jueves, 30 de abril de 2009

Un beso y una flor

Cuando una de mis abuelas vino a visitarme por primera vez a mi departamento, lo encontró triste, gris y falto de vida. Regresó una semana más tarde para regalarme un gajito de malvón robado de alguno de los canteros de su barrio. Me aconsejó que lo plantara cerca de la ventana y confesó que había elegido esa especie especialmente para mí, porque era una planta de fácil cuidado, que no requería demasiado riego ni atención.
Cercado entre cuatro fríos bloques de cemento, el único lugar apto que encontré para plantarlo fue una vieja maceta abandonada en mi balcón, donde anteriormente había cultivado una exótica planta carnívora que lamentablemente había muerto de frío después de aquella famosa nevada del 9 de julio sobre Buenos Aires. Aún no me había tomado el trabajo de remover las raíces muertas de su antecesora, pero no me pareció necesario. Hice un pocito con mis dedos en la tierra seca y resquebrajada y acomodé el gajito regalado en el centro del recipiente.
Apenas una semana de mínimo riego fue suficiente para notar que mi planta estaba creciendo a ritmo excesivamente acelerado. De aquel pobre gajo inicial habían nacido dos enormes hojas repletas de flores fucsias, que parecían tener movimiento propio. Noté con sorpresa que el insólito vegetal sacudía suavemente sus verdes extremidades como si fuesen las pequeñas manos de un bebé que juega en su corral, coqueteaba frente al espejo que creaba la luz del sol en la ventana y jugaba sensualmente con los insectos que revoloteaban a su alrededor. Era innegable que el malvón había mutado a una especie desconocida por culpa de alguna extraña causa biológica, probablemente afectado por el polen del anterior inquilino de su recipiente.
La situación cambió radicalmente aquel martes a la noche, cuando pude observar el momento justo en que los estambres de una de sus flores atrapaban a una mosca en vuelo. Como si fuese un experimento realizado en las clases de biología de mi colegio secundario, decidí juntar pequeños bichos en un platito y dejarlos junto a la maceta. Desde un improvisado escondite vi como la planta se inclinaba hasta el receptáculo y deglutía aquel extraño alimento con pasión y en pequeños bocados, a través de sus flores en forma de boca humana.
En pocos días, la planta se convirtió en mi mejor compañera. Dialogaba con ella a través de señas, mantenía siempre húmeda su tierra, limpiaba diariamente sus hojas y flores con un algodoncito embebido en agua fría y atrapaba sus moscas favoritas para la cena. Ella me lo agradecía dulcemente, primero con insinuaciones a través de sensuales movimientos, luego mediante un abrazo con sus grandes hojas abiertas y, una vez que adquirimos confianza, con pequeños besos dulces de sus tiernas flores en forma de carnosos labios.
No había confesado a nadie esta extraña historia de amor, pero no tuve más alternativa que escribirla cuando mi abuela me pidió explicaciones al verme llegar a su casa, con la boca ensangrentada, para devolverle el regalo plantado en la maceta anaranjada que traía en mis brazos. Aquella extraña planta carnívora acababa de arrancar mi lengua de un mordisco, cuando intentaba darle un sensual y profundo beso francés en su flor más pulposa.

miércoles, 29 de abril de 2009

Antes que llegue el rojo amanecer

He descubierto que durante las noches me transformo en un asesino serial. Apenas concilio el sueño, mi cuerpo sonámbulo es poseído por una fuerza maligna que me lleva a atacar al primer sujeto que encuentre en mi camino, utilizando crueles técnicas de tortura hasta provocar su muerte. Me despierto cada mañana con las manos envueltas en sangre y, en algunos casos, con marcas en mi cuerpo que indican que existió cierta resistencia. Desconozco el destino de los cadáveres de mis víctimas y la razón por la cual mi inconsciente dormido actúa de esa forma enfermiza. Por favor, necesito tu ayuda. Atame más fuerte a la cama y dame de tomar otra taza de café. Ya es tarde y no quiero quedarme dormido junto a ti.

