Tras varias horas de fatigosa espera, pudo sentir la tensión de la tanza. Aflojó la línea y lo dejó correr a su merced, deseándolo, disfrutándolo e imaginando todo lo que haría con él. Cuando lo tuvo en sus manos, se sintió tan responsable, que soltó el anzuelo de su boca y lo dejó ir.
miércoles, 30 de septiembre de 2009
lunes, 28 de septiembre de 2009
La vida hecha juego
El club de fanáticos del Juego de la Vida se reúne, todos los miércoles a las ocho de la noche, en el sótano de una vieja juguetería abandonada del barrio de Once. Allí se ubican diez largas mesas que sostienen los coloridos tableros, alrededor de los cuales se agrupan quienes deciden emprender el camino de una nueva vida, plagada de éxitos y fracasos en el medio, con el objetivo de llegar a adulto gozando de un ingreso digno y una familia feliz. Ponen sus sueños, proyectos, miedos y fracasos en manos de una clavija montada en un auto diminuto, que representa al sujeto que ellos quisieran ser. Así, todo es más fácil. Si no pudo recibirse de ingeniero, es por culpa de la ruletita.
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Cuentos cortísimos
viernes, 25 de septiembre de 2009
El testigo silencioso
Pude ver la escena claramente. Fui un testigo preferencial de cada uno de los hechos que terminaron en el pavoroso asesinato de la mujer de cabellos rojizos. Recuerdo haberla visto llegar, caminando del brazo de aquel hombre calvo, bajo la sombra que producen los árboles de enfrente. Se la veía espléndida, gozosa, hasta que su compañero se alejó por la esquina, tras besarla calurosamente en los labios. La joven mostraba una sonrisa infinita, perfectamente combinada con el brillo de sus ojos. Pero su rostro mutó súbitamente, al ver llegar, a la carrera, al hombre corpulento de pelo oscuro que, con su dedo índice en alto, le hacía reproches, pedía explicaciones, la insultaba duramente. En un instante mínimo, aconteció la escena del crimen, el musculoso con el cuchillo brillante en su mano derecha, y el histérico grito de la mujer que se apagaba lentamente, como una radio a pilas cuando se queda sin energía. Pensé en socorrerla, a pesar de conocer el riesgo de convertirme en una víctima inocente, de esas que suelen aparecer en los titulares de los diarios, por involucrarse donde no corresponde. Sin embargo, me mantuve inmóvil y en silencio, observando, pasivamente, como su vida corta y alegre se apagaba frente a mí. Un vehículo policial está estacionado frente al cadáver solitario de la dama. Creo que buscan testigos, aunque me miran, sin preguntar nada. Juro que les contaría todo detalladamente, sólo si pudiera despegar mi cuerpo plástico y estático, de esta maldita vidriera.
La foto "El no te metas" es propiedad de Christian Pereira y se publica con autorización del autor, únicamente para su exhibición en este blog.
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miércoles, 23 de septiembre de 2009
Cosa de niños
Ella disfruta jugar con chicos de su edad, todas las tardes, al salir de la oficina.
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Hiperbreves
martes, 22 de septiembre de 2009
La compensación del robo
Una tarde soleada de otoño, me robó tres besos, dos abrazos y un “te quiero”. Luego, en pocos días, se apoderó de mi corazón, de mi alma y hasta de mis pensamientos. Cuando culminó la sustracción, tomó el botín y me dejó solo, con la impotencia de un hombre que ha sido estafado. Pero, afortunadamente, encontré un alivio entre tanto desconsuelo. Desde entonces, noche a noche, compenso la pérdida con el recuerdo de su cuerpo, que aparece libre y animado, en mis sueños más perversos.
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domingo, 20 de septiembre de 2009
Imperdonable
Ella no encontró razones para enojarse cuando su novio decidió invitar a su ex pareja a su ceremonia de casamiento, aunque sospechaba que algo extraño podría suceder. Por eso, no le sorprendió que la mujer entrara a la Iglesia vestida de blanco, extrajera un revólver de su cartera y, en medio de la celebración, vaciara el cargador en el cuerpo de quién iba a convertirse en su flamante esposo. A pesar de ello, no la juzga, es una mujer enferma, a la que pueden condonársele algunos actos de celosa locura.
