martes, 31 de marzo de 2009

Mentiras impiadosas

- Pero ¿vos me querés?
- Si, sabés que sí.
- Decímelo entonces.
- Te quiero.
- ¿De verdad me lo decís?
- Si, en serio. No seas tonta.
Y antes que fuera demasiado tarde, entraron juntos al hotel alojamiento.
- ¿Te gustó?
- Si, me encantó.
- ¿Lo disfrutaste?
- Sí, ningún hombre me hizo gozar tanto como vos.
Y después de aquella noche, ambos sabían que nunca más se volverían a ver.

lunes, 30 de marzo de 2009

Cambio de planes

- Papito, ¿que pasará si ganás mañana?
- Todo será mucho mejor que hasta ahora. Nos mudaremos a una casa muy grande en la Capital, vas a poder asistir a un colegio bilingüe, conocerás nuevos amigos de buen nivel social, seremos famosos, seguramente tendré que trabajar largas jornadas, tendremos auto nuevo con chofer, viajaré por todo el Mundo y podrás viajar conmigo, mucha gente nos amará y algunos otros nos odiarán pero, fundamentalmente, estaremos muy felices porque habremos cumplido nuestro gran sueño, que muchos quieren alcanzar pero pocos consiguen lograrlo.
La niña estalló en llanto y se encerró en una pequeña habitación de la humilde casa en la provincia. Al día siguiente, el político introdujo en la urna el sobre que contenía la boleta con el nombre del principal candidato opositor.

domingo, 29 de marzo de 2009

El olvido fatal

Se apagaron las luces del escenario y un aplauso prolongado quebró el silencio de la sala. El joven mago acababa de desaparecer en escena ante la absorta mirada del público, consumando una ilusión inexplicable y nunca antes lograda. Fue la última función del ilusionista, que jamás logró recordar la segunda parte del truco.

viernes, 27 de marzo de 2009

Extraña confesión

Todo comenzó en el momento en que a Jonathan se le ocurrió arrojar sobre la mesa su plato de comida recién servido, y en el que yo, para no ser menos, arrojé el mío a la otra punta del comedor, manchando la alfombra de arabescos persa que ella había limpiado esa misma tarde por sexta vez.
Escuché el grito histérico de siempre y, sin darme tiempo a esquivarlo, recibí un golpe mucho más duro y doloroso que de costumbre, que ella me dio mientras recogía el plato de Jonathan.
- Tranquilo hijo – le susurró al pequeñuelo mientras acariciaba sus finos rulos rubios en señal de maternal perdón. Me quedé observándola boquiabierto y en silencio, abriendo mis ojos en exceso para contener el llanto que hubiera revelado mi indignación.
Odiaba cuando ella nos trataba de manera diferente. Es cierto que yo no soy un bebé como él, pero con mis ocho años cumplidos creo que sigo siendo una criatura adorable que también merece algunos mimos y gestos de compasión.
Me apuntó con sus ojos de carbones encendidos, intentando intimidarme. - ¡Andate de acá, Rogelio! – me dijo gruñendo y señaló con su índice el camino que conducía a mi habitación, que compartía con Jonathan desde hacía dos meses.
Era evidente que ella no sentía por mí lo mismo que antes de la llegada de su nuevo angelito y eso no podía soportarlo. Sentí que renacía en mí una sensación extraña, un odio inexplicable, una inmensa necesidad de acabar con aquella situación injusta lo antes posible. Fue por ello que, sin pensarlo demasiado y harto de sus gritos y de sus malos tratos, decidí asesinarla.
Me oculté debajo de la cama, esperando el momento en que mi futura víctima entrara al cuarto para buscarme. Mi ataque debía ser inesperado y letal, para impedir cualquier tipo de defensa que ella quisiera oponer. Esperé allí abajo por casi una hora, imaginando diferentes maneras de llevar adelante mi plan, hasta escoger la más conveniente.
Por los sonidos que provenían del comedor, pude saber que ella todavía estaba en aquel lugar, jugando con Jonathan a alguno de sus tontos juegos de niños.
- ¿Por qué no podemos jugar todos juntos? – me pregunté sin encontrar respuesta.
La vi entrar al dormitorio con el crío en sus brazos y decidí esperar que lo acomodara en su cama. En definitiva, él no tenía la culpa de ser un maldito consentido. Apenas lo soltó, me abalancé sobre ella por la espalda, mientras mordía su cuello con todas mis fuerzas para que no pudiera oponer resistencia.
- ¿Que hacés, Rogelio? – alcanzó a decirme antes de desvanecerse. Su cabeza golpeó fuertemente contra la cuna de madera de Jonathan y acabó rodando por el piso, dejando a su paso una enorme mancha roja. En el aire, solo quedó un silencio inmenso y vacío que fue interrumpido abruptamente por el llanto histérico e intolerable del bebé.
Parado a su lado, la miré durante unos segundos y, aunque parezca extraño, cruel y antinatural, debo confesar que disfruté verla en ese estado inerte. Crucé corriendo el comedor y salí al jardín, para escapar de la casa por el agujero que yo mismo había abierto en el alambrado del fondo.
Dos horas más tarde, la señora González me recogió en la calle, a unas veinte cuadras del domicilio de Elvira. Debo confesar que cuando me vio solo, perdido y sin identificación no dudó un instante en llevarme a vivir con ella y su marido. Ahora tengo una cucha nueva y me llaman Osvaldo y, por el momento, ninguno de ellos se atrevió a maltratarme.
Hoy supe del embarazo de la señora González. Solo espero que esta vez no ocurra lo mismo que con Elvira y mis tres dueñas anteriores: nacen sus hijos y ellas se olvidan de mí.