martes, 28 de abril de 2009

Dos rayitas

Juan camina hacia la casa de Mónica para comunicarle la difícil decisión que acaba de tomar. A lo largo del camino, va ensayando cada una de las frases que le permitirían transmitir adecuadamente el doloroso mensaje.
- Es mejor que dejemos de vernos, ya no siento lo mismo por vos, necesito tiempo para pensar, estoy confundido. Te quiero mucho, pero como amiga. Es mejor que terminemos esto ahora, antes que acabemos lastimándonos. Tengo muchos proyectos propios que debo cumplir antes de formar una familia. Me cuesta mucho decirte esto, yo también estoy muy mal – repite íntimamente y en voz baja.
Lo que aún no sabe es que jamás va a animarse a exponer su ensayado discurso, porque Mónica le abrirá la puerta sonriente y feliz, sosteniendo en sus manos un dispositivo que muestra dos rayitas.

lunes, 27 de abril de 2009

El sermón

La verdad corría tras la mentira, para aturdirla con un extenso sermón que la convenciera de ceder esa actitud perversa de andar engañando a la gente. Aunque la mentira se movía rápidamente, la verdad logró alcanzarla en un angosto callejón. Era un final ineludible, porque la mentira tiene patas cortas.

domingo, 26 de abril de 2009

El nuevo Mesías

-Hombres de poca fe, ¿por qué me sueltan? Les dije que soy el Mesías, el hijo de Dios y debo morir para salvar a la humanidad– gritaba el hombre en paños menores.
-Yo creo en tí, pero debo cumplir con las órdenes del director – respondió el enfermero, mientras descolgaba al falso Mesías del árbol al que se había atado, en el patio central del neuropsiquiátrico.

viernes, 24 de abril de 2009

Sueños de libertad

Durante mi niñez, solía tener un sueño recurrente en el que podía volar. No necesitaba artefactos ni motores de propulsión, simplemente estiraba mis brazos en el sentido deseado y mi cuerpo se elevaba suavemente en esa dirección. Si deseaba aterrizar, sólo tenía que apuntar los pies hacia la Tierra, juntar mis brazos al cuerpo, y dejarme llevar por una leve fuerza de gravedad.
Algunos años después, mi cuerpo comenzó a experimentar unos síntomas extraños a través de los cuales mi sueño parecía convertirse en realidad. Primero, fueron las plumas que empezaron a crecer en lugar de mis vellos del pecho, brazos y piernas, aunque logré controlar aquel anormal suceso con extensas rutinas de depilación completa.
El problema se volvió complejo cuando las uñas de mis pies comenzaron a crecer en forma de rugosas garras y mis dedos se unieron para formar solo tres puntas, pero oculté el problema desarrollando yo mismo un nuevo tipo de calzado basado en las clásicas patas de rana que utilizan los buceadores. Una vez entrado en la adolescencia, aparecieron los fuertes dolores de estómago que reclamaban un cambio urgente en mi alimentación y logré superarlos llenando las alacenas de mi cocina con semillas, granos en conserva y frutas de estación. A pesar de la vergüenza, consulté algunos médicos especialistas, incluso un veterinario, pero ninguno logró dar cura a la sorpresiva transformación. Resignado ante aquella extraña enfermedad que avanzaba y se apoderaba de todo mi cuerpo, decidí conformarme y aceptar mi nueva imagen.
Hoy, amanecí con mi nariz convertida en un afilado pico en forma de gancho y mi voz modificada en un indescifrable graznido. Desde mi cama observo la ventana que, previendo este final, había dejado entreabierta anoche, antes de ir a dormir. Del otro lado de la abertura, una pájara tierna silba dulcemente mi canción favorita, como invitándome a salir a volar con ella.
Desplegaré mis flamantes alas, imitando aquellos inocentes sueños de mi infancia y sentiré la fresca brisa matinal sobre mi rostro plumífero. Desde el cielo soleado de mi barrio, observaré mi casa pequeña sobre la superficie terrestre. Allí quedarán guardados, para siempre, mi vida de humano y mis bienes materiales, entre ellos, la almohada sobre la cual imaginé, alguna vez, estos sueños de libertad hechos realidad.

miércoles, 22 de abril de 2009

Almas gemelas

Se trataron de manera indiferente durante un tiempo, rechazándose, ignorándose y hasta odiándose. Competían, casi sin darse cuenta, para imponerse y destruir al otro. Tiempo después, se encontraron por casualidad y lo disfrutaron demasiado. Sólo mirándose, reconocieron que tenían muchas cosas en común y que la única forma de ganar era estando juntos.

