Cuando cae la tarde, ella le lleva flores a su tumba. A él le encanta olfatearlas, antes de volver a dormirse.
martes, 28 de julio de 2009
sábado, 25 de julio de 2009
La fiesta que no fue
Sonaron las doce campanadas y la joven aún lloraba en el patio de la casona.
- ¡No es mi culpa! - exclamó el hada madrina - Es imposible hacer un carruaje con una pelota.
Es que había sido un día tan complicado, que la pobre Cenicienta no había podido pasar por la verdulería.
- ¡No es mi culpa! - exclamó el hada madrina - Es imposible hacer un carruaje con una pelota.
Es que había sido un día tan complicado, que la pobre Cenicienta no había podido pasar por la verdulería.
en la categoría:
Cuentos cortísimos
miércoles, 22 de julio de 2009
Una fantasía cumplida
Los ojos abiertos de la mujer seguían mirándome fijamente desde la cama. Al observar su armónico cuerpo desnudo descansando entre las sábanas, mostré una sonrisa amplia y satisfecha, típica de un hombre que acaba de cumplir con su ansiada fantasía. Sin duda alguna, había sido una noche especial, ejecutada con la misma perfección con que la había imaginado toda mi vida. En la ducha, mientras el agua que mojaba mi cuerpo se volvía rojiza, pude disfrutar el eterno silencio que envolvía el inhóspito dormitorio donde, minutos antes, sólo se escuchaban sus nerviosos alaridos.
en la categoría:
Cuentos cortísimos
sábado, 18 de julio de 2009
Día campestre
Advertencia: La poesía transcripta a continuación la escribí en mi colegio primario cuando tenía 12 años, y a mi maestra le gustó tanto, que debí leerla en voz alta en un acto escolar de fin de curso. Decidí publicarla para su lectura en este living porque fue, de alguna manera, el origen de mi pasión por las letras, que hoy dan vida a este humilde blog.
El Sol sale a la mañana
y aparece por el este,
mientras tocan las campanas,
comienza un día campestre.
La gente pronto despierta
al son del quiquiriquí,
el maullido de un gatito
y el vuelo de un colibrí.
Debajo de un gran ombú
se reunió la paisanada,
tomaban mates amargos
y entonaban sus payadas.
El Sol comienza a ocultarse
en el rojizo horizonte,
y se encienden las fogatas
en los llanos y en los montes.
En la noche silenciosa,
mientras los grillos cantaban,
los paisanos y sus chinas
con ese día soñaban.
Pasó la noche tranquila,
vuelve el Sol anaranjado,
iluminando la estancia
y su contorno arbolado.
Quiero dedicarle esta entrada a Claudio Folgueiro, que la semana pasada me recitó de memoria estos versos, después de haberlos escuchado en aquel acto escolar hace más de 20 años. Su envidiable memoria fue la invitación a rescatar aquella hoja amarilla con letra redonda e infantil, del polvoriento cajón de mis recuerdos.
en la categoría:
Cuentos en verso
martes, 14 de julio de 2009
La nueva caída
En nuestro jardín de Edén no había árboles maravillosos, pero eramos felices. Como no existía un fruto prohibido, ella me tentó con una botella para compartir. Tras beberla, descubrimos nuestra propia desnudez, pero sin sentir vergüenza. Su sonriente osito de peluche ocupó el lugar privilegiado de la serpiente y fue el único testigo de nuestros actos conscientes. Nos habían ordenado que no lo hiciéramos, pero fue imposible resistir la tentación de nuestras hormonas adolescentes. Llevados por las pasiones carnales, olvidamos que faltaba un personaje en esta historia. Fue su padre quién tomó el rol de Javhé y abrió la puerta de la habitación inesperadamente, para expulsarnos, envuelto en furia, de nuestro propio e improvisado paraíso.
en la categoría:
Cuentos cortísimos
domingo, 12 de julio de 2009
La medalla
Mi abuelo Remigio encontró una extraña medalla oxidada, perdida en el fondo de un viejo cajón de gaseosas. Le sorprendió tanto el hallazgo, que decidió convertirla en su amuleto personal. Se encargó de limpiarla hasta sacarle brillo y luego la colgó de un clavito, sobre la puerta de acceso al patio de su casa. Cada fin de semana, previo al partido de fútbol de su querido Gimnasia, Remigio se paraba sobre una banqueta y besaba la medalla, para pedirle un resultado favorable. Si el equipo ganaba, era gracias al poder del amuleto, si no, era porque él no había sabido pedirle con suficientes ganas o porque algún fanático del equipo contrario, tenía un talismán aún más milagroso. Y así pasaron los años, alternando alegrías y decepciones, entre gritos de gol y llantos de tristeza, hasta el día de su muerte.