jueves, 26 de marzo de 2009

Amor con barreras

Después de muchos años de ser perseguida en el oscuro y estrecho laberinto, la señorita Pacman se enamoró de un fantasmita y se dejó alcanzar. Por algún tiempo, vivieron felices y comieron puntitos, hasta que un día, cuando ayudaba a cruzar la calle a una ranita Frogger, el fantasmita murió aplastado por un camión.

miércoles, 25 de marzo de 2009

La teoría comprobada

Estoy convencido que los dinosaurios están vivos. No es un invento mío, hay demasiadas pruebas a favor de su supervivencia. Michael Crichton creó para ellos un enorme Parque Jurásico que fue llevado al cine por lo menos tres veces, Charly García aseguró en una de sus canciones que ellos nunca van a desaparecer y Monterroso relató que cuando el sujeto despertó, un dinosaurio todavía estaba allí.
Recuerdo que en mi niñez solo era posible ver un reptil tan grande en los museos de historia o en las criaturas mecánicas de las películas norteamericanas de bajo presupuesto. Hoy en día, en cambio, no hay niño que no tenga en su casa un dinosaurio para jugar. Es como si alguien hubiera iniciado una fuerte campaña de marketing a favor de los bichos prehistóricos. ¿Será que los dinosaurios se niegan a morir o somos los hombres quienes logramos mantenerlos vivos con nuestra imaginación?
Me creyeron loco en cada uno de los centros científicos que visité en busca de una urgente respuesta. Mientras tanto, mi iguana sigue creciendo de manera excesiva, ya se devoró a mi perro y, si continua hambrienta, es muy probable que mañana venga por mí.

martes, 24 de marzo de 2009

Sintomatología casi mortal

La primera sensación fue una pesada angustia evidenciada por las lágrimas frías que rodaron por sus mejillas. Sintió que sus pulmones se cerraban para impedir el acceso del aire viciado de su dormitorio y un fuerte dolor en el pecho le hizo creer que el final de su corta vida se había anticipado. Era como si un largo cuchillo lo atravesara de lado a lado por su espalda, una y otra vez, hasta desangrarlo. El padecimiento siguió en el estómago, en el temblequeo de sus extremidades, en el sudor que brotaba sin censura por cada uno de sus poros y en la mirada nublada, como cuando olvida ponerse los anteojos. El corazón agitado sacudió sus costillas con la misma potencia que la trompada de un boxeador, como si amenazara con detenerse intempestivamente y para siempre. Cuando el dolor se hizo irresistible, no pudo evitar los mareos, las náuseas y la desesperación, que duraron hasta que logró quedarse profundamente dormido sobre la almohada completamente empapada. Aún en sus manos, reposando a su lado, la carta de la mujer amada finalizaba con un cruel y agudo pedido: por favor Mauricio, no me llamés más.

