste que los cubría.
- ¡Mira, Mabel! Una gaviota – dijo con voz quebrada y temblorosa – Eso significa que debemos estar cerca de tierra firme.
La única respuesta provino del sonido de las olas bailarinas.
Sin soltar el pequeño trozo de madera que lo mantenía a flote, giró la cabeza, para observar el cuerpo violáceo de Mabel, que flotaba sin vida, colgando de un chaleco anaranjado. La gaviota se posó sobre el pelo enmarañado de la mujer rubia y, con la mirada envuelta en pena, apuntó sus ojos negros hacia el rostro desencajado del hombre.
- Siempre le aseguré que la amaría eternamente – dijo Carlos, entre sollozos, al visitante plumífero – en esta vida y en las que vengan.
Ante la mirada expectante del hambriento pájaro blanco, el viudo cerró sus ojos por última vez y abrazó, con ambas manos, el inmenso charco de agua helada que lo rodeaba. Mabel lo recibió envuelta en su eterna belleza, ansiosa por cumplir con su idéntica promesa.
- ¡Mira, Mabel! Una gaviota – dijo con voz quebrada y temblorosa – Eso significa que debemos estar cerca de tierra firme.
La única respuesta provino del sonido de las olas bailarinas.
Sin soltar el pequeño trozo de madera que lo mantenía a flote, giró la cabeza, para observar el cuerpo violáceo de Mabel, que flotaba sin vida, colgando de un chaleco anaranjado. La gaviota se posó sobre el pelo enmarañado de la mujer rubia y, con la mirada envuelta en pena, apuntó sus ojos negros hacia el rostro desencajado del hombre.
- Siempre le aseguré que la amaría eternamente – dijo Carlos, entre sollozos, al visitante plumífero – en esta vida y en las que vengan.
Ante la mirada expectante del hambriento pájaro blanco, el viudo cerró sus ojos por última vez y abrazó, con ambas manos, el inmenso charco de agua helada que lo rodeaba. Mabel lo recibió envuelta en su eterna belleza, ansiosa por cumplir con su idéntica promesa.
jueves, 30 de abril de 2009
Un beso y una flor
Cuando una de mis abuelas vino a visitarme por primera vez a mi departamento, lo encontró triste, gris y falto de vida. Regresó una semana más tarde para regalarme un gajito de malvón robado de alguno de los canteros de su barrio. Me aconsejó que lo plantara cerca de la ventana y confesó que había elegido esa especie especialmente para mí, porque era una planta de fácil cuidado, que no requería demasiado riego ni atención.
Cercado entre cuatro fríos bloques de cemento, el único lugar apto que encontré para plantarlo fue una vieja maceta abandonada en mi balcón, donde anteriormente había cultivado una exótica planta carnívora que lamentablemente había muerto de frío después de aquella famosa nevada del 9 de julio sobre Buenos Aires. Aún no me había tomado el trabajo de remover las raíces muertas de su antecesora, pero no me pareció necesario. Hice un pocito con mis dedos en la tierra seca y resquebrajada y acomodé el gajito regalado en el centro del recipiente.
Apenas una semana de mínimo riego fue suficiente para notar que mi planta estaba creciendo a ritmo excesivamente acelerado. De aquel pobre gajo inicial habían nacido dos enormes hojas repletas de flores fucsias, que parecían tener movimiento propio. Noté con sorpresa que el insólito vegetal sacudía suavemente sus verdes extremidades como si fuesen las pequeñas manos de un bebé que juega en su corral, coqueteaba frente al espejo que creaba la luz del sol en la ventana y jugaba sensualmente con los insectos que revoloteaban a su alrededor. Era innegable que el malvón había mutado a una especie desconocida por culpa de alguna extraña causa biológica, probablemente afectado por el polen del anterior inquilino de su recipiente.
La situación cambió radicalmente aquel martes a la noche, cuando pude observar el momento justo en que los estambres de una de sus flores atrapaban a una mosca en vuelo. Como si fuese un experimento realizado en las clases de biología de mi colegio secundario, decidí juntar pequeños bichos en un platito y dejarlos junto a la maceta. Desde un improvisado escondite vi como la planta se inclinaba hasta el receptáculo y deglutía aquel extraño alimento con pasión y en pequeños bocados, a través de sus flores en forma de boca humana.