Esta tarde, Gimnasia tuvo que enfrentar un partido decisivo, en el que estaba en juego su permanencia en la categoría. Debía convertir tres goles más que su rival y necesitaba, para ello, una importante dosis de suerte. A medida que pasaban los minutos, la difícil misión parecía convertirse en imposible. Lamenté que Remigio no estuviera ahí, para besar la medalla que produjera el milagro. Pero en tiempo suplementario, cuando el descenso parecía ser una cruel realidad inevitable, la pelota cruzó la línea de gol del equipo contrario por tercera vez, y el estadio vibró de incontenible alegría. Por debajo de mi gorro azul y blanco, con la mirada nublada por las lágrimas, me pareció ver a Remigio sonriendo a un costado de la cancha, con la radio portátil en la oreja, besando la medallita.
Esta tarde, Gimnasia tuvo que enfrentar un partido decisivo, en el que estaba en juego su permanencia en la categoría. Debía convertir tres goles más que su rival y necesitaba, para ello, una importante dosis de suerte. A medida que pasaban los minutos, la difícil misión parecía convertirse en imposible. Lamenté que Remigio no estuviera ahí, para besar la medalla que produjera el milagro. Pero en tiempo suplementario, cuando el descenso parecía ser una cruel realidad inevitable, la pelota cruzó la línea de gol del equipo contrario por tercera vez, y el estadio vibró de incontenible alegría. Por debajo de mi gorro azul y blanco, con la mirada nublada por las lágrimas, me pareció ver a Remigio sonriendo a un costado de la cancha, con la radio portátil en la oreja, besando la medallita.
en la categoría:
Cuentos autobiográficos,
Cuentos cortísimos
jueves, 9 de julio de 2009
Un invento y un intento
Existió un hombre que inventó una máquina para volar, mucho antes que los hermanos Wright y Santos Dumont, cuyo nombre fue injustamente olvidado en los libros de historia de la aviación. El diseño de la nave era práctico e innovador, superior a los proyectos que, medio siglo después, daría a conocer Da Vinci. Según cuentan las crónicas de la época, fue emocionante verlo sonreír dentro del amplio canasto con alas, minutos antes de ser expulsado, por una enorme catapulta, desde la cima del Monte Gorbea. El inventor habría alcanzado fama mundial de no haber sido por un pequeño detalle, hasta entonces desconocido. Fue en el siglo XVII, cuando Newton descubrió la ley de gravedad, que pudieron entenderse las razones del fracaso del proyecto y los motivos de su muerte.
en la categoría:
Cuentos cortísimos
martes, 7 de julio de 2009
Dos en el lienzo
Dos audaces gotas de acuarela escaparon del pincel en alto, para estamparse contra la tela virgen del artista plástico. Como por arte de magia, las manchas violáceas adquirieron forma humana, una de un hombre parecido a mí, la otra, de una mujer igual a la de mis sueños. Al descubrir las figuras recortadas sobre el fondo blanco, el pintor dibujó entre nosotros un pequeño corazón rosado, apagó las luces del altillo y nos dejó solos. Bastó una noche para que pudiéramos completar la maravillosa obra de arte, que aquel pintor no había siquiera imaginado poder dibujar.
Cuento presentado por el autor en el concurso Minificciones del mes de julio de 2009, inspirado en la imagen aquí incluida.
en la categoría:
Cuentos cortísimos
viernes, 3 de julio de 2009
Extraño tus ausencias
- Te quiero.
- Yo también te quiero.
- ¿Y por qué me dejas entonces?
- Sabés que no puedo quedarme.
- Si, pero siempre hacés lo mismo. Te quedás sólo un ratito.
- Mañana vuelvo, a la misma hora, como siempre.
- Es que extraño tus ausencias.
- Deberías saber que siempre estoy con vos, a pesar de todo.
- ¿Me lo prometés?
- Te lo prometo.
Y se besaron, por última vez en esa noche, antes que el fantasma desapareciera entre las cortinas.
- Yo también te quiero.
- ¿Y por qué me dejas entonces?
- Sabés que no puedo quedarme.
- Si, pero siempre hacés lo mismo. Te quedás sólo un ratito.
- Mañana vuelvo, a la misma hora, como siempre.
- Es que extraño tus ausencias.
- Deberías saber que siempre estoy con vos, a pesar de todo.
- ¿Me lo prometés?
- Te lo prometo.
Y se besaron, por última vez en esa noche, antes que el fantasma desapareciera entre las cortinas.
en la categoría:
Cuentos cortísimos
miércoles, 1 de julio de 2009
El nacimiento de Iemanjá
Sólo vestida por los rayos del sol, la mujer baña sus pies en la orilla y avanza hacia el horizonte. Disfruta las olas que rompen contra su cuerpo mínimo, que ya no serán las mismas después del choque. Con su inmersión, modifica el curso habitual y eterno de las aguas, que ahora la envuelven y alegran su vida. El mar se contagia y aumenta el caudal, pretende llamar su atención, enamorarla un poco más. Se lo ve tan bello, vivo, imponente e infinito. Embriagada por la calidez de las enormes masas de agua salada, ella se convierte en el más hermoso de los peces. Se buscan, se complementan, se superan y se aman locamente, entre espuma y sal. Y llega el momento en que la mujer lo abarca todo, y el mar cierra sus costas, para que Iemanjá sea su única dueña, la soberana, el mismo mar.
en la categoría:
Cuentos cortísimos
Suscribirse a:
Entradas (Atom)