El anciano la miró con los ojos bien abiertos, mientras Linda, mordiéndose los labios provocativamente, desabrochaba lentamente su sutién. Su blanca cabeza pegó contra la mesa, justo encima del póquer de ases ganador. Sonriendo, Linda tomó sus ropas, todo el dinero y lo dejó solo, con su viejo corazón destrozado.
La suerte y el amor no conviven.
ResponderEliminarEn este caso, las consecuencias fueron fatales. Gracias por comentar. Saludos
ResponderEliminarAhh la dulce muerte es un streaptease privado, seguro que tenía un sonrisa de un tamaño peninsular.
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