En pocos días, la planta se convirtió en mi mejor compañera. Dialogaba con ella a través de señas, mantenía siempre húmeda su tierra, limpiaba diariamente sus hojas y flores con un algodoncito embebido en agua fría y atrapaba sus moscas favoritas para la cena. Ella me lo agradecía dulcemente, primero con insinuaciones a través de sensuales movimientos, luego mediante un abrazo con sus grandes hojas abiertas y, una vez que adquirimos confianza, con pequeños besos dulces de sus tiernas flores en forma de carnosos labios.
No había confesado a nadie esta extraña historia de amor, pero no tuve más alternativa que escribirla cuando mi abuela me pidió explicaciones al verme llegar a su casa, con la boca ensangrentada, para devolverle el regalo plantado en la maceta anaranjada que traía en mis brazos. Aquella extraña planta carnívora acababa de arrancar mi lengua de un mordisco, cuando intentaba darle un sensual y profundo beso francés en su flor más pulposa.
Cercado entre cuatro fríos bloques de cemento, el único lugar apto que encontré para plantarlo fue una vieja maceta abandonada en mi balcón, donde anteriormente había cultivado una exótica planta carnívora que lamentablemente había muerto de frío después de aquella famosa nevada del 9 de julio sobre Buenos Aires. Aún no me había tomado el trabajo de remover las raíces muertas de su antecesora, pero no me pareció necesario. Hice un pocito con mis dedos en la tierra seca y resquebrajada y acomodé el gajito regalado en el centro del recipiente.
Apenas una semana de mínimo riego fue suficiente para notar que mi planta estaba creciendo a ritmo excesivamente acelerado. De aquel pobre gajo inicial habían nacido dos enormes hojas repletas de flores fucsias, que parecían tener movimiento propio. Noté con sorpresa que el insólito vegetal sacudía suavemente sus verdes extremidades como si fuesen las pequeñas manos de un bebé que juega en su corral, coqueteaba frente al espejo que creaba la luz del sol en la ventana y jugaba sensualmente con los insectos que revoloteaban a su alrededor. Era innegable que el malvón había mutado a una especie desconocida por culpa de alguna extraña causa biológica, probablemente afectado por el polen del anterior inquilino de su recipiente.
La situación cambió radicalmente aquel martes a la noche, cuando pude observar el momento justo en que los estambres de una de sus flores atrapaban a una mosca en vuelo. Como si fuese un experimento realizado en las clases de biología de mi colegio secundario, decidí juntar pequeños bichos en un platito y dejarlos junto a la maceta. Desde un improvisado escondite vi como la planta se inclinaba hasta el receptáculo y deglutía aquel extraño alimento con pasión y en pequeños bocados, a través de sus flores en forma de boca humana.
En pocos días, la planta se convirtió en mi mejor compañera. Dialogaba con ella a través de señas, mantenía siempre húmeda su tierra, limpiaba diariamente sus hojas y flores con un algodoncito embebido en agua fría y atrapaba sus moscas favoritas para la cena. Ella me lo agradecía dulcemente, primero con insinuaciones a través de sensuales movimientos, luego mediante un abrazo con sus grandes hojas abiertas y, una vez que adquirimos confianza, con pequeños besos dulces de sus tiernas flores en forma de carnosos labios.
No había confesado a nadie esta extraña historia de amor, pero no tuve más alternativa que escribirla cuando mi abuela me pidió explicaciones al verme llegar a su casa, con la boca ensangrentada, para devolverle el regalo plantado en la maceta anaranjada que traía en mis brazos. Aquella extraña planta carnívora acababa de arrancar mi lengua de un mordisco, cuando intentaba darle un sensual y profundo beso francés en su flor más pulposa.