Pero hay algo que la novia no será capaz de perdonar. Frente al espejo de la habitación vacía, observa entristecida su soñado vestido de novia, arruinado perpetuamente por las imborrables y espantosas gotas rojas, que siempre le recordarán su frustrado matrimonio.
Pero hay algo que la novia no será capaz de perdonar. Frente al espejo de la habitación vacía, observa entristecida su soñado vestido de novia, arruinado perpetuamente por las imborrables y espantosas gotas rojas, que siempre le recordarán su frustrado matrimonio.
Cuento presentado por el autor en el concurso Minificciones del mes de septiembre de 2009, inspirado en la imagen aquí incluida.
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Cuentos cortísimos
jueves, 17 de septiembre de 2009
A las ocho en el Bar Villarreal
El hombre llegó al establecimiento a las ocho en punto y eligió una mesa pequeña ubicada en el fondo del bar. Desde allí, tendría un panorama completo del salón. Vestía una camisa blanca de mangas cortas y pantalón de jeans, llevaba el pelo oscuro perfectamente peinado y una computadora portable en su mano derecha. Ordenó al mesero una cerveza en lata bien fría y recorrió el bar con la mirada. La chica aún no había llegado.
Cinco minutos más tarde, ella ingresó al Bar Villarreal y ocupó una mesa pequeña junto al ventanal. Desde las mesas contiguas podía olerse el exquisito aroma de su afrodisíaco perfume francés, mezclado con el olor de los sándwiches tostados. Usaba un largo vestido negro sin demasiadas exhibiciones, una flor anaranjada decorando su peinado y un par de gruesos anteojos que le daban un estilo intelectual. Pidió al mozo un jugo de naranja, mientras encendía su computadora portátil, con conexión a Internet. Deseaba conversar con el joven que había conocido con el seudónimo El Oso, a través de un programa de conferencias de la red virtual.
El Oso se había interesado en la Mujer Maravilla desde el primer día, porque ella usaba como apodo el nombre de fantasía de la protagonista femenina de sus historietas favoritas.
“Mujer Maravilla ha iniciado sesión”, pudo leerse en la pantalla del Oso.
“Hola”, escribió el Oso, e instantáneamente pudo ver la cara de felicidad que se marcaba en el rostro de la mujer perfumada.
Habían intercambiado anécdotas, fotos, tristezas, confidencias y palabras dulces a través del ciberespacio, pero aún no se habían animado a conocerse. Sin embargo, esa tarde sólo los separaban unos pocos metros de distancia. El Oso estaba allí, observándola atentamente, desde la mesa del fondo del mismo bar que ella solía frecuentar. La había reconocido apenas la vio entrar al local, aunque ella no era parecida a la imagen de la foto digital. Había cambiado el color y el corte de su pelo, y eso la hacía lucir aún más atractiva.
Es ahora o nunca, pensó El Oso, y se acercó hasta la mesa de la mujer concentrada en la pantalla del monitor. No hicieron falta presentaciones ni excusas. La Mujer Maravilla sabía que él estaba allí por ella, y se alegró por su atrevimiento. Cruzaron sus miradas y sus sonrisas por primera vez y festejaron el encuentro con un tierno abrazo. Cómplices, sus computadoras personales se apagaron por el resto de la tarde. Desde entonces, el Oso y la Mujer Maravilla decidieron desaparecer de sus vidas para siempre, para dejar sus lugares a los sonrientes Marcelo y Catalina, que ahora se miran dulcemente a los ojos. Ellos se encuentran en aquel bar, todas las tardes a las ocho, para ocupar con besos, mimos y palabras de amor, los espacios que hasta entonces, ocupaban sus letras.
