Me encanta espiarla todas las mañanas, escondido detrás de una ventana entreabierta del dormitorio, mientras ella se pasea desnuda por la vivienda de enfrente. Pienso entonces en mil formas de acceder a esa hembra hermosa que me vuelve loco, pero todos mis planes se frustran antes de ejecutarlos. Si tan solo pudiera cruzar la calle angosta que nos separa e invitarla a dar al menos una vuelta a la manzana, sería más fácil. Pero, no hay manera, pobrecita. Ella está desde hace años en cautiverio, oprimida tras unas elevadas paredes impenetrables, sin tener siquiera un patio al que asomarse, para verme mover la cola de contento, o permitir que la visite para regalarle un hueso.
miércoles, 18 de agosto de 2010
jueves, 12 de agosto de 2010
Una casa con diez pinos
La casa de campo luce encantadora entre la arboleda. El humo tenue brotando por la chimenea permite adivinar el clima ideal de su interior, contrastante con el frío invierno sureño que la rodea. Los chispazos de la leña encendida debajo de una burbujeante cacerola de hierro le otorgan al ambiente esa calidez perfecta que se observa desde el exterior. Una mujer camina con un plato de guiso caliente en su mano. Recorre el camino del pinar con una libertad envidiable. Ella es bondadosa y muy buena cocinera. Sale al encuentro de un hombre delgado que la espera hambriento debajo de uno de los pinos. Ella se acerca, pone el plato de comida sobre sus piernas y lo alimenta con generosidad. Él agradece estar vivo para seguir disfrutando aquellos manjares cada día, bajo la sombra de aquel árbol al que fue encadenado hace unos meses, hasta que logre pagar por esos tontos errores que cometió.
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Cuentos cortísimos
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