martes, 21 de abril de 2009

El despertar

Mi cuerpo dormido quedó al descubierto cuando me arrancó las sábanas de un súbito tirón. Humedeció mi rostro con besos suaves pero mojados, para despertarme de manera dulce, como era habitual. Pude sentir su respiración junto a la mía y estiré mi brazo para darle una caricia tibia, que respondió con el arqueo tembloroso de su cuerpo, emitiendo un jadeo fugaz. Hizo alarde de la habilidad de su lengua, recorriendo mis manos, mis brazos y mis piernas (en ese orden) y se divirtió mordiendo delicadamente los dedos de mis pies hasta hacerme abrir los ojos. Al verme despierto, se abalanzó sobre mí para fundir nuestros cuerpos en un apasionado y silencioso abrazo, que me hizo sentir cuanto me amaba. Al ver cumplido su objetivo, se ubicó en cuatro patas en el borde de la cama, clavó en mí una ansiosa mirada animal y saltó al suelo aeróbicamente, contagiándome su incontenible energía matinal.
Es inevitable, mi perro consuma cada mañana su tierna rutina incondicional, para anunciar que es hora de ir a pasear.

lunes, 20 de abril de 2009

Persecución nocturna

Siempre detesté conducir en soledad por las peligrosas rutas del interior. Frente a mí, la noche negra parecía infinita, apenas iluminada por los faros delanteros de mi vehículo y por los ocasionales destellos que traía la lluvia. Las noticias de la radio ya sonaban repetidas y el aire acondicionado de la cabina no era suficiente para combatir el denso empañamiento de los parabrisas. Mi cuerpo comenzaba a sentir el cansancio de aquel largo día de mudanza y estaba exigiendo una nueva dosis de café.
Al terminar de recorrer una curva profunda del camino, apareció detrás de mí un automóvil veloz, conducido por una sombra irreconocible, que me apuntaba con un par de cegadoras luces blancas. Aminoré la marcha y dejé espacio suficiente para que el molesto compañero de ruta me sobrepasara, pero respondió haciendo señas de luces como pidiendo que detenga mi marcha. Asustado, empuñé fuertemente el volante y aceleré a fondo con intención de perderlo de vista, pero aquel vehículo negro seguía allí atrás, fastidiándome.
Recorrimos cincuenta kilómetros de la ruta solitaria formando una incómoda caravana y mi miedo aumentaba de manera inversamente proporcional al indicador luminoso del nivel de combustible, que estaba cerca de alcanzar el punto mínimo. Con el tanque vacío, mi automóvil se detuvo a un costado de la carretera y, algunos metros atrás, interrumpió su marcha el viajante reflejado en mi espejo retrovisor. Fingiendo un coraje que no tenía, descendí del vehículo y me detuve frente al perseguidor con los brazos abiertos.
-¿Qué diablos quieres de mí? – le pregunté en voz alta– Hace una hora que estás persiguiéndome y ya colmaste mi paciencia.
- Vengo a buscar lo que es mío desde que te quedaste dormido en aquella curva fatal.
Un relámpago iluminó la escena y pude ver las manchas rojas que, provenientes del cráneo, descansaban sobre mi camisa de colores claros. La parca abrió las puertas del vehículo fúnebre y entendí que debía acompañarla. Ya sin miedo, reiniciamos el viaje por la oscura carretera que, tras el desafortunado encuentro, seguramente nos conduciría a un destino diferente.

domingo, 19 de abril de 2009

El asadito

“Todo bicho que camina va a parar al asador”, ordenaba el pequeño cartel colgante sobre la parrilla, en homenaje a los sabios versos del Martín Fierro.
Y el cocinero obediente, sin darse cuenta de la transformación, arrojó sobre las brasas a Gregorio Samsa.