lunes, 23 de marzo de 2009

El enroque

Grité jaque mate mientras ubicaba orgullosamente mi reina blanca en el casillero que dejaba a su rey negro sin movimientos posibles.
Era la primera vez que le ganaba una partida de ajedrez a mi hábil maestro después de numerosos años de aprendizaje repletos de derrotas, algunas de ellas muy decepcionantes para mí, tras las cuales había llegado a creer que ya no valía la pena invertir tanta energía en la imposible misión de vencer a mi instructor.
- Te felicito muchacho – me dijo con el notorio placer de aquel que siente que el esfuerzo realizado finalmente dio los frutos esperados.
Sentí que un enroque se produjo dentro de mí y el niño bisoño e inocente dejó su lugar a un joven atrevido y desafiante. Ese día comprendí una de las enseñanzas más importantes que me transmitió mi abuelo: si realmente se lo propone, hasta un humilde peón puede hacerle jaque mate al rey.

viernes, 20 de marzo de 2009

El tren de la alegría

Llegué a la estación del ferrocarril del pueblo mucho antes que lo previsto. Eran las dos de la mañana, y el tren llegaría recién a las seis. Sabía que no era un buen horario para andar solo por aquel lugar desconocido, pero en definitiva, no me habían quedado alternativas. Todos los bares del pueblo se encontraban cerrados desde hacía más de una hora, y sinceramente, no se me ocurría un lugar mejor para sufrir la espera. Tenía por delante cuatro horas muy largas, y eso me desesperaba.
Cabo Negro era un pueblo chico y aburrido, de esos que ni siquiera aparecen en los mapas. Me encontraba allí por culpa de un maldito contrato que había tenido que ir a negociar, sin éxito, con unos proveedores.
Busqué el asiento más cercano para descansar un rato. Dejé mi maletín a un costado, estiré las piernas y encendí el último cigarrillo que me quedaba. La llama azul de mi encendedor iluminó parcialmente y sólo por un instante la negrura inquebrantable que me rodeaba. El silencio de la noche, burlado únicamente por el sonido lejano de algún grillo, me hizo recordar que me encontraba en absoluta soledad. El soplido de una suave brisa que golpeaba mi cara atrevidamente, sin llegar a despeinarme, era la única señal de que el Mundo seguía moviéndose a mi alrededor.
Pensé desesperadamente en algo en qué poder matar el tiempo. En esas condiciones seguramente la larga noche que tenía por delante se haría interminable. Debo confesar que siempre odié la soledad, me hace sentir asfixiado, y me preocupa no tener a nadie a quién recurrir cuando esa sensación me invade. Por eso, cada vez que estoy solo, busco algo en qué entretenerme. Es la mejor forma de no tomar conciencia de ese sentimiento que tanto me hace sufrir.
Recordé que tenía unos viejos contratos en mi valija que necesitaban ser revisados, pero lamentablemente la oscuridad reinante me obligó a abandonar la idea de adelantar el trabajo.
De repente, sentí frío. Me cubrí un poco, cerrándome el botón superior del sobretodo gris, que por suerte había optado por ponerme a último momento, antes de salir de mi casa. Di una última pitada a mi cigarrillo antes de apagarlo y exhalé el humo con la cabeza hacia el cielo, mirando hacia el infinito, como esperando un extraño milagro que me sacara de allí en ese mismo instante.
Todo era silencio y oscuridad. Era como estar ciego y sordo al mismo tiempo, pero no por culpa de alguna falla en mis sentidos, sino que la realidad que me rodeaba no transmitía más que esa triste imagen monótona de absoluta quietud. Probablemente por ello, casi sin darme cuenta y sin planearlo, fuí quedándome profundamente dormido.