miércoles, 29 de abril de 2009
Antes que llegue el rojo amanecer
He descubierto que durante las noches me transformo en un asesino serial. Apenas concilio el sueño, mi cuerpo sonámbulo es poseído por una fuerza maligna que me lleva a atacar al primer sujeto que encuentre en mi camino, utilizando crueles técnicas de tortura hasta provocar su muerte. Me despierto cada mañana con las manos envueltas en sangre y, en algunos casos, con marcas en mi cuerpo que indican que existió cierta resistencia. Desconozco el destino de los cadáveres de mis víctimas y la razón por la cual mi inconsciente dormido actúa de esa forma enfermiza. Por favor, necesito tu ayuda. Atame más fuerte a la cama y dame de tomar otra taza de café. Ya es tarde y no quiero quedarme dormido junto a ti.
martes, 28 de abril de 2009
Dos rayitas
Juan camina hacia la casa de Mónica para comunicarle la difícil decisión que acaba de tomar. A lo largo del camino, va ensayando cada una de las frases que le permitirían transmitir adecuadamente el doloroso mensaje.
- Es mejor que dejemos de vernos, ya no siento lo mismo por vos, necesito tiempo para pensar, estoy confundido. Te quiero mucho, pero como amiga. Es mejor que terminemos esto ahora, antes que acabemos lastimándonos. Tengo muchos proyectos propios que debo cumplir antes de formar una familia. Me cuesta mucho decirte esto, yo también estoy muy mal – repite íntimamente y en voz baja.
Lo que aún no sabe es que jamás va a animarse a exponer su ensayado discurso, porque Mónica le abrirá la puerta sonriente y feliz, sosteniendo en sus manos un dispositivo que muestra dos rayitas.
- Es mejor que dejemos de vernos, ya no siento lo mismo por vos, necesito tiempo para pensar, estoy confundido. Te quiero mucho, pero como amiga. Es mejor que terminemos esto ahora, antes que acabemos lastimándonos. Tengo muchos proyectos propios que debo cumplir antes de formar una familia. Me cuesta mucho decirte esto, yo también estoy muy mal – repite íntimamente y en voz baja.
Lo que aún no sabe es que jamás va a animarse a exponer su ensayado discurso, porque Mónica le abrirá la puerta sonriente y feliz, sosteniendo en sus manos un dispositivo que muestra dos rayitas.
lunes, 27 de abril de 2009
El sermón
La verdad corría tras la mentira, para aturdirla con un extenso sermón que la convenciera de ceder esa actitud perversa de andar engañando a la gente. Aunque la mentira se movía rápidamente, la verdad logró alcanzarla en un angosto callejón. Era un final ineludible, porque la mentira tiene patas cortas.
domingo, 26 de abril de 2009
El nuevo Mesías
-Hombres de poca fe, ¿por qué me sueltan? Les dije que soy el Mesías, el hijo de Dios y debo morir para salvar a la humanidad– gritaba el hombre en paños menores.
-Yo creo en tí, pero debo cumplir con las órdenes del director – respondió el enfermero, mientras descolgaba al falso Mesías del árbol al que se había atado, en el patio central del neuropsiquiátrico.
-Yo creo en tí, pero debo cumplir con las órdenes del director – respondió el enfermero, mientras descolgaba al falso Mesías del árbol al que se había atado, en el patio central del neuropsiquiátrico.
viernes, 24 de abril de 2009
Sueños de libertad
Durante mi niñez, solía tener un sueño recurrente en el que podía volar. No necesitaba artefactos ni motores de propulsión, simplemente estiraba mis brazos en el sentido deseado y mi cuerpo se elevaba suavemente en esa dirección. Si deseaba aterrizar, sólo tenía que apuntar los pies hacia la Tierra, juntar mis brazos al cuerpo, y dejarme llevar por una leve fuerza de gravedad.
Algunos años después, mi cuerpo comenzó a experimentar unos síntomas extraños a través de los cuales mi sueño parecía convertirse en realidad. Primero, fueron las plumas que empezaron a crecer en lugar de mis vellos del pecho, brazos y piernas, aunque logré controlar aquel anormal suceso con extensas rutinas de depilación completa.