viernes, 17 de abril de 2009

La sonrisa inevitable

Ana tenía una sonrisa inevitable. Sin importar el lugar ni las circunstancias, ella no podía evitar que una larga línea curva se dibujara en su rostro blanco, desde que se despertaba hasta que decidía irse a dormir. Solo durante las noches, mientras permanecía encerrada en su cuarto, se creía que su cara se volvía falsamente seria, pero quienes alguna vez la vieron, dicen que aún allí mantenía una mueca en el rostro, muy similar a su risita diurna.
No existía hombre en el Mundo que pudiera evitar mirarla. Bastaba con que Ana se cruzara con cualquiera de ellos, para que aquel ser humano, conocido o extraño, joven o anciano, quedara absorto frente a la muchacha. La sola sonrisa de Anita era como un imán para todas las miradas que estuvieran cerca. Un golpe de vista dirigido a ella era suficiente para ser seducido por una fresca y efímera sensación de repentina felicidad. Era una chica atractiva por cierto, pero no era eso lo que llamaba la atención de los pueblerinos, sino su amplia y continua sonrisa, portadora de un efecto magnético y extraño, similar al dulce canto de las sirenas de los cuentos.
Nunca se supo bien el origen de esa sonrisa inevitable y tampoco nadie se animó a preguntarle. Hubo quienes dijeron que se trataba de un regalo divino, como contraprestación a la vida sufrida que habían llevado sus padres. Algunos otros sospecharon que no podía ser otra cosa que una especie de pacto con el Diablo, por el cual Ana habría vendido su alma a cambio de una eterna felicidad. Opiniones científicas, en cambio, llegaron a decir que se trataba simplemente de una deformación genética con suerte. Los descreídos de siempre, solo para llevar la contra, aseguraban que Ana en realidad era una niña triste, que forzaba el rictus durante día y noche, con el único objetivo de parecer simpática.
Creyéndose destinatarios exclusivos de su sonrisa, muchos hombres intentaron acercarse a Ana, pero sin éxito. Jorge, el vecino de la casa de al lado, buscaba cualquier excusa para tocar el timbre en la morada de Anita e intentar mirar por encima del hombro de quien abriera la puerta, para ver si lograba verla en el interior. Omar, el cartero del pueblo, llegó a escribir falsas cartas dirigidas a la joven, para poder concurrir diariamente a entregarle alguna misiva. Pedro, el florista de la esquina, tuvo la atrevida idea de regalarle un ramo de rosas blancas cada vez que Anita pasaba caminando por delante de su puesto de venta. Ella solo tomaba el paquete y agradecía, pero nunca le dio una oportunidad.
Todos ellos se cansaron de esperar una señal de parte de la joven, que siempre encontraba una forma elegante de rechazar cualquier invitación. A pesar de su extraña belleza y del rápido paso del tiempo, Ana cumplió veintiocho años sin conocer hombre alguno, aunque candidatos tenía de sobra.
En la primavera de ese año, el joven Gabino llegó al pueblo, sin conocerse bien desde donde provenía. Era un hombre introvertido, bajito, de aspecto sencillo y un raro peinado antiguo, con raya al costado engominada. Vestía de manera formal, aunque desprolija, con zapatos marrones sin lustrar y camisas de colores tristes. Por sus gestos serios y respuestas cortas, se notaba que el recién llegado prefería la soledad. Pasaba el día entero trabajando de manera artesanal en la modesta tienda de venta de chocolates que él mismo instaló, dos semanas después de su arribo, sobre la calle principal del pueblo. No se le conocía otro domicilio, así que el pueblo entero imaginó, sin poder confirmarlo nunca, que el joven vivía allí mismo, en un cuarto improvisado en el fondo del local.
Ana conoció a Gabino en la chocolatería. Ella iba camino a la feria del pueblo cuando detuvo su paso frente a la vidriera del negocio, tentada de comprar unos extraños bombones exhibidos dentro de una gran caja roja aterciopelada en forma de estrella, adornada con un moño perlado sobre la tapa, de la que colgaba una pequeña etiqueta con la inicial de la muchacha.
Anita, siempre sonriente, entró al local saludando al vendedor, que se encontraba de espaldas a la puerta y respondió al saludo sin darse vuelta. El dulce perfume del cacao flotando en el aire y la oscura decoración del pequeño ambiente, solo iluminado por algunas velas rojas y negras, daban a la tienda una mágica apariencia.
Señalando la hermosa caja de la vidriera, Anita pidió los bombones sin preguntar el precio. Inmutable ante la seductora sonrisa de la cliente, Gabino tomó la caja, cerró el envoltorio y la colocó en las manos de Ana.
- Sírvase – le dijo el vendedor secamente – Es una gentileza de la casa.
Ana tomó el paquete, agradeció el regalo extendiendo aún más su sonrisa de Monalisa, y dejó la chocolatería a paso lento, asombrada por el extraño episodio. Le sorprendió que el generoso hombre ni siquiera hubiera prestado atención a su famosa mueca ni hubiera quedado atontado frente a su rostro radiante, como solía ocurrirle a los demás hombres del pueblo.
Sola en su casa, Ana abrió la enorme caja y degustó los bombones a su antojo. Sintió un sabor especial, único, exquisito, incomparable a cualquier otro probado hasta el momento. Los devoró hasta hartarse y fue a recostarse a causa de una impensada somnolencia.
A la mañana siguiente, la chocolatería de Gabino amaneció cerrada y así la encontró Ana cuando llegó desesperada a golpear la puerta del local sin su sonrisa habitual. No encontró rastro alguno del mago ni de los chocolates que habían roto el hechizo. Gabino había logrado cumplir con el servicio encargado por un grupo de celosas damas del pueblo que no toleraban que sus hombres vivieran embobados por la risita de Anita. La joven desesperada regresó a su casa de manera casi imperceptible, corriendo entre la multitud del pueblo que ya ni la reconoció. Se quedó allí para siempre, con una triste mueca marcada en el rostro hasta el día que murió, sola y solterona, en su oscura habitación.


