La mujer triste se detuvo en el borde del andén. Si el tren estaba en horario, llegaría a la estación en apenas seis minutos. Planeaba arrojarse a las vías en el preciso instante en que la locomotora apareciera entre la arboleda. Así, no habría tiempo de arrepentimientos ni rescatistas heroicos. Quizás sí una lamentable nota destacada en los noticieros del pueblo, que seguramente sería olvidada en poco tiempo. Pero la demora inesperada del convoy interrumpió sus planes definitivamente. En la parada previa, un suicida con idéntica desesperación había logrado concretar su propósito antes que ella.
La mujer abandonó la escena un poco confundida. Más tarde, reconocería la foto de aquel hombre por televisión. Él había sido el principal causante de la terrible angustia que la había arrastrado hasta el filo de la plataforma. Sin embargo, desde esa tarde, ella sintió que no podía odiarlo más.