El problema se volvió complejo cuando las uñas de mis pies comenzaron a crecer en forma de rugosas garras y mis dedos se unieron para formar solo tres puntas, pero oculté el problema desarrollando yo mismo un nuevo tipo de calzado basado en las clásicas patas de rana que utilizan los buceadores. Una vez entrado en la adolescencia, aparecieron los fuertes dolores de estómago que reclamaban un cambio urgente en mi alimentación y logré superarlos llenando las alacenas de mi cocina con semillas, granos en conserva y frutas de estación. A pesar de la vergüenza, consulté algunos médicos especialistas, incluso un veterinario, pero ninguno logró dar cura a la sorpresiva transformación. Resignado ante aquella extraña enfermedad que avanzaba y se apoderaba de todo mi cuerpo, decidí conformarme y aceptar mi nueva imagen.
Hoy, amanecí con mi nariz convertida en un afilado pico en forma de gancho y mi voz modificada en un indescifrable graznido. Desde mi cama observo la ventana que, previendo este final, había dejado entreabierta anoche, antes de ir a dormir. Del otro lado de la abertura, una pájara tierna silba dulcemente mi canción favorita, como invitándome a salir a volar con ella.
Desplegaré mis flamantes alas, imitando aquellos inocentes sueños de mi infancia y sentiré la fresca brisa matinal sobre mi rostro plumífero. Desde el cielo soleado de mi barrio, observaré mi casa pequeña sobre la superficie terrestre. Allí quedarán guardados, para siempre, mi vida de humano y mis bienes materiales, entre ellos, la almohada sobre la cual imaginé, alguna vez, estos sueños de libertad hechos realidad.
Algunos años después, mi cuerpo comenzó a experimentar unos síntomas extraños a través de los cuales mi sueño parecía convertirse en realidad. Primero, fueron las plumas que empezaron a crecer en lugar de mis vellos del pecho, brazos y piernas, aunque logré controlar aquel anormal suceso con extensas rutinas de depilación completa.
El problema se volvió complejo cuando las uñas de mis pies comenzaron a crecer en forma de rugosas garras y mis dedos se unieron para formar solo tres puntas, pero oculté el problema desarrollando yo mismo un nuevo tipo de calzado basado en las clásicas patas de rana que utilizan los buceadores. Una vez entrado en la adolescencia, aparecieron los fuertes dolores de estómago que reclamaban un cambio urgente en mi alimentación y logré superarlos llenando las alacenas de mi cocina con semillas, granos en conserva y frutas de estación. A pesar de la vergüenza, consulté algunos médicos especialistas, incluso un veterinario, pero ninguno logró dar cura a la sorpresiva transformación. Resignado ante aquella extraña enfermedad que avanzaba y se apoderaba de todo mi cuerpo, decidí conformarme y aceptar mi nueva imagen.
Hoy, amanecí con mi nariz convertida en un afilado pico en forma de gancho y mi voz modificada en un indescifrable graznido. Desde mi cama observo la ventana que, previendo este final, había dejado entreabierta anoche, antes de ir a dormir. Del otro lado de la abertura, una pájara tierna silba dulcemente mi canción favorita, como invitándome a salir a volar con ella.
Desplegaré mis flamantes alas, imitando aquellos inocentes sueños de mi infancia y sentiré la fresca brisa matinal sobre mi rostro plumífero. Desde el cielo soleado de mi barrio, observaré mi casa pequeña sobre la superficie terrestre. Allí quedarán guardados, para siempre, mi vida de humano y mis bienes materiales, entre ellos, la almohada sobre la cual imaginé, alguna vez, estos sueños de libertad hechos realidad.
miércoles, 22 de abril de 2009
Almas gemelas
Se trataron de manera indiferente durante un tiempo, rechazándose, ignorándose y hasta odiándose. Competían, casi sin darse cuenta, para imponerse y destruir al otro. Tiempo después, se encontraron por casualidad y lo disfrutaron demasiado. Sólo mirándose, reconocieron que tenían muchas cosas en común y que la única forma de ganar era estando juntos.
martes, 21 de abril de 2009
El despertar
Mi cuerpo dormido quedó al descubierto cuando me arrancó las sábanas de un súbito tirón. Humedeció mi rostro con besos suaves pero mojados, para despertarme de manera dulce, como era habitual. Pude sentir su respiración junto a la mía y estiré mi brazo para darle una caricia tibia, que respondió con el arqueo tembloroso de su cuerpo, emitiendo un jadeo fugaz. Hizo alarde de la habilidad de su lengua, recorriendo mis manos, mis brazos y mis piernas (en ese orden) y se divirtió mordiendo delicadamente los dedos de mis pies hasta hacerme abrir los ojos. Al verme despierto, se abalanzó sobre mí para fundir nuestros cuerpos en un apasionado y silencioso abrazo, que me hizo sentir cuanto me amaba. Al ver cumplido su objetivo, se ubicó en cuatro patas en el borde de la cama, clavó en mí una ansiosa mirada animal y saltó al suelo aeróbicamente, contagiándome su incontenible energía matinal.