La foto "Simpatía" es propiedad de Christian Pereira y se publica con autorización del autor únicamente para su exhibición en este blog.

jueves, 16 de abril de 2009

Pacta sunt servanda

Es imposible prever todas las potenciales consecuencias que pueden derivar de un contrato. Asumiendo el difícil rol de futurólogos, los abogados intentan imaginar la mayor cantidad de situaciones posibles y redactan las cláusulas que mejor protejan a su cliente ante un eventual incumplimiento.
El comerciante creyó que las duras penalidades económicas previstas en el documento eran sanción suficiente por no haber cumplido con la palabra empeñada. Su contraparte no pensó lo mismo y, sin ánimo de renegociar, encargó que lo arrojaran a la zanja del descampado, con dos ardientes agujeros colorados en la frente.

miércoles, 15 de abril de 2009

La máquina de la felicidad

Mientras recorría la feria artesanal de mi barrio, un vendedor ambulante se acercó para ofrecerme la máquina de la felicidad. Aseguraba que el adquirente sería poseedor de un bienestar inigualable y podría hacer realidad cada uno de sus sueños y proyectos. Con la ayuda del artilugio ofrecido, el comprador lograría obtener la posición laboral deseada, conquistar a la dama más hermosa del vecindario o adquirir el dinero suficiente para comprar todos los bienes materiales que garantizaran una absoluta placidez. Era promocionada como la lámpara de Aladino del nuevo siglo, con instrucciones claras y sencillas para su funcionamiento.
- El deseo se transmite a través de un pequeño teclado alfanumérico y, una vez procesado, el artefacto se encarga de hacerlo realidad. Así de fácil, sin necesidad de genios ni dioses milagrosos - explicaba el oferente.
Tanta felicidad por sólo cien pesos me pareció sospechoso. Pensé que si el aparato realmente cumplía con las fantásticas cualidades prometidas por el humilde comerciante, éste lo hubiera utilizado en sí mismo y no tendría necesidad de venderlo. En tono de broma y utilizando las palabras justas para no ofenderlo, decidí confesarle al mercader mis desconfiados pensamientos.
- Usted no entiende nada - me dijo - Yo no necesito máquinas milagrosas para ser feliz.
Sin darme oportunidad de responderle, el vendedor mostró una amplia sonrisa, frotó sus manos de manera desafiante y, prescindiendo del teclado, se evaporó mágicamente en forma de aura, junto con la máquina maravillosa y cada uno de los deseos que, a través de ella, yo hubiera logrado cumplir.

martes, 14 de abril de 2009

El último pasajero

Las primeras gotas comenzaban a golpear el receptáculo y la lista aún tenía un casillero sin tildar. Antes que fuera demasiado tarde, el hombre descendió la improvisada escalera hasta la extensa llanura y abandonó la nave en búsqueda del viajero rezagado. Tras unos minutos que parecieron horas, ante la atónita mirada del resto de las especies, Noé volvió al arca empapado y blasfemando, cargando a la tortuga por el cogote.