La bocina lejana de un tren me hizo despertar sobresaltado. Con los ojos entreabiertos pude ver aparecer entre la oscuridad, un enorme haz de luz recorriendo las vías a toda velocidad.
Encendí la luz de mi reloj pulsera para ver la hora, y me asombró saber que apenas eran las tres y cuarto de la mañana. Sin darme tiempo a reaccionar, el haz luminoso dio paso a un pequeño tren de colores, que se detuvo frente a mí.
Asomándose por una de las ventanillas del convoy, vi aparecer un amigable ratón blanco de orejas grandes y negras, mostrando una enorme sonrisa plástica y dibujada.
- Vení Pedrito – me dijo con su inconfundible voz finita – Vamos a dar un paseo.
Nadie había vuelto a llamarme Pedrito desde hacía tiempo. Escuchar ese nombre me hizo recordar a mi madre por unos instantes. Me quedé sentado, inmóvil y pensativo, mientras el ratón estiraba su mano de guantes blancos para invitarme a subir.
Aunque un poco desconfiado, me puse de pie y me acerqué con cautela. Al hacerlo, pude comprobar por las ventanas del tren, que ya había otros pasajeros ubicados en su interior, y eso me tranquilizó.
Sin preguntar el destino, tomé la mano de mi anfitrión y subí. Asomé mi cabeza al interior del vagón y me sorprendió ver que se encontraba repleto de niños de diversas edades, que me miraban con gestos de enorme alegría.
- ¡Hola Pedrito! – me saludaron en coro, aunque no me sorprendió ver que todos los viajeros sabían mi nombre.
Di unos pasos hacia adelante, avanzando por el angosto pasillo que separaba las dos ordenadas filas de asientos del interior del vagón, y descubrí, a medida de iba avanzando, que las caras de esos niños me resultaba familiar.
Allí estaba Juancito, mi mejor amigo del colegio, sonriéndome con su enorme boca y sus mejillas redondas. A su lado, Martín, el vecino de la casa de mi infancia, con quién solía jugar en las veredas treinta años atrás. Atrás de ellos estaban Luis y Néstor, los hermanos gemelos que integraban aquel querido equipo de fútbol del club de mi barrio, con quién habíamos salido campeón más de una vez. Uno de ellos, aunque no pude distinguir cual, hacía picar una pelota de cuero en el pasillo del vagón, como invitándome a jugar un partido más.
Era como si el tiempo no hubiera pasado. Continuaban siendo niños, tal como yo los recordaba, a pesar de que no los veía hacía más de tres décadas.
Me acerqué para abrazar a cada uno de ellos, y a los demás amigos que fui descubriendo en los distintos asientos. Gritamos, cantamos, jugamos y nos divertimos por un lapso de tiempo que no podría precisar, pero recuerdo que fue breve.
Me despedí agitando mi mano derecha desde la puerta del vagón, que el ratón abrió para mí. Le agradecí el paseo, aunque en realidad no recuerdo si existió algún recorrido. Dando un salto corto, descendí al andén y el tren desapareció detrás de mí como por arte de magia.
La luz de unos suaves rayos de sol comenzaba a asomarse tímidamente, descubriendo la cortina negra que cubría el cielo. La estación iluminada se veía extraña. Agarré mi maletín, que aún se encontraba al costado del asiento más cercano a la entrada, y salí caminando de la estación en dirección a mi casa. Me detuve en un quiosco a comprar una golosina y un paquete de figuritas. Tenía que apurarme. Seguramente mi madre ya debía estar esperándome con la merienda.