Es inevitable, mi perro consuma cada mañana su tierna rutina incondicional, para anunciar que es hora de ir a pasear.
lunes, 20 de abril de 2009
Persecución nocturna
Siempre detesté conducir en soledad por las peligrosas rutas del interior. Frente a mí, la noche negra parecía infinita, apenas iluminada por los faros delanteros de mi vehículo y por los ocasionales destellos que traía la lluvia. Las noticias de la radio ya sonaban repetidas y el aire acondicionado de la cabina no era suficiente para combatir el denso empañamiento de los parabrisas. Mi cuerpo comenzaba a sentir el cansancio de aquel largo día de mudanza y estaba exigiendo una nueva dosis de café.
Al terminar de recorrer una curva profunda del camino, apareció detrás de mí un automóvil veloz, conducido por una sombra irreconocible, que me apuntaba con un par de cegadoras luces blancas. Aminoré la marcha y dejé espacio suficiente para que el molesto compañero de ruta me sobrepasara, pero respondió haciendo señas de luces como pidiendo que detenga mi marcha. Asustado, empuñé fuertemente el volante y aceleré a fondo con intención de perderlo de vista, pero aquel vehículo negro seguía allí atrás, fastidiándome.
Recorrimos cincuenta kilómetros de la ruta solitaria formando una incómoda caravana y mi miedo aumentaba de manera inversamente proporcional al indicador luminoso del nivel de combustible, que estaba cerca de alcanzar el punto mínimo. Con el tanque vacío, mi automóvil se detuvo a un costado de la carretera y, algunos metros atrás, interrumpió su marcha el viajante reflejado en mi espejo retrovisor. Fingiendo un coraje que no tenía, descendí del vehículo y me detuve frente al perseguidor con los brazos abiertos.
-¿Qué diablos quieres de mí? – le pregunté en voz alta– Hace una hora que estás persiguiéndome y ya colmaste mi paciencia.
- Vengo a buscar lo que es mío desde que te quedaste dormido en aquella curva fatal.
Un relámpago iluminó la escena y pude ver las manchas rojas que, provenientes del cráneo, descansaban sobre mi camisa de colores claros. La parca abrió las puertas del vehículo fúnebre y entendí que debía acompañarla. Ya sin miedo, reiniciamos el viaje por la oscura carretera que, tras el desafortunado encuentro, seguramente nos conduciría a un destino diferente.
Al terminar de recorrer una curva profunda del camino, apareció detrás de mí un automóvil veloz, conducido por una sombra irreconocible, que me apuntaba con un par de cegadoras luces blancas. Aminoré la marcha y dejé espacio suficiente para que el molesto compañero de ruta me sobrepasara, pero respondió haciendo señas de luces como pidiendo que detenga mi marcha. Asustado, empuñé fuertemente el volante y aceleré a fondo con intención de perderlo de vista, pero aquel vehículo negro seguía allí atrás, fastidiándome.
Recorrimos cincuenta kilómetros de la ruta solitaria formando una incómoda caravana y mi miedo aumentaba de manera inversamente proporcional al indicador luminoso del nivel de combustible, que estaba cerca de alcanzar el punto mínimo. Con el tanque vacío, mi automóvil se detuvo a un costado de la carretera y, algunos metros atrás, interrumpió su marcha el viajante reflejado en mi espejo retrovisor. Fingiendo un coraje que no tenía, descendí del vehículo y me detuve frente al perseguidor con los brazos abiertos.
-¿Qué diablos quieres de mí? – le pregunté en voz alta– Hace una hora que estás persiguiéndome y ya colmaste mi paciencia.
- Vengo a buscar lo que es mío desde que te quedaste dormido en aquella curva fatal.