Cuento presentado por el autor en el concurso Minificciones del mes de abril de 2009, inspirado en la imagen aquí incluida.

lunes, 13 de abril de 2009

Una experiencia satánica

El demonio se apoderó de mí sin invitación ni aviso previo. Entró a mi cuerpo dándome un beso corto pero profundo, que me irritó la garganta y adormeció mi cuello por dentro y por fuera. Obstruyó mi esófago con sus manos y bajó hecho fuego hasta mi pecho, anestesiando mis pulmones para dejarlos reducidos al mínimo movimiento necesario para respirar.
- Un buen vaso de tequila mata todo - me dijo un experto y acercó la bandeja plateada que contenía una botella a medio tomar, un limón cortado en forma de triángulo y un platito cubierto con sal fina.
El convidador hizo un gesto cortés para invitarme a iniciar el exorcismo y seguí su consejo sin recordar que el alcohol extiende el fuego. El diablo absorbió el trago con la boca abierta, gozoso de recibir aquel complejo vitamínico ideal para su poderío. Mi cabeza latía enérgicamente como si el cerebro dilatado estuviera pujando para abandonar su espacio a través de mi roja mirada. Sudé mares, sufrí escalofríos y, atacado por las náuseas, intenté expulsarlo asomando mi confundida cabeza sobre el inodoro, pero el ocupante resistía el desalojo.
Ávido por escapar de esa pesadilla, arrastré mis pies dormidos por el camino de regreso hasta la habitación del hotel en la península de Yucatán donde me hospedaba. A la mañana siguiente, ya recompuesto, garabateé el primer borrador de esta historia, para nunca olvidar los terribles efectos colaterales que puede sufrir mi organismo si vuelvo a tener la pésima idea de degustar aquel diabólico picante mexicano.

domingo, 12 de abril de 2009

Las princesas rebeldes

Aburridas de vivir la misma historia repetidamente, las princesas de los cuentos decidieron rebelarse y, sin pedirle autorización a los autores, convinieron intercambiar sus roles en el momento preciso en que sonaran las doce campanadas del palacio real.
La experiencia fue un rotundo fracaso. La hermosa Blancanieves murió ahogada en el intento de entonar su canción maravillosa debajo del agua, la dulce Sirenita quedó condenada a ser una triste fregona por no lograr encajar sus enormes aletas en el diminuto zapato de cristal y la pobre Cenicienta pasó sus últimas noches llorando desconsoladamente sobre el pequeño camastro donde debió atender sin descanso a los siete briosos enanos del bosque.
Sólo la afortunada Aurora logró conservar el final feliz de su cuento. El pinchazo contra un viejo huso envenenado la internó en un largo y profundo sueño justo antes de la hora señalada para el intercambio.

miércoles, 8 de abril de 2009

Un relato de otro autor

Parado frente al espejo mientras me afeitaba, noté con asombro que la imagen reflejaba el rostro de otro. Un sujeto de voz mortuoria me rogaba que escribiera un relato que él mismo me contaría. Decía haber sido un célebre escritor, asesinado injustamente por un lector insano al que no le había gustado su último libro. La muerte había sido tan repentina y dolorosa que su alma aún se encontraba activa, condenada a mudar de cuerpo en cuerpo hasta que el autor lograra vengarse. Según me explicó, si yo redactaba la historia que me requería, su espíritu podría migrar de mi cuerpo al de la persona que osara leerla y, a través de crueles y monstruosas apariciones, compensaría en ese lector todos los males sufridos hasta cumplir la venganza que le permitiría descansar en paz. Amenazó con permanecer en mi cuerpo eternamente si yo no cumplía con su extraño requerimiento. Espero sepas disculparme por no habértelo advertido, pero el cuento que estás leyendo es precisamente la historia que el muerto me pidió escribir.

martes, 7 de abril de 2009

Una revolución diferente

La revolución sonó en el despertador,
besos de tequila despiertan la emoción,
salen a la calle de una ciudad triste
a ver el eclipse de un fulbo en el Sol,
un Mundo sin muerte, reinando el amor.

Un sordo baila con el walkman puesto
y los rengos corren a verlo bailar,
los ciegos miran sin entender nada
mientras sus perros hacen malabares
con el bastón blanco para caminar.

Melodías sin ritmo plagian en la tele
los golpes de tambores de la popular,
con los que desfilan flácidas modelos
buscando imponerse en sueños ajenos,
con la imitación de la sonrisa de mamá.

