Con cuatro horas diarias de gimnasio, una dieta estricta y largas sesiones de bronceado, el anciano logró cambiar su aspecto en pocos meses. Afeitó su barba y se mudó al Hemisferio Sur, donde cambió la calurosa chaqueta roja por una guayabera multicolor. Luego, vendió el viejo trineo para comprar un descapotable último modelo, y contrató a un fotógrafo prestigioso para que lo retratara en una playa, exhibiendo sus brazos recién tatuados.
Esa Navidad, repartió juguetes en tiempo récord, con la vitalidad de un hombre nuevo. Eso sí, con su imagen diferente impresa en las tarjetas, aquel año Unicef no vendió ni una postal.
Este microrrelato está incluido en la Breve antología de microrrelatos navideños elaborado por la Internacional Microcuentista.