Un relámpago iluminó la escena y pude ver las manchas rojas que, provenientes del cráneo, descansaban sobre mi camisa de colores claros. La parca abrió las puertas del vehículo fúnebre y entendí que debía acompañarla. Ya sin miedo, reiniciamos el viaje por la oscura carretera que, tras el desafortunado encuentro, seguramente nos conduciría a un destino diferente.
domingo, 19 de abril de 2009
El asadito
“Todo bicho que camina va a parar al asador”, ordenaba el pequeño cartel colgante sobre la parrilla, en homenaje a los sabios versos del Martín Fierro.
Y el cocinero obediente, sin darse cuenta de la transformación, arrojó sobre las brasas a Gregorio Samsa.
Y el cocinero obediente, sin darse cuenta de la transformación, arrojó sobre las brasas a Gregorio Samsa.
viernes, 17 de abril de 2009
La sonrisa inevitable
Ana tenía una sonrisa inevitable. Sin importar el lugar ni las circunstancias, ella no podía evitar que una larga línea curva se dibujara en su rostro blanco, desde que se despertaba hasta que decidía irse a dormir. Solo durante las noches, mientras permanecía encerrada en su cuarto, se creía que su cara se volvía falsamente seria, pero quienes alguna vez la vieron, dicen que aún allí mantenía una mueca en el rostro, muy similar a su risita diurna.
No existía hombre en el Mundo que pudiera evitar mirarla. Bastaba con que Ana se cruzara con cualquiera de ellos, para que aquel ser humano, conocido o extraño, joven o anciano, quedara absorto frente a la muchacha. La sola sonrisa de Anita era como un imán para todas las miradas que estuvieran cerca. Un golpe de vista dirigido a ella era suficiente para ser seducido por una fresca y efímera sensación de repentina felicidad. Era una chica atractiva por cierto, pero no era eso lo que llamaba la atención de los pueblerinos, sino su amplia y continua sonrisa, portadora de un efecto magnético y extraño, similar al dulce canto de las sirenas de los cuentos.
Nunca se supo bien el origen de esa sonrisa inevitable y tampoco nadie se animó a preguntarle. Hubo quienes dijeron que se trataba de un regalo divino, como contraprestación a la vida sufrida que habían llevado sus padres. Algunos otros sospecharon que no podía ser otra cosa que una especie de pacto con el Diablo, por el cual Ana habría vendido su alma a cambio de una eterna felicidad. Opiniones científicas, en cambio, llegaron a decir que se trataba simplemente de una deformación genética con suerte. Los descreídos de siempre, solo para llevar la contra, aseguraban que Ana en realidad era una niña triste, que forzaba el rictus durante día y noche, con el único objetivo de parecer simpática.
Creyéndose destinatarios exclusivos de su sonrisa, muchos hombres intentaron acercarse a Ana, pero sin éxito. Jorge, el vecino de la casa de al lado, buscaba cualquier excusa para tocar el timbre en la morada de Anita e intentar mirar por encima del hombro de quien abriera la puerta, para ver si lograba verla en el interior. Omar, el cartero del pueblo, llegó a escribir falsas cartas dirigidas a la joven, para poder concurrir diariamente a entregarle alguna misiva. Pedro, el florista de la esquina, tuvo la atrevida idea de regalarle un ramo de rosas blancas cada vez que Anita pasaba caminando por delante de su puesto de venta. Ella solo tomaba el paquete y agradecía, pero nunca le dio una oportunidad.
Todos ellos se cansaron de esperar una señal de parte de la joven, que siempre encontraba una forma elegante de rechazar cualquier invitación. A pesar de su extraña belleza y del rápido paso del tiempo, Ana cumplió veintiocho años sin conocer hombre alguno, aunque candidatos tenía de sobra.
En la primavera de ese año, el joven Gabino llegó al pueblo, sin conocerse bien desde donde provenía. Era un hombre introvertido, bajito, de aspecto sencillo y un raro peinado antiguo, con raya al costado engominada. Vestía de manera formal, aunque desprolija, con zapatos marrones sin lustrar y camisas de colores tristes. Por sus gestos serios y respuestas cortas, se notaba que el recién llegado prefería la soledad. Pasaba el día entero trabajando de manera artesanal en la modesta tienda de venta de chocolates que él mismo instaló, dos semanas después de su arribo, sobre la calle principal del pueblo. No se le conocía otro domicilio, así que el pueblo entero imaginó, sin poder confirmarlo nunca, que el joven vivía allí mismo, en un cuarto improvisado en el fondo del local.