jueves, 19 de marzo de 2009

Ese amigo del alma

- ¿Carlos? – exclamó Julio a través de la ventanilla abierta del automóvil.
- ¿Que hacés acá pibe? – repreguntó Carlos con sorpresa - Me quiero matar. Mirá cómo me venís a encontrar.
- Pero flaco, no puedo creerlo. ¿Cómo llegaste a estar así?
- Y... ¿que querés que te diga? ¿No oíste hablar de la crisis económica mundial? Me castigó muy duro, quebró la fabrica y me quedé sin trabajo, así que ahora tengo que rebuscármelas de alguna manera porque alguien tiene que llevar plata a casa para que los chicos puedan comer – se justificó Carlos avergonzado.
- Si, pero verte así me genera una extraña sensación – argumentó Julio sin poder creer el cambio que tenía ante sus ojos - Eras un tipo muy afortunado, siempre bien vestido, rodeado de hermosas mujeres y mirate ahora, con ese atuendo...
- ¡Pero no me quejo, eh! – interrumpió el flaco – te confieso que al principio es bastante duro pero vos viste cómo es la vida, uno se termina acostumbrando a todo.
- Parece que sí, pero jamás hubiera imaginado encontrarte acá.
- Te sorprendés de verme pero el que vino manejando su auto hasta este lugar fuiste vos.
- Si, pero no esperaba encontrarme con mi compañero de banco del secundario, el número cinco de mi equipo de fútbol, mi confidente, mi amigo del alma.
- ¿Qué hacemos entonces? – preguntó Carlos suponiendo la respuesta.
- Y... subí flaco, ya estamos jugados. ¿Conocés algún lugar adonde ir?
- Sí, hay uno a diez cuadras de acá – respondió Carlos mientras acomodaba su pollerita y los largos tacos en el espacio del acompañante. Reveló una contagiosa sonrisa bajo su extensa cabellera rubia y le indicó al conductor el camino más conveniente para abandonar por un rato la zona roja de la gran urbe, dejando atrás los mutuos recuerdos de amistad de la adolescencia.

miércoles, 18 de marzo de 2009

Mi propio otoño

Hace casi veinte años que me hago cortar el cabello por el mismo peluquero. Mudó de local, incluso de barrio, y a pesar de todo sigo siendo un fiel cliente de su peluquería. Será por tener edades similares que, además de la típica relación estilista-cliente, logramos con el paso del tiempo construir algo muy parecido a una amistad. La mayoría de las veces me retiré del local muy conforme con su obra y solo en algunos casos tuve que volver para un fino retoque, pero últimamente no hay corte que me satisfaga, pienso que está muy corto, que sigue largo o que se nota demasiado el remolino que detesto desde que era un niño. Cambié mi peinado y le pedí que modificara el estilo y, sin embargo, aún hay algo que me deja disconforme frente al espejo. Busqué múltiples razones para culpar al peluquero pero debo reconocer su inocencia. Nadie puede vencer al paso del tiempo que lentamente se revela en los cabellos que me abandonan por las noches sobre la almohada o taponan el desagüe de la bañadera. Es evidente que está llegando mi propio otoño, solo espero que mi estilista continué siendo suficientemente hábil para ayudarme a disimularlo.

martes, 17 de marzo de 2009

El séptimo hijo varón

Despertó sola, temblando, y envuelta en sudor, sobresaltada por un sueño extraño, en el que un lobisón le hacía el amor salvajemente en su propia cama. Logró olvidar aquella pesadilla por algún tiempo. Seis meses después, para sorpresa de los médicos y la partera, dio luz a un pequeño lobo.

lunes, 16 de marzo de 2009

Crimen imperfecto

Atravesó frenéticamente el corazón de su amado con el cuchillo recién afilado y sintió un breve y repentino alivio. Ella no estaba acostumbrada a no poder controlar sus pensamientos y todo tiene un límite. Tras un largo análisis, juzgó que esa era la mejor manera de acabar con el problema que le generaba esa maldita costumbre de pasar el día entero pensando en quién ahora yacía en sus brazos envuelto en un líquido cálido y rojizo.
Abandonó el cuerpo y salió corriendo con destino incierto. Debía irse lejos, adonde nada ni nadie le trajera sus recuerdos, para poder sentarse sola, en algún lugar tranquilo, a conmemorar en silencio cada una de las simples cosas que hacían y que aún hacen, que sufra el día entero pensando únicamente en él.