Cinco minutos más tarde, ella ingresó al Bar Villarreal y ocupó una mesa pequeña junto al ventanal. Desde las mesas contiguas podía olerse el exquisito aroma de su afrodisíaco perfume francés, mezclado con el olor de los sándwiches tostados. Usaba un largo vestido negro sin demasiadas exhibiciones, una flor anaranjada decorando su peinado y un par de gruesos anteojos que le daban un estilo intelectual. Pidió al mozo un jugo de naranja, mientras encendía su computadora portátil, con conexión a Internet. Deseaba conversar con el joven que había conocido con el seudónimo El Oso, a través de un programa de conferencias de la red virtual.
El Oso se había interesado en la Mujer Maravilla desde el primer día, porque ella usaba como apodo el nombre de fantasía de la protagonista femenina de sus historietas favoritas.
“Mujer Maravilla ha iniciado sesión”, pudo leerse en la pantalla del Oso.
“Hola”, escribió el Oso, e instantáneamente pudo ver la cara de felicidad que se marcaba en el rostro de la mujer perfumada.
Habían intercambiado anécdotas, fotos, tristezas, confidencias y palabras dulces a través del ciberespacio, pero aún no se habían animado a conocerse. Sin embargo, esa tarde sólo los separaban unos pocos metros de distancia. El Oso estaba allí, observándola atentamente, desde la mesa del fondo del mismo bar que ella solía frecuentar. La había reconocido apenas la vio entrar al local, aunque ella no era parecida a la imagen de la foto digital. Había cambiado el color y el corte de su pelo, y eso la hacía lucir aún más atractiva.
Es ahora o nunca, pensó El Oso, y se acercó hasta la mesa de la mujer concentrada en la pantalla del monitor. No hicieron falta presentaciones ni excusas. La Mujer Maravilla sabía que él estaba allí por ella, y se alegró por su atrevimiento. Cruzaron sus miradas y sus sonrisas por primera vez y festejaron el encuentro con un tierno abrazo. Cómplices, sus computadoras personales se apagaron por el resto de la tarde. Desde entonces, el Oso y la Mujer Maravilla decidieron desaparecer de sus vidas para siempre, para dejar sus lugares a los sonrientes Marcelo y Catalina, que ahora se miran dulcemente a los ojos. Ellos se encuentran en aquel bar, todas las tardes a las ocho, para ocupar con besos, mimos y palabras de amor, los espacios que hasta entonces, ocupaban sus letras.
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Cuentos cortos
lunes, 14 de septiembre de 2009
Desde abajo de las sábanas
Aquella noche, mientras dormía, escuché un ruido estridente que me hizo despertar. Encendí la luz de la mesa de noche y pude ver un duende en el suelo, en plena búsqueda desesperada debajo de mi cama. Al verme despierto, se incorporó de un salto y arrojó sobre mí una mirada desafiante. Decía venir de una tierra de fantasía, tras los pasos de un hada rebelde que había logrado esconderse en algún lugar de Buenos Aires. Aseguraba que la mujercita alada era extremadamente peligrosa, por su capacidad de enamorar perdidamente al primer hombre que osara mirarla directamente a los ojos.
Los últimos informes recibidos desde su lugar de origen afirmaban que la dama fantástica se hallaba alojada en alguna de las múltiples viviendas de mi barrio. Aseguré no haberla visto y me comprometí a informarle en el futuro cualquier noticia que tuviera de aquella extraña doncella. Satisfecho, el pequeño sujeto vestido de verde inclinó su cabeza para agradecerme y escapó a la carrera, trepando ágilmente por la chimenea.
Dos minutos más tarde, ella abrió la puerta del baño contiguo y volvió a la cama. Allí noté, por primera vez, las marcas de la extirpación sobre su espalda.
- Ya no podrán encontrarme – me dijo sonriente - Me quedaré contigo para siempre.
Con su cuerpo mínimo enroscado al mío, sellamos nuevamente nuestros labios en un profundo beso de amor. A partir de entonces, aunque ya no tenga aquellas alas preciosas con las que llegó planeando hasta mi ventana, ella logra remontarme en vuelo diariamente, desde abajo de las sábanas.