Ana conoció a Gabino en la chocolatería. Ella iba camino a la feria del pueblo cuando detuvo su paso frente a la vidriera del negocio, tentada de comprar unos extraños bombones exhibidos dentro de una gran caja roja aterciopelada en forma de estrella, adornada con un moño perlado sobre la tapa, de la que colgaba una pequeña etiqueta con la inicial de la muchacha.
Anita, siempre sonriente, entró al local saludando al vendedor, que se encontraba de espaldas a la puerta y respondió al saludo sin darse vuelta. El dulce perfume del cacao flotando en el aire y la oscura decoración del pequeño ambiente, solo iluminado por algunas velas rojas y negras, daban a la tienda una mágica apariencia.
Señalando la hermosa caja de la vidriera, Anita pidió los bombones sin preguntar el precio. Inmutable ante la seductora sonrisa de la cliente, Gabino tomó la caja, cerró el envoltorio y la colocó en las manos de Ana.
- Sírvase – le dijo el vendedor secamente – Es una gentileza de la casa.
Ana tomó el paquete, agradeció el regalo extendiendo aún más su sonrisa de Monalisa, y dejó la chocolatería a paso lento, asombrada por el extraño episodio. Le sorprendió que el generoso hombre ni siquiera hubiera prestado atención a su famosa mueca ni hubiera quedado atontado frente a su rostro radiante, como solía ocurrirle a los demás hombres del pueblo.
Sola en su casa, Ana abrió la enorme caja y degustó los bombones a su antojo. Sintió un sabor especial, único, exquisito, incomparable a cualquier otro probado hasta el momento. Los devoró hasta hartarse y fue a recostarse a causa de una impensada somnolencia.
A la mañana siguiente, la chocolatería de Gabino amaneció cerrada y así la encontró Ana cuando llegó desesperada a golpear la puerta del local sin su sonrisa habitual. No encontró rastro alguno del mago ni de los chocolates que habían roto el hechizo. Gabino había logrado cumplir con el servicio encargado por un grupo de celosas damas del pueblo que no toleraban que sus hombres vivieran embobados por la risita de Anita. La joven desesperada regresó a su casa de manera casi imperceptible, corriendo entre la multitud del pueblo que ya ni la reconoció. Se quedó allí para siempre, con una triste mueca marcada en el rostro hasta el día que murió, sola y solterona, en su oscura habitación.
No existía hombre en el Mundo que pudiera evitar mirarla. Bastaba con que Ana se cruzara con cualquiera de ellos, para que aquel ser humano, conocido o extraño, joven o anciano, quedara absorto frente a la muchacha. La sola sonrisa de Anita era como un imán para todas las miradas que estuvieran cerca. Un golpe de vista dirigido a ella era suficiente para ser seducido por una fresca y efímera sensación de repentina felicidad. Era una chica atractiva por cierto, pero no era eso lo que llamaba la atención de los pueblerinos, sino su amplia y continua sonrisa, portadora de un efecto magnético y extraño, similar al dulce canto de las sirenas de los cuentos.
Nunca se supo bien el origen de esa sonrisa inevitable y tampoco nadie se animó a preguntarle. Hubo quienes dijeron que se trataba de un regalo divino, como contraprestación a la vida sufrida que habían llevado sus padres. Algunos otros sospecharon que no podía ser otra cosa que una especie de pacto con el Diablo, por el cual Ana habría vendido su alma a cambio de una eterna felicidad. Opiniones científicas, en cambio, llegaron a decir que se trataba simplemente de una deformación genética con suerte. Los descreídos de siempre, solo para llevar la contra, aseguraban que Ana en realidad era una niña triste, que forzaba el rictus durante día y noche, con el único objetivo de parecer simpática.
