Una noche como cualquier otra, en el camino de regreso a su casa, un hombre se desorientó de repente. Entró por error a un edificio incorrecto, tocó sin querer el timbre de un departamento equivocado, le abrió la puerta una mujer que no era la suya, jugó por un rato con niños ajenos, ocupó la cabecera de la mesa a la hora de la cena y, antes de echarse a dormir en una cama mullida y tibia, le hizo el amor a aquella dama tan generosa, que no paró de sonreír desde que lo vio cruzar la puerta. Por suerte, logró volver en sí al amanecer, para llegar a tiempo a la oficina, como si nada hubiera ocurrido.
Sin embargo, algo extraño sucede desde entonces. Todos los jueves a la noche, el hombre vuelve a confundirse y pasa la noche fuera de la casa. Su esposa, un poco preocupada al principio, notó que los síntomas que aquejan a su marido resultan ser bastante comunes. Basta con ver, por ejemplo, al vecino del cuarto piso, que todos los jueves sufre los mismos problemas de desorientación, y toca por error el timbre de su puerta.