El pueblo decide dejar de protestar
y proclama presidente a Satanás,
que gobernará como un vil emperador
encarnado en el cuerpo ralo de adonis
del virtuoso ganador de un reality show.

lunes, 6 de abril de 2009

Todo por amor

Rosa había tomado una decisión y nadie iba a impedir que la llevara a cabo.
Se bañaría, se pondría sus mejores ropas, escribiría en un papel “Todo mi cuerpo es tuyo, tomalo”, pondría a sonar su canción favorita, tomaría media docena de sedantes, llamaría por teléfono a un servicio de emergencias y, con la nota sobre su pecho, colocaría el frío metal entre sus labios carmesí.
Apenas quince minutos antes del disparo, el popular ídolo de la música había confesado por televisión que necesitaba un urgente transplante de órganos para poder sobrevivir.

domingo, 5 de abril de 2009

El desvío

A las seis en punto, con las primeras luces del alba, Pedro González salió de su casa, como todos los días. Apenas alcanzó la calle, respiró hondo el aire fresco de la mañana, se acomodó el cabello engominado sacudido por el viento y se cerró el abrigo de pana azul sosteniendo su corbata. Caminó a paso lento las cuatro cuadras que separan su casa de la estación de subterráneo más cercana, moviendo su portafolio rítmicamente, a contratiempo de su pierna derecha.Bajó lentamente las escaleras, metiendo sus manos en los bolsillos para buscar las monedas necesarias para comprar el pasaje. Silenciosamente, entregó el dinero al hombre de cabellos blancos que todos los días lo recibía detrás de una pequeña ventanilla para cambiarle esas monedas por una simple tarjeta de embarque de cartón.
Esperó el tren apenas unos minutos y subió al primer vagón del convoy por la puerta del medio, para sentarse en el lugar de siempre: el primer asiento de la derecha, junto a la ventanilla. Recorrió el vagón con un breve y suave golpe de vista. Allí estaba la señora de los sombreros extraños y antiguos, el hombre de overol con apariencia de albañil, el joven escolar de guardapolvo blanco y mochila con la imagen de su súper héroe favorito, el viejo desaliñado del pulóver agujereado y perfume de colonia barata, la madre con su niño travieso camino al colegio y la mujer de cabellos rubios que maquillaba su cansado rostro reflejado en un pequeño espejo de bolsillo. Todos ellos eran, a diario, normales habitantes momentáneos de ese primer vagón del subterráneo. Pedro solía aprovechar los veinte minutos que duraba el viaje hasta el lugar de destino para observarlos uno por uno, en silencio y detenidamente, pero jamás había cruzado una palabra con ninguno de ellos ni con ningún otro ocasional pasajero. El aburrimiento, en cambio, lo llevaba a quedarse dormido profundamente, aún sin quererlo, generalmente antes de llegar a la tercera estación del recorrido. La tenue luz interior de la máquina era ideal, sobre todo a esa hora de la mañana, para un habitual y breve reposo hasta el final de su viaje. De esa manera, Pedro lograba llegar más descansado a su despacho.
Al llegar a su estación de destino, la misma donde descendía la señora de los sombreros extraños y antiguos y una después que la del hombre de la colonia y el niño de la mochila, Pedro normalmente abandonaba en forma lenta la caravana de hierro, cruzaba el molinete y subía los setenta escalones que lo llevaban hasta la avenida, donde a solo diez metros se ubica su oficina, en el departamento cincuenta y siete del edificio de color verde y blanco con una enorme puerta de vidrio con empuñadura de bronce.
Sin embargo, ese jueves ocurrió algo extraño. Pedro abrió los ojos y se encontró en un lugar desconocido, sentado en un vagón repleto de extraños. Asustado, se puso de pie abruptamente y con solo dos pasos alcanzó la puerta, para abandonar la formación en la primera parada. En el andén, un montón de personas que jamás había visto en su vida esperaban su turno para poder ascender al transporte. Tras algunos minutos de esfuerzo y hábiles maniobras casi acrobáticas, Pedro logró escapar de aquel extraño mundo subterráneo y llegar hasta la calle. Allí, volvió a respirar hondo el aire fresco de la mañana, a acomodarse el cabello engominado y cerrarse el abrigo de pana azul sosteniendo su corbata. Caminó algunos pocos pasos, primero hacia la izquierda y luego hacia el otro lado. Buscó infructuosamente algún detalle que le fuera familiar, alguna calle que pudiera ubicarlo, alguna persona que lo pudiera guiar, y tras algunos minutos de inútil exploración, terminó de darse cuenta que se encontraba perdido. Descubrió que no recordaba la dirección de su oficina, ni de su casa, ni la de algún familiar o amigo, ni en que estación debía subir o bajar. Tampoco recordaba tener familia y mucho menos amigos. Solo creía llamarse Pedro, porque así solían llamarlo sus clientes.
Nada fue igual en la vida de este hombre después de aquel extraño jueves en que se apartó de la rutina. Dicen que hace varios meses suele vérselo recorriendo las estaciones de las distintas líneas de subterráneo del Mundo buscando a una señora de sombreros extraños y antiguos, a un señor desaliñado que use colonia barata o al niño de guardapolvo blanco con una mochila de súper héroe colgada en la espalda. Solo así podrá descender del tren en la estación correcta y reencontrar finalmente el camino a su oficina, para poder volver a tener la vida normal que tanto añora. Lo que más lamenta es no haber podido llegar a tiempo a la importante reunión agendada para ese extraño jueves a las diez de la mañana y que, a esta altura de las circunstancias, seguramente su cliente ya habrá conseguido otro asesor.