domingo, 15 de marzo de 2009

Bendito oasis urbano

Con los ojos achinados y el pelo aún mojado por la ducha matinal, que a pesar del intento no logra animarme tanto como yo quisiera, subo a mi auto todos los días hábiles de la semana con destino a la oficina. Sigo de memoria el mismo camino por las tranquilas calles del barrio hasta la enorme autopista que circunda la ciudad de Buenos Aires. Allí arriba me espera el caos, una interminable y desorganizada fila de autos casi inmóviles conducidos por sujetos con rostros muy parecidos al mío, todos ellos en silencio, intentando despertarse mientras el camino avanza perezosamente.
No hay contacto, ni siquiera miradas, salvo aquellas que controlan que ningún distraído realice una torpe maniobra en perjuicio del chasis que nos protege. Tampoco hay diálogo alguno, salvo el que surge de la radio que oficia de única compañía, desde la cual un reconocido locutor informa que la vía de acceso se encuentra intransitable. ¡Como si yo no lo supiera!
Pero hoy, al finalizar las noticias repetidas, el presentador anunció el inicio de una hermosa canción que me llevó a aumentar el volumen del sonido interior del habitáculo. Simultáneamente, varios conductores a mi alrededor comenzaron a mover sus manos, cabezas o labios, al ritmo de la misma melodía que salía de los parlantes de mi vehículo y de los suyos, transformando nuestros fatigosos rostros en máscaras alegres. Me alegró notar que no soy el único cautivo de ese caos urbano, que existen compañeros en la demorada marcha, oyentes de la misma frecuencia radial y fanáticos de la música de la década del ochenta.

jueves, 12 de marzo de 2009

Crónica de un strip poker

El anciano la miró con los ojos bien abiertos, mientras Linda, mordiéndose los labios provocativamente, desabrochaba lentamente su sutién. Su blanca cabeza pegó contra la mesa, justo encima del póquer de ases ganador. Sonriendo, Linda tomó sus ropas, todo el dinero y lo dejó solo, con su viejo corazón destrozado.

El maldito renglón

Estaba buscando una rima,
para gustarle a Marina.
Tan solo de esa manera,
la tendría la vida entera.
Sin embargo, en un renglón
no me rimó una oración
y ella no me perdonó
semejante papelón.
Ya sin rima y sin Marina,
no tengo ganas de escribir una sola línea más.

miércoles, 11 de marzo de 2009

Breve debate sobre las gordas (o porqué ellas se casan antes que las demás)

La suspensión del partido por culpa de un corte de energía en la canchita nos obligó a adelantar dos horas la reunión en la mesa de la pizzería donde habitualmente nos juntamos después del fútbol semanal.
Masticando una aceitosa porción de fugazetta, el negro Rubén inició el debate. Che, ¿se enteraron que se casó la gorda Luján? - preguntó.
- ¡Que bárbaro viejo! De nuestras compañeras de colegio, todas las gordas terminaron casándose antes que las más lindas – dijo ferozmente Víctor.
- ¡Y bien merecido lo tienen! – agregó Julio con una sonrisa – Las gordas son lo más lindo que hay. No son tan histéricas como las flacas y son mucho más agradecidas.
- Nunca me voy a olvidar de la gorda Nancy. Era una virtuosa en la cama. Nunca vi a nadie con tanta actitud – recordó Jorge mientras daba un sorbo corto a su cerveza rubia.
- Es cierto – asintió Ernesto – las gordas son más gauchitas y fáciles de encarar, porque siempre te esperan con una sonrisa.
- No siempre – aclaró Ricardo – Mabel suele recibirme con peor cara que mi perro Bobby. Creo, en cambio, que la verdadera razón por la cual los hombres las elegimos para casarnos es porque con ellas nos sentimos más seguros. Las gorditas son conformistas y más fieles, porque ¿quién va a querer robárnosla?
Una corta carcajada generalizada puso fin a la discusión, que luego derivó en charlas sobre fútbol, electrónica, experiencias con prostitutas, críticas a los jefes o quién pone a disposición su casa para organizar el próximo asado.
Media hora más tarde, recibí en mi casa un extraño llamado desde el teléfono celular de Ricardo. - ¡Al final, son todas iguales! – se quejó con notorio disgusto. Los pantalones verdes que acababa de encontrar sobre el suelo del comedor de su departamento formaban parte del deslucido uniforme del encargado del edificio y los sonidos que provenían desde la habitación contigua eran los reconocibles jadeos de la gorda Mabel.