Creyéndose destinatarios exclusivos de su sonrisa, muchos hombres intentaron acercarse a Ana, pero sin éxito. Jorge, el vecino de la casa de al lado, buscaba cualquier excusa para tocar el timbre en la morada de Anita e intentar mirar por encima del hombro de quien abriera la puerta, para ver si lograba verla en el interior. Omar, el cartero del pueblo, llegó a escribir falsas cartas dirigidas a la joven, para poder concurrir diariamente a entregarle alguna misiva. Pedro, el florista de la esquina, tuvo la atrevida idea de regalarle un ramo de rosas blancas cada vez que Anita pasaba caminando por delante de su puesto de venta. Ella solo tomaba el paquete y agradecía, pero nunca le dio una oportunidad.
Todos ellos se cansaron de esperar una señal de parte de la joven, que siempre encontraba una forma elegante de rechazar cualquier invitación. A pesar de su extraña belleza y del rápido paso del tiempo, Ana cumplió veintiocho años sin conocer hombre alguno, aunque candidatos tenía de sobra.
En la primavera de ese año, el joven Gabino llegó al pueblo, sin conocerse bien desde donde provenía. Era un hombre introvertido, bajito, de aspecto sencillo y un raro peinado antiguo, con raya al costado engominada. Vestía de manera formal, aunque desprolija, con zapatos marrones sin lustrar y camisas de colores tristes. Por sus gestos serios y respuestas cortas, se notaba que el recién llegado prefería la soledad. Pasaba el día entero trabajando de manera artesanal en la modesta tienda de venta de chocolates que él mismo instaló, dos semanas después de su arribo, sobre la calle principal del pueblo. No se le conocía otro domicilio, así que el pueblo entero imaginó, sin poder confirmarlo nunca, que el joven vivía allí mismo, en un cuarto improvisado en el fondo del local.
Ana conoció a Gabino en la chocolatería. Ella iba camino a la feria del pueblo cuando detuvo su paso frente a la vidriera del negocio, tentada de comprar unos extraños bombones exhibidos dentro de una gran caja roja aterciopelada en forma de estrella, adornada con un moño perlado sobre la tapa, de la que colgaba una pequeña etiqueta con la inicial de la muchacha.
Anita, siempre sonriente, entró al local saludando al vendedor, que se encontraba de espaldas a la puerta y respondió al saludo sin darse vuelta. El dulce perfume del cacao flotando en el aire y la oscura decoración del pequeño ambiente, solo iluminado por algunas velas rojas y negras, daban a la tienda una mágica apariencia.
Señalando la hermosa caja de la vidriera, Anita pidió los bombones sin preguntar el precio. Inmutable ante la seductora sonrisa de la cliente, Gabino tomó la caja, cerró el envoltorio y la colocó en las manos de Ana.
- Sírvase – le dijo el vendedor secamente – Es una gentileza de la casa.
Ana tomó el paquete, agradeció el regalo extendiendo aún más su sonrisa de Monalisa, y dejó la chocolatería a paso lento, asombrada por el extraño episodio. Le sorprendió que el generoso hombre ni siquiera hubiera prestado atención a su famosa mueca ni hubiera quedado atontado frente a su rostro radiante, como solía ocurrirle a los demás hombres del pueblo.
Sola en su casa, Ana abrió la enorme caja y degustó los bombones a su antojo. Sintió un sabor especial, único, exquisito, incomparable a cualquier otro probado hasta el momento. Los devoró hasta hartarse y fue a recostarse a causa de una impensada somnolencia.
A la mañana siguiente, la chocolatería de Gabino amaneció cerrada y así la encontró Ana cuando llegó desesperada a golpear la puerta del local sin su sonrisa habitual. No encontró rastro alguno del mago ni de los chocolates que habían roto el hechizo. Gabino había logrado cumplir con el servicio encargado por un grupo de celosas damas del pueblo que no toleraban que sus hombres vivieran embobados por la risita de Anita. La joven desesperada regresó a su casa de manera casi imperceptible, corriendo entre la multitud del pueblo que ya ni la reconoció. Se quedó allí para siempre, con una triste mueca marcada en el rostro hasta el día que murió, sola y solterona, en su oscura habitación.
La foto "Simpatía" es propiedad de Christian Pereira y se publica con autorización del autor únicamente para su exhibición en este blog.