La foto "Camino al infierno" es propiedad de Christian Pereira y se publica con autorización del autor únicamente para su exhibición en este blog.

viernes, 3 de abril de 2009

Golpe al corazón

Todos los golpes de estado contra su reinado habían fracasado, pero los otros aún no se rendían. Nadie había logrado matar al poderoso e imbatible soberano. Pero el astuto zorro encontró la forma y, en asociación ilícita con la serpiente, asesinó a la leona y destrozó el corazón del rey de la selva.

jueves, 2 de abril de 2009

Un show privado

Esa noche Gustavo abrió la puerta de su departamento con la alegre cara de alivio de quién regresa a casa después de un largo pero exitoso día en la oficina. Se quitó el saco y lo ubicó prolijamente en el respaldo de una de las sillas del comedor. Tomó el control remoto del equipo de audio y puso a sonar el primer tema de un disco de Village People. A pesar de haber sido una jornada difícil, había logrado cerrar aquel negocio que lo mantenía con insomnio desde hacía semanas. Necesitaba darse un baño relajante bien caliente, fumar su habano cubano preferido y servirse un whisky escocés con mucho hielo. Susana había salido a cenar con unas amigas y eso significaba que podía cumplir con su deseado programa sin interrupciones.
Soltó el ajustado botón del cuello de su camisa y se vio reflejado en la negra pantalla del televisor. Se sintió un modelo televisivo y sonrió. La música sonaba fuerte y lo invitaba a iniciar su show. Se quitó la corbata, luego la camisa. Se sentó en una silla frente al aparato y aflojó sus zapatos para revolearlos sensualmente con una torpe patada aérea. Se puso de pie con un salto atlético y continuó bailando frente a la pantalla apagada como si estuviese ante una cámara de video encendida que buscaba inmortalizarlo. Sus pantalones tocaron el piso y se divirtió al ver su imagen reflejada moviendo las caderas en calzoncillos y con las medias puestas. Se desnudó completamente justo en el mismo momento en que la canción tocaba su acorde final y festejó la culminación de su función privada con un alarido guerrero al estilo Tarzán. Se aplaudió a sí mismo mientras paseaba su flácida humanidad por el largo camino hasta la bañera donde iniciaría la ansiada inmersión.
En ningún momento notó que una presencia había observado el patético espectáculo desde el lavadero, pero lo sospechó una hora más tarde, cuando la voz llorosa de Susana le comunicó en su teléfono celular la terrible noticia que acababa de renunciar la mucama.

miércoles, 1 de abril de 2009

Entrega a domicilio

El muchacho detuvo su motocicleta justo enfrente a la entrada al edificio. Tomó en sus manos la caja de cartón y en la búsqueda de algo que sirviera para anunciarse, encontró la punta de un grueso hilo dorado asomando por debajo de la puerta de acceso a la galería principal. Guiado por el recorrido del ovillo, le fue sencillo alcanzar al centro del laberinto. Al verlo llegar, el Minotauro se abalanzó sobre él para devorarlo junto con la pizza solicitada telefónicamente.