Considero injusta la mala fama que le han hecho a los fantasmas en el mundo moderno. Si bien es cierto que son muy distintos a los humanos, hay muchas ocasiones en que ellos son capaces de adoptar algunas actitudes bien parecidas, que no asustan a nadie y los hacen pasar casi desapercibidos.
Es interesante conocer, por ejemplo, que a los fantasmas les apasionan los deportes. Los domingos por la tarde, suelen juntarse a jugar al fútbol en algún descampado. A pesar de su invisibilidad, es llamativo ver como los arqueros son capaces de atajar con mucha habilidad casi todas las pelotas. Otras veces, reemplazaban los balones por globos inflados que sobran de algún cumpleaños, y compiten para ver quién puede hacerlos volar más alto, como si fuesen empujados sólo por el viento. Es habitual que organicen combates de boxeo entre los más fortachones. Es divertido ver como las trompadas los atraviesan sin inmutarlos. Según el novedoso reglamento, resulta ganador aquel que pueda aguantar por más tiempo la tentación de las cosquillas.
También les encanta la música. Muchos de ellos eligen la opera clásica o los cantos gregorianos. Los más jóvenes, en cambio, prefieren escuchar hard rock, e invadir las terrazas del barrio para bailar descontrolados con las sábanas de las vecinas. Les divierte decir que las colchas son fantasmas gordas, que bailan muy mal. A los más intelectuales, les gusta reunirse para contar historias sobre hombres desaparecidos, o para mirar algún programa de televisión. Una noche, se reían a carcajadas cuando uno de ellos logró colarse en un estudio en plena transmisión para enviarles un saludo frente a las cámaras encendidas sin que nadie pudiera notarlo.
Aunque parezca increíble, los fantasmas también tienen miedo, especialmente de los locos y los perros, que son los únicos que pueden verlos. Pese a ello, se sienten protegidos por un dios, que es el espíritu más viejo de todos. Cada año, durante la noche de brujas, organizan una emotiva ceremonia en honor a su guardián en una antigua catedral abandonada. Allí fue donde los conocí.
Cuando descubrieron mi identidad, fue imposible evitar que algunos de ellos me siguieran hasta mi domicilio. Reconozco que es preferible su compañía antes que deambular por la mansión en solitario. En definitiva, son seres tranquilos y bastante amigables. Eso sí, para evitar problemas de convivencia, debo cuidarme de no chocar con ellos cuando atravieso las paredes.