Los últimos informes recibidos desde su lugar de origen afirmaban que la dama fantástica se hallaba alojada en alguna de las múltiples viviendas de mi barrio. Aseguré no haberla visto y me comprometí a informarle en el futuro cualquier noticia que tuviera de aquella extraña doncella. Satisfecho, el pequeño sujeto vestido de verde inclinó su cabeza para agradecerme y escapó a la carrera, trepando ágilmente por la chimenea.
Dos minutos más tarde, ella abrió la puerta del baño contiguo y volvió a la cama. Allí noté, por primera vez, las marcas de la extirpación sobre su espalda.
- Ya no podrán encontrarme – me dijo sonriente - Me quedaré contigo para siempre.
Con su cuerpo mínimo enroscado al mío, sellamos nuevamente nuestros labios en un profundo beso de amor. A partir de entonces, aunque ya no tenga aquellas alas preciosas con las que llegó planeando hasta mi ventana, ella logra remontarme en vuelo diariamente, desde abajo de las sábanas.
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viernes, 11 de septiembre de 2009
La búsqueda inútil
Como primera opción, decidió participar en un programa televisivo para conseguir pareja, pero a pesar de mostrarse simpático y tener buena presencia, no fue seleccionado por ninguna de las candidatas propuestas. Sin perder las esperanzas, concurrió a un local de baile exclusivo para solos y solas, pero tampoco tuvo éxito: el salón estaba lleno de hombres como él, pero con más suerte. Un amigo le sugirió que se conectara a una sala de conversación privada en Internet, repleta de mujeres solitarias y aburridas, pero ninguna de ellas se atrevió a aceptar su invitación para una cita a ciegas. Finalmente, cansado de sentir tanto rechazo, volvió resignado a su hogar apacible, para posar sus ojos brillantes en la mujer de pijama que, desde hace años, comparte su lecho.
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martes, 8 de septiembre de 2009
El conjuro
Encontré un antiguo libro de magia negra abandonado en un estante polvoriento de la biblioteca de mi casa. Desde la tapa se anunciaba una enorme cantidad de hechizos y conjuros para todo tipo de situaciones y sujetos. Me llamó especialmente la atención una página marcada en el medio del volumen, en la que se indicaba una mágica receta para vengarse de un cónyuge infiel. Debían colocarse en un recipiente metálico tres flores marchitas, ropa interior usada por la persona desleal, dos dientes de ajo, una botella de licor de anís y el caparazón de una tortuga. Todo ello debía ser llevado al fuego y, frente a la fogata, debían repetirse unos extraños versos macabros escritos en latín. Cumplido ello, el autor aseguraba que se vengarían todos los actos impuros en el cuerpo del amante ocasional. Así fue como, imprevistamente, comprendí que no había sido casual que mi tortuga hubiera desaparecido el mismo día en que apareció muerto el mejor amigo de papá.
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viernes, 4 de septiembre de 2009
Los sueños convenidos
Bajo la luna violácea del invierno, soñaban, sin saberlo, el uno con el otro. Se disfrutaban silenciosamente hasta el amanecer, liberando a la distancia, sus ardientes apetitos privados. Se encontraron casualmente una tarde cualquiera y, olvidando las razones que los separaban, pudieron confesarse aquellos sueños mutuos, con libertad y sin timidez. Desde entonces, se encuentran todas las noches, para amarse apasionadamente, a la hora convenida, cada uno desde su cama.
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miércoles, 2 de septiembre de 2009
El carnicero habilidoso
Durante el extenso día laboral, el carnicero satisface los pedidos ansiosos de las mujeres del barrio, exhibiendo su habilidad con los cuchillos, al cortar las milanesas. Incansable, por las noches, sale a practicar sus técnicas, en los fríos cuerpos perfumados de sus mejores clientas.
La foto "Milangas" es propiedad de Christian Pereira y se publica con autorización del autor, únicamente para su exhibición en este blog.
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