viernes, 27 de marzo de 2009

Extraña confesión

Todo comenzó en el momento en que a Jonathan se le ocurrió arrojar sobre la mesa su plato de comida recién servido, y en el que yo, para no ser menos, arrojé el mío a la otra punta del comedor, manchando la alfombra de arabescos persa que ella había limpiado esa misma tarde por sexta vez.
Escuché el grito histérico de siempre y, sin darme tiempo a esquivarlo, recibí un golpe mucho más duro y doloroso que de costumbre, que ella me dio mientras recogía el plato de Jonathan.
- Tranquilo hijo – le susurró al pequeñuelo mientras acariciaba sus finos rulos rubios en señal de maternal perdón. Me quedé observándola boquiabierto y en silencio, abriendo mis ojos en exceso para contener el llanto que hubiera revelado mi indignación.
Odiaba cuando ella nos trataba de manera diferente. Es cierto que yo no soy un bebé como él, pero con mis ocho años cumplidos creo que sigo siendo una criatura adorable que también merece algunos mimos y gestos de compasión.
Me apuntó con sus ojos de carbones encendidos, intentando intimidarme. - ¡Andate de acá, Rogelio! – me dijo gruñendo y señaló con su índice el camino que conducía a mi habitación, que compartía con Jonathan desde hacía dos meses.
Era evidente que ella no sentía por mí lo mismo que antes de la llegada de su nuevo angelito y eso no podía soportarlo. Sentí que renacía en mí una sensación extraña, un odio inexplicable, una inmensa necesidad de acabar con aquella situación injusta lo antes posible. Fue por ello que, sin pensarlo demasiado y harto de sus gritos y de sus malos tratos, decidí asesinarla.
Me oculté debajo de la cama, esperando el momento en que mi futura víctima entrara al cuarto para buscarme. Mi ataque debía ser inesperado y letal, para impedir cualquier tipo de defensa que ella quisiera oponer. Esperé allí abajo por casi una hora, imaginando diferentes maneras de llevar adelante mi plan, hasta escoger la más conveniente.
Por los sonidos que provenían del comedor, pude saber que ella todavía estaba en aquel lugar, jugando con Jonathan a alguno de sus tontos juegos de niños.
- ¿Por qué no podemos jugar todos juntos? – me pregunté sin encontrar respuesta.
La vi entrar al dormitorio con el crío en sus brazos y decidí esperar que lo acomodara en su cama. En definitiva, él no tenía la culpa de ser un maldito consentido. Apenas lo soltó, me abalancé sobre ella por la espalda, mientras mordía su cuello con todas mis fuerzas para que no pudiera oponer resistencia.
- ¿Que hacés, Rogelio? – alcanzó a decirme antes de desvanecerse. Su cabeza golpeó fuertemente contra la cuna de madera de Jonathan y acabó rodando por el piso, dejando a su paso una enorme mancha roja. En el aire, solo quedó un silencio inmenso y vacío que fue interrumpido abruptamente por el llanto histérico e intolerable del bebé.
Parado a su lado, la miré durante unos segundos y, aunque parezca extraño, cruel y antinatural, debo confesar que disfruté verla en ese estado inerte. Crucé corriendo el comedor y salí al jardín, para escapar de la casa por el agujero que yo mismo había abierto en el alambrado del fondo.
Dos horas más tarde, la señora González me recogió en la calle, a unas veinte cuadras del domicilio de Elvira. Debo confesar que cuando me vio solo, perdido y sin identificación no dudó un instante en llevarme a vivir con ella y su marido. Ahora tengo una cucha nueva y me llaman Osvaldo y, por el momento, ninguno de ellos se atrevió a maltratarme.
Hoy supe del embarazo de la señora González. Solo espero que esta vez no ocurra lo mismo que con Elvira y mis tres dueñas anteriores: nacen sus hijos y ellas se olvidan de mí.

12 comentarios:

adriana rey dijo...

UH! me parece que Rogelio/Osvaldo va derechito a ser un asesino serial.
Muy bueno este relato Tino! Saludos

Martín Gardella dijo...

Es que odia sobre todo que le cambien el nombre. Gracias Adriana. Nos seguimos leyendo.

Isabel de León dijo...

Muy bueno...ese osvaldito me da miedito jeje
Saludos de la chica que has asustado.

Martín Gardella dijo...

Gracias Isabel. Me alegra haber logrado el efecto buscado. Saludos

Christian Pereira dijo...

Un clasico que no pierde vigencia. Uno de los mejores cuentos del Autor.

Martín Gardella dijo...

Gracias Christian. No digas que este es uno de los mejores, que me vas a espantar a los lectores!

Ignatius dijo...

Te superás! Cada vez estoy más contento de haber descubierto este blog!

Martín Gardella dijo...

Gracias Ignatius. Espero que sigas leyendo y que vuelvas pronto. Hay mucho más en los rincones del living. Es un gusto tenerte por aquí. Saludos

Soledad Arrieta dijo...

Martín, no sé si leerés este comentario en un cuento de hace tanto tiempo, pero quería comentarte que me gustó mucho.
Entiendo que es dificil asumir un rol completamente ajeno al escritor (sucede también al escribir desde el sexo opuesto), y realmente en tu caso ha quedado magnífico.
Te felicito, no sólo por este, sino por todo lo que te he leído hasta el momento Martín, sos muy buen escritor.
Cariños!

Martín Gardella dijo...

Sol, claro que leí tu comentario! Muchísimas gracias! Sos muy generosa con tus elogios. Me alegra que te haya gustado. Gracias por venir hasta este cuento abandonado en un rincón del Living! Un beso

Unknown dijo...

Éste niño es como una encarnación de Chucky,por algo tiene tan mal karma;está el cuento como para guión de "Cuentos de la cripta".

Martín Gardella dijo...

Carlos, no es un niño el que relata, sino el mismo perro. Igualmente espero que, en tu interpretación, lo hayas disfrutado. Saludos