lunes, 9 de marzo de 2009

Año Nuevo en Disneylandia

El 31 de diciembre de no recuerdo bien que año de la suntuosa década del noventa, tuve la suerte de festejar el año nuevo en uno de los parques de Walt Disney World.
Aún recuerdo cuando, unos minutos antes de las doce de la noche, nos agrupamos frente al palacio de la Cenicienta para disfrutar del esperado festejo.
Sobre un gran escenario especialmente armado para la ocasión, apareció el ratón Mickey que, abriendo sus brazos con movimientos exagerados, inició con su clásica voz finita una cuenta regresiva de diez segundos que culminó con un grito alegre de: "Happy New Year!".
A mi alrededor, se escucharon voces de festejo en múltiples idiomas y, bajo un cielo de increíbles e inolvidables fuegos artificiales, pude ver a todos los turistas abrazando a sus familiares, parejas, amigos o a las personas que tuvieran a su lado.
Todos estaban felices, menos el pobre hombrecito mexicano dentro del traje de latex de ratón que, escondido tras una careta blanca y sonriente, recordaba lejos de su familia lo emocionante que eran las fiestas en su Tijuana natal.

Todo es posible

Ella tejía una bufanda de sueños en una larga noche de invierno. Al verla sola y muerta de frío, el príncipe se acercó para ofrecerle un chocolate. Al comerlo, sus ojos se encendieron como dos hermosos diamantes, y pudo ver como los sueños de la bufanda comenzaban a hacerse realidad.

viernes, 6 de marzo de 2009

Mea culpa

El niño corrió alegremente por los áridos campos. Una explosión enmudeció a los pájaros y una nube de humo eclipsó la soleada tarde. El soldado lloró desconsolado sobre el cuerpo de su hijo, destrozado por una mina olvidada que él mismo había plantado dos años antes, para detener al enemigo.

miércoles, 4 de marzo de 2009

Cinco segundos de gloria

Debo reconocer que nunca fuí muy habilidoso para jugar a la pelota. En los crueles "pan y queso" de la escuela, siempre me dejaban entre los últimos seleccionados (y yo odiaba eso).
Para colmo, el compañero que estuviera a cargo de armar el equipo, conociéndose con cualidades para el manejo de sus pies, se autoproclamaba capitán y se creía con derecho de decirme en que posición jugar.
"Quedate abajo y marcá" - me gritaba el grandote, pero después me recriminaba cuando no podía frenar a los goleadores del equipo contrario.
Pero un día me cansé y me autodeclaré 9 de área. Hice 4 goles en un solo partido, uno de ellos tras una habilidosa jugada digna de ser proclamada "el gol de la fecha" en Fútbol de Primera.
Al día siguiente, por única vez, uno de los seleccionadores dijo mi nombre en segundo lugar.

lunes, 2 de marzo de 2009

El cuento de otro Mundo

Algunos dicen que es imposible que los muertos puedan escribir un cuento. Yo no creo que sea así. He leído cosas extraordinarias que estoy seguro han sido escritas post mortem. Se los digo yo, que soy un hábil y reconocido escritor (al menos eso es lo que dice mi epitafio).

domingo, 1 de marzo de 2009

La colección de entradas

Conservo en una caja de zapatos una variada colección de entradas a varios recitales a los que asistí, que cada vez que tengo la oportunidad exhibo con enorme orgullo.
Una tarde se me ocurrió mostrárselas a mi hijita, pensando que le gustaría mucho compartir esos recuerdos conmigo y le pedí por favor que no las dañe, que las trate con cuidado, que esas entradas significan mucho para mí.
Me descuidé solo un instante y vino corriendo con una sonrisa pícara en el rostro a devolverme los papeles llenos de dibujitos multicolores de crayón en el dorso.
La miré con furia y estuve a punto de lanzarle una colección de insultos irrepetibles, pero pronto me di cuenta que, desde ese momento, esas entradas eran algo aún más especial.
Tranquilo, busqué en el fondo de la caja y le dije:
- Tomá hijita, aca te quedan dos más.
Y luego de disfrutar de sus últimos dos garabatos, las guardé cuidadosamente en la caja, así ahora puedo mostrárselas a quién las quiera curiosear y decirle:
- Esta es la entrada al recital de los Stones en Buenos Aires... y estos dos círculos verdes en crayón que están a la vuelta, soy yo.